jueves, 30 de junio de 2016

FRANZ KAFKA... A LAS PUERTAS DEL CASTILLO DIVINO





 DE LAS PUERTAS DE UNA MÍSTICA QUE PERDIÓ LAS LLAVES


Manuel Fernández Espinosa


Dice Eliade, con la perspicacia que le caracteriza, que: "...tenemos que "desmitificar" los mundos y lenguajes de la literatura, las artes plásticas y el cine aparentemente profanos, para sacar a luz sus elementos "sagrados", aunque este carácter "sagrado" sea por supuesto ignorado o esté camuflado o degradado". 

En el caso de la obra de Franz Kafka eso "sagrado" que se añora y siente tan inaccesible no está ignorado, pero sí camuflado. Se ha leído a Kafka en muchas claves y no seremos nosotros los primeros en haberlo leído en clave religiosa (o, por mejor decir, en clave de religiosidad frustrada); ya Gershom Scholem, la máxima autoridad en esoterismo judío, apuntaba que en los escritos de Kafka se nos presentan -"reducidos al grado cero", dice Scholem- los impulsos místicos. "La nueva revelación que le ha sido otorgada al místico se presenta como clave de la revelación. Aún más: la clave puede perderse incluso, pero siempre queda el impulso infinito que acucia a buscarla".

La hermenéutica que de las novelas de Kafka se ha hecho por lo común ha enfatizado la dimensión más superficial: Kafka quedaría reducido, en esa interpretación, a un mero denunciador de una sociedad hiperburocratizada (así en "El proceso" o en "El castillo") en la que el hombre queda alienado ("La metamorfosis"). Y sin dejar eso de ser así, nos parece que no agota toda la profundidad -inconsciente o consciente- que aflora en la literatura de Kafka a través de todos los símbolos recurrentes de su obra: su preferencia por las puertas, por los pasillos, por las escaleras... Nos hablan de una búsqueda incesante; el despertar matutino de Josef K. en "El proceso" cuando irrumpe en su alcoba uno de los vigilantes que le han puesto como detenido por algo que ignora... O el despertar de Gregorio Samsa (en "La metamorfosis") a una nueva existencia como insecto, son algo más que el absurdo a primera vista de la alienación de la existencia, más bien nos ponen ante los ojos una revelación de índole inquietante y parece decirnos: ¿en qué nos hemos convertido por no disponer de las llaves que abren las puertas de lo trascendente

No se puede leer a Kafka como si no fuese judío, un judío secularizado por una educación muy poco judía: "Pero, ¡qué clase de judaísmo me has transmitido!" -le reprocha a su progenitor en "Carta al padre". Un judaísmo formal, en la línea del fariseísmo convencional. Y a diferencia de otros judíos en su misma tesitura, Kafka tiene la grandeza de despreciar cuantas falsedades han inventado otros judíos secularizados como él mismo: el freudismo es para él: "una nueva falsificación de la Verdad humana. Conduce a una manipulación de las almas". El marxismo es otra engañifa; a Gustav Januch, su amigo poeta, le dijo Kafka, mientras contemplaban una manifestación marxista por las calles de Praga: "Son dueños de la calle y se creen dueños del mundo. Y sin embargo se engañan. Detrás de ellos avanzan ya los secretarios, los burócratas, los políticos profesionales, todos esos sultanes modernos cuya subida al poder ellos están preparando. La revolución se evapora, y sólo queda entonces el fango de una nueva burocracia."

Kafka tuvo muy claro que: "La humanidad sólo se convierte en masa gris, informe y por consiguiente anónima, cuando prescinde de la ley (de Dios) que da las formas. Entonces ya no hay ni arriba ni abajo. La vida se degrada hasta no ser más que simple existencia. Entonces ya no hay drama ni lucha, sino simple desgaste de la matera, simple decadencia".

Las novelas de Kafka son complejas parábolas que, no pocas veces, incluyen a su vez otras parábolas. La conversación del protagonista de "El proceso" en la Catedral con un sacerdote (en el cap. IX de "El proceso") es un magnífico ejemplo. En la parábola que le cuenta el abate a Josef K. los grises burócratas que impiden el avance en el proceso -de índole espiritual- se convierte en uno, en un guardián místico que impide el paso, similar al "guardián del umbral", del que nos habla Rudolf Steiner: centinelas de una puerta exclusivamente franqueable a quien tenía que abrirla y que no pudo abrirse, por no disponer de la llave adecuada que era la resolución de entrar por ella (tal vez la actitud hubiera tenido que ser la del "salto" kierkegaardiano): "Nadie más que tú tenía el derecho de entrar aquí, pues ésta entrada sólo está hecha para ti: ahora me marcho y cierro" -le dice el vigilante de la puerta al moribundo que le pregunta en la agonía: "Si todo el mundo procura conocer la Ley, ¿cómo es que desde hace tanto tiempo nadie más que yo te he rogado que le dejes entrar?".

