"EL SIGLO XX NO TERMINARÁ SIN VER EXTRAÑAS RECONCILIACIONES"
Manuel Fernández Espinosa
Es un hecho que en Rusia, tras casi cien años de marxismo, el cristianismo está ascendiendo. Es algo que a muchos cristianos occidentales deja perplejos, incluso hay algunos que todavía dudan del fenómeno. Son muchas décadas en occidente cultivando la desconfianza hacia todo lo que viene de Moscú. Todavía se agitan los fantasmas de la guerra fría. Todavía hay quienes ven agentes del KGB por doquier. Sin embargo la actualidad se empeña en demostrar que, a día de hoy, el cristianismo tiene su fortaleza en Rusia, les guste más o les guste menos a los amigos del occidentalismo y sus trampantojos de libertades, nadando sobre el charco de la corrupción de las costumbres, de la insoportable levedad de un ser (el occidental) que, en una galopante cabalgada hacia la autodestrucción, exalta todo cuanto conspira a destruirlo como sociedad, como civilización.
Durante el dominio soviético, ya hubo síntomas de que en Rusia no estaba todo ganado para el ateísmo estatolátrico. Sobre las tablas de un escenario moscovita, contemplado por un público que abarrotaba el teatro, el actor soviético Alexander Rostovtsev tenía que interpretar el papel protagonista en una burda y grosera comedia, producto de la propaganda atea, plagada de blasfemias.
Rostovtsev pertenecía a la elite cultural de la URSS y era un acérrimo marxista. El escenario representaba un altar grotesco: la cruz estaba hecha de botellas de vino y cerveza. Los popes gordinflones cantaban una misa de borrachos, pronunciando fórmulas blasfemas. Unos monjes jugaban a los naipes, mientras bebían alcohol y gastaban bromas de mal gusto.
En aquel aquelarre diseñado por el rabioso y delirante marxista que había escrito aquella blasfemia aparece el actor estelar: Alexander Rostovtsev. Tenía que interpretar el papel de Cristo y vestía una túnica, traía en las manos el Nuevo Testamento. El guión decía que debía leer dos versículos del Sermón de la Montaña, para acto seguido arrojar el libro con desdén y gritar: "¡Dame mi frac y mi sombrero! Prefiero una sencilla vida proletaria". Todo el mundo esperaba la intervención de Rostovtsev, anticipadamente los espectadores se solazaban, imaginando alguna blasfemia que reír. Pero sucedió lo que nadie podía suponerse.
En aquel aquelarre diseñado por el rabioso y delirante marxista que había escrito aquella blasfemia aparece el actor estelar: Alexander Rostovtsev. Tenía que interpretar el papel de Cristo y vestía una túnica, traía en las manos el Nuevo Testamento. El guión decía que debía leer dos versículos del Sermón de la Montaña, para acto seguido arrojar el libro con desdén y gritar: "¡Dame mi frac y mi sombrero! Prefiero una sencilla vida proletaria". Todo el mundo esperaba la intervención de Rostovtsev, anticipadamente los espectadores se solazaban, imaginando alguna blasfemia que reír. Pero sucedió lo que nadie podía suponerse.
El actor leyó los dos versículos que mandaba el guión, sí: pero lo hizo con el mayor respeto y no arrojó el Nuevo Testamento, sino que continuó con las Bienaventuranzas: "Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra" y así... Con el máximo respeto: incluso conmovido. El apuntador le hacía señas desesperadas para que se detuviera, pero el actor siguió con las Bienaventuranzas, hasta que terminó. El público había quedado suspenso. Los jefes de la KGB se miraban impotentes, reprobaban con la cabeza aquella inesperada intervención dramática que había echado a pique toda aquella irreverente farándula.
Cuando Rostovtsev concluyó las palabras del Sermón de la Montaña, se persignó a la manera ortodoxa y dijo las palabras de San Dimas, el Buen Ladrón: "Señor, acuérdate de mí cuando estuvieres en tu reino" y a continuación abandonó el escenario. Nunca más se volvió a saber de Alexander Rostovtsev. No quedó ni rastro de él. Por este último papel que hizo esperemos que Dios se acordara de él y lo admitiera en su Reino.
Durante los duros años soviéticos, hubo en Rusia una iglesia ortodoxa (oficial y afecta al régimen) y otra iglesia, la de las catacumbas. Y esa Iglesia está ahora en el siglo XXI, cuando más falta nos hace, dando los frutos.
A un buen amigo nuestro, Antonio Moreno Ruiz, le gusta recordarnos a sus lectores que Álvaro d'Ors escribió:
“Hay todavía una ventaja del Este que no suele tenerse en cuenta, pero que me parece muy importante: el Este no sufrió la corrupción protestante, de suerte que, bajo la lava marxista que hoy lo domina y le da carácter, se esconde todavía un cristianismo, aunque pueda ser cismático, menos contaminado que el del Oeste, corrompido por la Reforma protestante. Si algún día esa lava marxista pudiera ser eliminada, quizá sería del Este de donde otra vez habría que esperar la luz: Ex Oriente lux! Y bajo el quizá mito de Moscovia como la "tercera Roma" no sabemos si no late todavía una verdad misteriosa que el futuro nos pueda desvelar. Pero el futuro sólo es de Dios, y los hombres no podemos predecirlo sin una gracia especial para ello."
También un escritor francés, el hadario Pierre Drieu la Rochelle, lo vaticinó décadas antes que nuestro Álvaro d'Ors:
"Rusos al ser comunistas, pero también comunistas al ser rusos. Una revolución es tan sólo la carne del pueblo que la hace. Y antes de que pase mucho tiempo reconoceréis que la ortodoxia es también carne del pueblo ruso. El siglo XX no terminará sin ver extrañas reconciliaciones".