Las novelas de Kafka se inician siempre con frases poderosas:

"Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto". (La metamorfosis)

"Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido." (El proceso)

La mañana, después de la noche, trae el despertar: a una existencia gris e inconsciente se revela una "buena" mañana todo el sinsentido de su situación, toda la horrible monstruosidad a la que la pérdida de su ligazón "religiosa" con lo divino la ha precipitado. Todo lo demás será tratar de salir de esa situación, razonando y actuando.

La meta de todos los esfuerzos terrenos permanece inexpugnable, incluso envuelta en una tiniebla mística: "Ya era de noche cuando K. llegó. La aldea yacía hundida en la nieve. Nada se veía en la colina; bruma y tinieblas la rodeaban; ni el más débil resplandor revelaba el gran castillo. Largo tiempo K. se detuvo sobre el puente de madera que del camino real conducía a la aldea, con los ojos alzados al aparente vacío" ("El castillo".)

Se barrunta el misterio, pero éste permanece inaccesible a los ojos humanos, como el trono de Dios celado por la tiniebla de este mundo. Cuando se sabe que allí, encaramado en la colina, hay "castillo", miles de impedimentos terrenales y humanos -inexplicables, enigmáticos- impiden el acceso a él. Todas las vías de acceso se niegan. Es el hombre ante el misterio de Dios, el hombre que ha perdido (o no encuentra) las llaves de su casa como el borracho.

Kafka representa, como pocos escritores en el siglo XX, ese insaciable afán místico que se ve una y otra vez frustrado (véase "Un mensaje imperial")

A diferencia de otros judíos (como no pocos de la escuela de Husserl, el mismo Husserl o Henri Bergson) no parece que Kafka sintiera nunca la inquietud de convertirse al cristianismo, pero Vintila Horia va muy bien orientado cuando apunta que toda la angustia kafkiana puede explicarse por la falta de la clave de Jesucristo, pues desde el Nuevo Testamento: "Dios no infunde miedo, sino amor, el enemigo no es algo que hay que destruir sino que amar, el amor mismo es la ley de la vida y, a través de la figura de Jesucristo y de la Virgen, o tal vez de los santos, Dios es algo accesible. No está en ningún castillo, sino muy cerca, es alcanzable a través del ángel del amor. No sólo el amor entre el hombre y la mujer, aunque esto es también esencial, sino el amor directo, la comunión permanente, que nos ayuda a comprender, a justificar, a perdonar y a aceptar. Aquel salto Kafka no lo pudo dar nunca".

Kafka es más que un escritor: es un místico frustrado, alguien que sintió dentro de sí el impulso de descubrir a Dios y que no pudo hacerlo por permanecer en su nativo judaísmo secularizado. 

Sintió que había una puerta que, como la de "The Door in the Wall" de Herbert George Wells, no se franqueaba. Y vivió hasta el fin de sus días pensando que sería tarde para atraversarla. No podemos hacer más que tomar lección de su obra y rogar para que Dios se la abriera a la postre.

BIBLIOGRAFÍA

Obra completa de Franz Kafka.

Eliade, Mircea, "La iniciación y el mundo moderno", en "La búsqueda. Historia y sentido de las religiones".

Scholem, Gershom, "La cábala y su simbolismo". 

Steiner, Rudolf, "Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores".

Horia, Vintila, "Introducción a la literatura del siglo XX". 

Januch, Gustav, "Kafka me ha dicho".


jueves, 16 de junio de 2016

EROS Y SEXO SACRAMENTALES Y EROS Y SEXO EXACRAMENTALES






CUATRO LIBROS PARA EMPEZAR


Manuel Fernández Espinosa


En la encuesta que realizara José María Gironella, publicada bajo el título "100 españoles y Dios" (1969), Gironella le hace una pregunta a Juan Eduardo Cirlot: "¿A qué atribuye usted el hecho de que la Iglesia española se vea periódicamente perseguida por el pueblo de forma cruenta?". La respuesta de Cirlot identifica como causa principal de la persecución a la moral sexual predicada por la Iglesia: "El pueblo (el español sobre todo) -dice Cirlot- sufre sexualmente -y no será el estéril "erotismo" actual el que resuelva su problema y esto hace que muchos juzguen enemigo al sacerdote que aparta a la mujer de una actitud más libre ante el goce y el contacto humano."

Sinceramente no creo que ésta sea la razón principal que explique la persecución periódica que ha sufrido la Iglesia católica en España (hay, sin duda, intereses sectarios, ideológicos, políticos y económicos que considerar, entre muchos otros que pudiéramos elencar), pero sí que creo que lo que apunta Cirlot es, si no la causa principal, sí que uno de los motivos que demagógicamente más se esgrimieron por el anticlericalismo autóctono; recordemos las palabras de Alejandro Lerroux, cuando arengaba a las masas republicanas a: “levantar los velos a las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie" (palabras textuales del tribuno republicano del año 1906). Teniendo en cuenta esto, véase si conviene o no profundizar en un tema que nos ocupa desde hace meses: el Eros y la Religión y, en concreto, el cristianismo y el Eros.

Cuatro libros tenemos a la mano para aproximarnos (o alejarnos, que también) del asunto aquí y ahora de nuestra incumbencia, a saber: "Shiva y Dionisos. La religión de la Naturaleza y del Eros" de Alain Daniélou; la "Metafísica del sexo" de Julius Evola; "Eros y Religión" de Walter Schubart y "Deus caritas est" de Benedicto XVI. Vamos a comentarlos siquiera someramente, ofreciendo la idea que nos hemos hecho tanto de estos libros como de sus autores.

El primero de ellos "Shiva y Dionisos" de Alain Daniélou parte de unos presupuestos tan personales del autor que es conveniente saberlos antes de pronunciarse sobre la veracidad de cuanto nos ofrece. Alain Daniélou, hermano del teólogo y cardenal Jean Daniélou, terminó profesando el shivaísmo (al menos, así se nos presenta). Alain Daniélou, cuya madre era una piadosa católica que le rechazó por su conocida homosexualidad, alimentó un resentimiento personal contra el cristianismo (y, por extensión, contra todo monoteísmo); además de ello, sus quince años en India en compañía de su pareja sentimental (Raymond Burnier que, a la sazón, era un rico heredero de Nestlé)  no parece que sean suficiente aval como para que su libro tenga la garantía de ofrecernos una idea ajustada del shivaísmo según la realidad de esta religión, sino que el "shivaísmo" adquirido de Alain Daniélou pasó por el tamiz de sus particulares preferencias sexuales, poniendo lo que del shivaísmo quiso entender al servicio de la particular apología homosexual de su persona, mientras a la vez adulteraba la realidad religiosa del shivaísmo (para todo ello es interesante el artículo ¿Ha sido desenmascarado Alain Daniélou? de Vicente Merlo) Es por ello que tampoco podemos admitir las conclusiones de Alain Daniélou sobre la relación del cristianismo y el eros: todo lo que escribe está viciado de antemano, puesto que nace de una experiencia particular y traumática que no parece que superara nunca: el rechazo materno; asi que lo que Daniélou pudo decir sobre el sexo/eros en el cristianismo es -en el fondo- el producto de la rabieta de un hijo rechazado que provoca y denigra al catolicismo por entender que el catolicismo es la causa del rechazo que sufrió su autor por parte de su madre y culpa de la homosexualidad del hijo díscolo.

En el caso de Julius Evola nos encontramos ante una obra poco conocida que, eso sí, desmonta las interpretaciones psicoanalíticas que sobre sexo y religión han podido ensayarse, atreviéndose a cimentar lo que, como su título indica, sería toda una "filosofía primera" del sexo. Evola despliega su erudición -y no pocas veces su vigor polemista- en esta obra que debiera ser conocida, considerada y estimada más de lo que en el día lo es. Las fuentes de Evola para elaborar su "Metafísica del sexo" hay que ir a buscarlas al magnífico ensayo de Mircea Eliade "Mefistófeles y el Andrógino o el misterio de la totalidad" (allí encontraremos a Franz Xaver von Baader y a tantos otros que a su vez cita Evola), pero también podríamos decir que muy probablemente Evola hubiera podido leer "Religion und Eros" (1941) de Walter Schubart. Y aunque Evola cita a Eliade, silencia la obra de Schubart. ¿Por qué? Por la misma razón por la que "Metafísica del sexo" hubiera sido rechazada rotundamente por el mismo Walter Schubart, en caso de haber podido leer el libro de Evola: "Metafísica del sexo" estudia el eros (y el sexo) en las más diversas religiones, incluido el cristianismo, pero el interés evoliano no dejó nunca de ser de índole mágica y Schubart, como veremos, rechaza como forma desviada el uso del sexo y del eros con fines magistas. 

Walter Schubart no pudo leer "Metafísica del sexo" dado que el libro de Evola se publicó en 1958 y Schubart, después de haber sido deportado por los soviéticos, fue asesinado en 1942. Con todos sus defectos, el libro de Schubart -"Religion und Eros"- es uno de los que más aprecio nos merece en el abordaje de esta cuestión. La tesis de Schubart nos parece sumamente acertada: el divorcio entre el Eros y la Religión lo encuentra Schubart en el terror masculino ante la mujer; desde que la religión ha estado en manos del hombre se ha tratado de separar Eros y Religión hasta extremos ridículos y traumáticos para las civilizaciones que, de esa forma, han demonizado el sexo o lo han rebajado a la condición de mera reproducción de la especie, como -dijéramos que- un mal menor. Schubart no rechaza la ascesis, pero sí niega que la ascesis que renuncia al sexo sea la única vía de unión mística con Dios: Schubart piensa que el amor humano entre hombre y mujer también es una vía mística y el término "místico" para Schubart se distancia todo lo que debe distanciarse de afán de posesión sexual y poder mágico que en Evola están latentes y patentes. Es así que Schubart distingue en el curso de ésta obra entre dicotomías que le sirven para orquestar su sinfonía intelectual: "politeísmo" y "monoteísmo"; "avidez egoísta" y "amor real"; "magia" y "religión"; "religión natural" y "religión de salvación". En Jesucristo ve Schubart la reconciliación entre Eros y Religión y de Jesucristo parten las mejores contribuciones del cristianismo a la civilización universal: el cristianismo "elevó a la mujer al nivel del hombre y el hombre al nivel de Dios" o "La concepción cristiana del alma humana permitió, por vez primera, profundizar los problemas del erotismo hasta sus resoluciones en el absoluto", sin embargo Schubart reacciona contra las líneas ascéticas marcadas por algunos Padres de la Iglesia en su rigorismo para con las cuestiones eróticas y sexuales que más tarde afloran en el protestantismo sobre todo y en el catolicismo más mojigato. Schubart, como buen discípulo de Nietzsche, terminará apenas excusando que la línea ascética y anti-erótica del cristianismo la imprimirá San Pablo; aunque, como veremos abajo, esto no es hacerle justicia al Apóstol de las Gentes.

En nuestra opinión "Deus caritas est" de Benedicto XVI es un valiente alegato intelectual para defender al cristianismo de las acusaciones que desde, por ejemplo Nietzsche, se han lanzado contra el mismo como envenenador del "eros": "El cristianismo dio de beber veneno a Eros: -éste, ciertamente, no murió, pero degeneró convirtiéndose en vicio" ("Más allá del bien y del mal", IV, 168, F. W. Nietzsche); Benedicto XVI piensa muy acertadamente que "el eros ebrio e indisciplinado no es elevación, "éxtasis" hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre", por lo que se requiere "una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia". En definitiva, Benedicto XVI propone que frente a la degradación del eros en mero sexo, el eros se convierta en amor: "ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca".

La encíclica de Benedicto XVI es un gran paso adelante en la reincorporación del eros en la vida religiosa cristiana, pero creo sinceramente que hubiera podido ir más allá todavía, clarificando y poniendo el acento en la vía mística de la unión carnal entre hombre y mujer, consagrada en el Antiguo Testamento y vuelta a consagrar por el mismo Jesucristo en el Nuevo Testamento -y hasta por San Pablo (véase nuestro artículo La sacralidad del sexo). Comprendemos a Benedicto XVI en su encíclica: su principal objetivo era poner a salvo la dignidad del ser humano (en cuerpo y alma) frente a la avalancha de depravación que lo inunda en nuestros días y que lo esclaviza, pero hay que insistir más todavía si cabe en la vía mística del santo sacramento del matrimonio: vía mística que es, vuelvo a repetir, unión carnal, cópula sexual y nada de floristerías romanticonas y etéreas.


Está por desarrollar toda una doctrina sacramental que se reapodere de una vez por todas tanto del Eros como del Sexo también, arrebatándoselo a los modos deformantes de la magia y el pansexualismo inmanentista imperantes; y esto ha de hacerse cabalmente para que Eros y Sexo dejen de ser camino descendente a la desfiguración y degradación satánicas de "la imagen y semejanza de Dios" (que somos el hombre y la mujer) y puedan convertirse en fuerzas de ascensión a la mística unión con Dios.

Pero, claro, para esto hace falta superar muchísimas mojigaterías que nos han llevado a convertir nuestra religión en una serie de convenciones morales o en una simple ideología social. Y para superar todos esos lastres multiseculares hacen falta místicos que sepan discernir entre el eros y el sexo sacramentales (el perfectamente reincorporado a la vida cristiana) y el eros y el sexo exacramentales (el practicado en los rituales mágicos de las distintas sectas, desde el crowleyanismo hasta las formas occidentalizadas del tantrismo sexual, tan divulgadas por la Nueva Era). 

Y no será una filosofía humanista ni personalista, por muy cristiana que ésta sea, la que pueda hacer eso. 


NOTA:

El libro de Walter Schubart "Religion und Eros" lo hemos leído en su edición en portugués, traducción de Luiz Eduardo Brandao, Editora Artenova S. A. en coedición con el Centro do Livro Brasileiro, 1975. No existe, a día de hoy, traducción al castellano. 

Para una breve semblanza de Schubart, recomendamos: "Rusos y españoles: el "éon joánico" y el "hombre mesiánico"" y vuelvo a recordar que los pioneros en rescatar la obra de Walter Schubart para el mundo hispánico fuimos mi amigo Antonio Moreno Ruiz y yo mismo.

viernes, 3 de junio de 2016

LOS MISTERIOS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Sagrado Corazón de Jesús, del pintor italiano Giovanni Gasparro


REINARÉ EN ESPAÑA


Manuel Fernández Espinosa

Para España la adoración-devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es una devoción más. No puede serlo. Y cualquier otra apreciación sobre este asunto indica la ignorancia y desinformación que sobre esta cuestión fundamental nos ha sido inculcada por estructuras del todo ajenas a la verdadera Iglesia Católica y a nuestro destino nacional. España será menos, incluso dejaría de ser y no sería nada, si no recupera la misión que le está encomendada y esa misión es religiosa: está indisociablemente unida al Sagrado Corazón de Jesús. Mientras que España persista en su desvío, nada puede esperarse; mientras no atienda a su designios providenciales como nación católica consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, España no puede esperar otra cosa que este castigo que hoy sufre: ser una nación sierva, cautiva y colonizada, estar enajenada, desconocerse a sí misma, estar paralizada para la misma auto-defensa y la conquista de cualquier bien. Y no hay más. Otra cosa es engañarse con camelos politizantes que son ni pan para hoy, pero cierta hambre y muerte para mañana.
Es por ello que continuamos esta serie para que nos devuelva la memoria secuestrada y la conciencia perdida, para que sirva como anámnesis de una nación que desde, aproximadamente el año 1970, ha dejado de ser ella misma (el año lo podríamos discutir; personalmente, incluso lo pondría en los años finales de la década de los 50 del siglo XX; pero no es ahora cuestión de discutir ni yo estoy aqui para dialogar). La importancia que adquiere el Sagrado Corazón de Jesús para la renacencia de nuestra nación no puede, bajo ningún concepto, minusvalorarse. Y al hilo de ello (que nos parece una cuestión más urgente que contar votos o voluntades de voto) vienen estos aproches.
Muchos pueden extrañarse cuando abogo abiertamente por la "disciplina del arcano" (también llamada "ley del secreto"). Es una de las propuestas, a mi juicio, más óptimas del Hieron du Val d'Or y de cuantos han seguido sus pasos. Y es el desconocimiento de nuestra tradición lo que impide hallar el sentido de esta reclamación. Si tuviéramos presentes las palabras de San Agustín (y las entendiéramos), tal vez lo que digo sería menos traumático para el cándido (habituado a declarar y manifestar sus posiciones sin prudencia ninguna, con esa tontería sublime de cuantos se creen vivir en la España católica de Felipe II o en la mismísima Nueva Jerusalén post-apocalíptica). Esa candidez columbina de los católicos de pitiminí, esa que tanto despreciaba nuestro gran Baltasar Gracián (fundado en palabras evangélicas), esa candidez, digo, reina hoy sobre los católicos convencionales. Y bueno sería que algunos volvieran sus ojos a lo que nos dice San Agustín: "El que desea, pues, tener corazón sencillo y limpio, no debe creerse culpable si oculta alguna verdad a quien no está en estado de comprenderla. Y no por eso debemos pensar que es lícita la mentira: pues no se sigue que hay mentira cuando se oculta la verdad". Dar las perlas a los marranos y las cosas santas a los perros, como nos recuerda San Agustín, no afecta a lo santo, dado que "Santo es aquello cuya violación o profanación es delito, cuyo simple conato o voluntad de cometerlo se considera culpable, aunque lo que es santo continúe, por su naturaleza, incorruptible e inviolable" (San Agustín, "El Sermón de la Montaña"). Y, en efecto, cuantos tienen "corazón sencillo y limpio" estarán de acuerdo conmigo en que se frustra todo apostolado cuando damos lo santo a los perros y las perlas a los marranos.
En este sentido, la adoración-devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es una devoción más, como la que pudiéramos tenerle a San Roque o a su perro sin rabo. Y en el caso especial de España, el Sagrado Corazón de Jesús adquiere una dimensión que o se recobra o será impensable recuperar el catolicismo de nuestros ancestros, que fue lo único que nos hizo grandes; pues todo lo demás está por ensayar, de lo único que tenemos experiencia empírica es que España fue fuerte, estimada o temida, cuando fue la católica España. La España de "Podemos" puede ser (y sería) tan impotente como impopular es la España del Partido Popular. Solo los idiotas se dejan engañar; los que tenemos conciencia histórica, pese a todas las trabas y adversidades, contra toda esperanza, sabemos a lo que estamos vinculados y a lo que nos atenemos y no queremos gato por liebre.
En la Iglesia los dogmas tienen su propia evolución, como bien demuestra el libro del dominico R. P. fray Emilio Sauras, "La evolución homogénea del dogma católico". Esto significa que todo lo revelado está en una función dinámica que hace que muchas verdades implícitas, no sean descubiertas y admiradas en plenitud hasta su perfecta definición y proclamación. Así fue con el dogma de la Inmaculada Concepción de María (definido el año 1854) o con el dogma de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos en cuerpo y alma (proclamado por aquel santo Pío XII en 1950). El Sagrado Corazón de Jesús no es un dogma, pero bien lo define el P. González Arintero, cuando escribe: "Así vemos cómo aparecen con el tiempo tantas y tan fecundas devociones y prácticas, que brotan en el momento oportuno y que saliendo de una misteriosa palabra del Salvador, como de un germen de vida, vienen a desarrollarse con un esplendor increíble, levantando el espíritu cristiano y satisfaciendo a una gran necesidad en la Iglesia. Esto es lo que hoy sucede con el creciente culto al Sagrado Corazón de Jesús, fuente de tantas bendiciones" (R. P. fray Juan González Arintero, "Desenvolvimiento y vitalidad de la Iglesia").
En lo que hace al Sagrado Corazón de Jesús es bien cierto, como afirma Juan María Laboa, que: "Con San Juan Eudes se da el tránsito de la devoción privada, prevalente hasta entonces, al culto litúrgico", pero testimonios muy primitivos nos remiten a la antigüedad de esta verdad tan amada por la verdadera Iglesia. Mucho antes de San Juan Eudes (1601-1680) y de Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), entre los Santos Padres de la Iglesia y otros bienaventurados medievales, el Sagrado Corazón de Jesús fue intuido: así la gran mística alemana Santa Gertrudis (1256-1302) tuvo una visión de Nuestro Señor Jesucristo que le permitió reposar la cabeza en el pecho y, al escuchar el palpitar de su Corazón, Santa Gertrudis se volvió a San Juan y le preguntó si le había escuchado lo mismo cuando la Última Cena, a lo que San Juan le respondió que sí, pero que la revelación del Sagrado Corazón de Jesús estaba reservada para el porvenir. Y así fue, con San Juan Eudes y, sobre todo, con Santa Margarita María de Alacoque.
San Juan Eudes distinguía tres corazones de Jesucristo: el corporal, el espiritual y el divino. En el corazón divino estaba el amor increado esencial, que también es el Espíritu Santo. Las revelaciones de Santa Margarita María de Alacoque serían tema para otro artículo, lo que aquí nos importa resaltar es el impacto de la adoración-devoción al Sagrado Corazón de Jesús en España. Aunque la revelación del Sagrado Corazón de Jesús tuviera como escenario Paray-le-Monial, el Sagrado Corazón de Jesús caló en la España de principios del siglo XVIII. El primero de sus apóstoles fue el P. Sebastián Mendiburu (Oyarzún, 1708-Bolonia, 1782) que fue el primero en escribir sobre el Sagrado Corazón de Jesús y en eusquera. En 1747 publicaba "Jesusen Biotz maitearen debozioa" y en 1760 su "Jesusen amore-nekeei dagozten zenbait otoitz-gai". Los jesuitas vascos, víctimas de la miserable persecución a la que el regalismo, el jansenismo y la masonería ilustrada los sometió, serían los más denodados paladines del Sagrado Corazón de Jesús. Junto al P. Mendiburu hay que poner al también ignaciano y hernaniarra P. Agustín de Cadaveraz y Elgorriaga (1703-1770). El P. Cadaveraz fue el primer español en predicar sermón sobre el Sagrado Corazón de Jesús, haciéndolo en la Octava del Corpus de 1733 en Bilbao. Tanto el P. Mendiburu como el P. Cadaveraz pasaron a mejor vida en tierras extrañas, expulsados de España como hijos de San Ignacio por gobiernos impíos y masonizantes. Pero su heróico esfuerzo merece ser recordado como predecentes de lo que sería el culto al Sagrado Corazón de Jesús en España. Los dos santos varones vascos eran anuncio de la predilección de Cristo Rey por España, sin embargo, aunque jesuita también, sería un joven vallisoletano, el P. Bernardo Francisco de Hoyos y de Seña (1711-1735), el que recibiría de Nuestro Señor Jesucristo las más halagüeñas promesas de su Sagrado Corazón. Celoso por la expansión del culto al Sagrado Corazón de Jesús en España y la España de Ultramar, el P. Hoyos rezaba fervientemente y el 14 de mayo de 1733 sus oraciones tuvieron la gran consolación de la confirmación de Jesucristo Nuestro Señor, recibiendo la privilegiada revelación que tiene una dimensión católica y nacional de proporciones inusitadas, es lo que se conoce entre los entendidos como la REVELACIÓN DE LA GRAN PROMESA: "Dióseme -escribió a su confesor- a entender que no se me daban a gustar las riquezas de este Corazón para mí sólo, sino para que por mí las gustasen otros. Pedí a toda la Santísima Trinidad la consecución de nuestros deseos, y pidiendo esta fiesta en especialidad para España, en que ni aun memoria parece hay de ella, me dijo Jesús: "REINARÉ EN ESPAÑA, Y CON MÁS VENERACIÓN QUE EN OTRAS MUCHAS PARTES".
Aquí tenemos los españoles, sin duda ninguna, la confirmación de la elección de nuestra nación por Cristo. El "Reinaré en España" se convirtió en el pensamiento rector de las muchedumbres piadosas que formaban nuestros antepasados y la gratitud, señal de correspondencia fiel a Dios, no desapareció en cientos de años. Fruto de ello, entre muchas más bendiciones, fue la Basílica Menor y Santuario Nacional de la Gran Promesa en Valladolid. No sería el único santuario expiatorio de nuestro territorio nacional consagrado al Sagrado Corazón de Jesús: a principios del siglo XX se erigiría el del Cerro de los Ángeles (en Getafe, Madrid), sobre la misma ermita de Nuestra Señora de los Ángeles (del siglo XIV; en el corazón de España se entronizaba el centro de todas las cosas: el Sagrado Corazón de Jesús) y a principios del siglo XX, el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón del Tibidabo en Barcelona.
En la segunda mitad del siglo XIX los carlistas empezaron a ostentar sobre el pecho el "Detente", como lo habían llevado los chuanes franceses. Parece que el "Detente" empezó a emplearse, a instancias de una monja del convento de la Visitación de Marsella, cuando la peste asoló esta ciudad en el año 1720. Posteriormente se empleó por los contra-revolucionarios vandeanos y llegó a nuestros carlistas que lo prendieron en su pecho, como sagrado emblema refractario a las balas y, a pesar de los escépticos, se cuentan milagros incontables hasta en nuestros días. Sin embargo, recordemos que el uso del Sagrado Corazón de Jesús es incluso anterior a Santa Margarita María de Alacoque, en la bandera de los Peregrinos de la Gracia (católicos ingleses que se alzaron contra la apostasía) ya aparece una primera versión que ostentaba la Corona de Espinas, las Cinco Llagas de Cristo, un Cáliz (o un Corazón Sangrante) y una Hostia y el lema IHS.
España entendió muy pronto que su supervivencia y su mismo ser dependía del Sagrado Corazón de Jesús. Por eso, en el último año del siglo XIX estalló una verdadera y olvidada batalla por el Sagrado Corazón de Jesús.
Cuando Su Santidad León XIII promulgó la Encíclica "Annum Sacrum" el 25 de mayo de 1899, para consagración de toda la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, recomendaba que toda la Cristiandad tuviera especial esmero en dedicar los días 9, 10 y 11 de junio de aquel año 1899 aplicando oraciones y rogativas en el templo principal de todas las ciudades, villas y lugares. Nuestros antepasados se tomaron muy en serio aquella petición del Santo Padre y se aprestaron a propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús, sin embargo, la minoría intolerante y fanática del masonismo organizado pronto convirtió aquella expresión de la piedad popular en una confrontación entre la verdadera España y la España bastardeada de extranjerismo. Los primeros incidentes se produjeron en Cádiz, cuando los anticlericales arrancaron de las paredes algunas de las placas del Sagrado Corazón de Jesús que habían colocado en sus fachadas los católicos gaditanos. En Castellón, a finales de julio, los provocadores embadurnaron de alquitrán las placas del Sagrado Corazón de Jesús. Los católicos de Castellón respondieron y la alcaldía (mayoritariamente republicana) prohibió las placas de cualquier signo. Manuel Bellido, representante tradicionalista, el vicario de San Miguel y otras personalidades católicas castellonenses desobedecieron el bando municipal y las autoridades civiles reclamaron a los cuerpos de seguridad para que, por la fuerza, hicieran cumplir su bando: choques, altercados, confrontaciones, detenciones fue lo que siguió a las medidas represivas de la falsa democracia laicista y antiespañola. Se realizaron funciones religiosas de desagravio y los choques continuaron, mientras el conflicto se extendía a Vinaroz, Alcora, Badajoz, Barcelona, Burriana, Cartagena , Oviedo, Pamplona, Puerto de Santa María, Salamanca, Santander, Sevilla, Tortosa, Valencia y Zaragoza: España luchaba por el reinado de Cristo, no dialogaba. Era así como concluía ese calamitoso siglo XIX, dominado por la miseria extranjerizante y liberal, hostil al catolicismo español.
Durante el siglo XX, el Sagrado Corazón de Jesús sería enseña de la España católica y tradicional. En las puertas de las casas, en el interior doméstico, en el pecho, en la solapa, en todas partes, los católicos españoles entronizarían al Deífico Corazón de Jesús, firmes en la esperanza de aquella Gran Promesa dada al bienaventurado P. Hoyos: "Reinaré en España". En las postrimerías del franquismo este culto católico declinó, pasando de lo público a lo privado: no es extraño que con él también declinara el orden social y la pureza de las costumbres.
El rescate del culto al Sagrado Corazón de Jesús Cristo Rey puede resultar hoy incómodo a un clero que ha jugado durante mucho tiempo a demócrata, olvidando que el carácter de la verdadera Iglesia es monárquico. Pero España no podrá volver a ser España sin que Él reine. Conviene mucho que los católicos nos convenzamos de la urgencia de rescatar este culto y hacerlo visible, caiga quien caiga, para poder reconquistar la vida pública, pues dedicarse a lo privado es la mejor manera de permitir que los malvados reinen en lo público.
"Reinaré en España" no es una promesa que se hizo en 1733 y que en el siglo XXI haya perdido vigencia. El Verbo de Dios, en su Realeza y Sacratísimo Corazón, no pierde ni perderá nunca vigencia, pues el Espíritu Santo a través de San Pablo lo dijo bien claro:
"Christus heri et hodie, ipse et in saecula"
"Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13, 8).


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