viernes, 17 de julio de 2015

RUSIA, RESERVA ESPIRITUAL DE LA CRISTIANDAD




"EL SIGLO XX NO TERMINARÁ SIN VER EXTRAÑAS RECONCILIACIONES"


Manuel Fernández Espinosa



Es un hecho que en Rusia, tras casi cien años de marxismo, el cristianismo está ascendiendo. Es algo que a muchos cristianos occidentales deja perplejos, incluso hay algunos que todavía dudan del fenómeno. Son muchas décadas en occidente cultivando la desconfianza hacia todo lo que viene de Moscú. Todavía se agitan los fantasmas de la guerra fría. Todavía hay quienes ven agentes del KGB por doquier. Sin embargo la actualidad se empeña en demostrar que, a día de hoy, el cristianismo tiene su fortaleza en Rusia, les guste más o les guste menos a los amigos del occidentalismo y sus trampantojos de libertades, nadando sobre el charco de la corrupción de las costumbres, de la insoportable levedad de un ser (el occidental) que, en una galopante cabalgada hacia la autodestrucción, exalta todo cuanto conspira a destruirlo como sociedad, como civilización.
 
Durante el dominio soviético, ya hubo síntomas de que en Rusia no estaba todo ganado para el ateísmo estatolátrico. Sobre las tablas de un escenario moscovita, contemplado por un público que abarrotaba el teatro, el actor soviético Alexander Rostovtsev tenía que interpretar el papel protagonista en una burda y grosera comedia, producto de la propaganda atea, plagada de blasfemias.
 
Rostovtsev pertenecía a la elite cultural de la URSS y era un acérrimo marxista. El escenario representaba un altar grotesco: la cruz estaba hecha de botellas de vino y cerveza. Los popes gordinflones cantaban una misa de borrachos, pronunciando fórmulas blasfemas. Unos monjes jugaban a los naipes, mientras bebían alcohol y gastaban bromas de mal gusto.

En aquel aquelarre diseñado por el rabioso y delirante marxista que había escrito aquella blasfemia aparece el actor estelar: Alexander Rostovtsev. Tenía que interpretar el papel de Cristo y vestía una túnica, traía en las manos el Nuevo Testamento. El guión decía que debía leer dos versículos del Sermón de la Montaña, para acto seguido arrojar el libro con desdén y gritar: "¡Dame mi frac y mi sombrero! Prefiero una sencilla vida proletaria". Todo el mundo esperaba la intervención de Rostovtsev, anticipadamente los espectadores se solazaban, imaginando alguna blasfemia que reír. Pero sucedió lo que nadie podía suponerse.


El actor leyó los dos versículos que mandaba el guión, sí: pero lo hizo con el mayor respeto y no arrojó el Nuevo Testamento, sino que continuó con las Bienaventuranzas: "Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra" y así... Con el máximo respeto: incluso conmovido. El apuntador le hacía señas desesperadas para que se detuviera, pero el actor siguió con las Bienaventuranzas, hasta que terminó. El público había quedado suspenso. Los jefes de la KGB se miraban impotentes, reprobaban con la cabeza aquella inesperada intervención dramática que había echado a pique toda aquella irreverente farándula.

Cuando Rostovtsev concluyó las palabras del Sermón de la Montaña, se persignó a la manera ortodoxa y dijo las palabras de San Dimas, el Buen Ladrón: "
Señor, acuérdate de mí cuando estuvieres en tu reino" y a continuación abandonó el escenario. Nunca más se volvió a saber de Alexander Rostovtsev. No quedó ni rastro de él. Por este último papel que hizo esperemos que Dios se acordara de él y lo admitiera en su Reino.
 
Durante los duros años soviéticos, hubo en Rusia una iglesia ortodoxa (oficial y afecta al régimen) y otra iglesia, la de las catacumbas. Y esa Iglesia está ahora en el siglo XXI, cuando más falta nos hace, dando los frutos.
 
A un buen amigo nuestro, Antonio Moreno Ruiz, le gusta recordarnos a sus lectores que Álvaro d'Ors escribió:
 
“Hay todavía una ventaja del Este que no suele tenerse en cuenta, pero que me parece muy importante: el Este no sufrió la corrupción protestante, de suerte que, bajo la lava marxista que hoy lo domina y le da carácter, se esconde todavía un cristianismo, aunque pueda ser cismático, menos contaminado que el del Oeste, corrompido por la Reforma protestante. Si algún día esa lava marxista pudiera ser eliminada, quizá sería del Este de donde otra vez habría que esperar la luz: Ex Oriente lux! Y bajo el quizá mito de Moscovia como la "tercera Roma" no sabemos si no late todavía una verdad misteriosa que el futuro nos pueda desvelar. Pero el futuro sólo es de Dios, y los hombres no podemos predecirlo sin una gracia especial para ello."
 
También un escritor francés, el hadario Pierre Drieu la Rochelle, lo vaticinó décadas antes que nuestro Álvaro d'Ors:
 
"Rusos al ser comunistas, pero también comunistas al ser rusos. Una revolución es tan sólo la carne del pueblo que la hace. Y antes de que pase mucho tiempo reconoceréis que la ortodoxia es también carne del pueblo ruso. El siglo XX no terminará sin ver extrañas reconciliaciones".
 
 

jueves, 2 de julio de 2015

¿SANTOS LAICOS?


Foto: La Nueva España


LA LIQUIDACIÓN DE LA SANTIDAD


Manuel Fernández Espinosa



En el batiburrillo casi inextricable de nuestra actualidad política se abren paso expresiones que sorprenden al pronto. La revolución cultural que viene de largo no ha dejado de afectar ni siquiera al clero y a los ámbitos más piadosos del catolicismo: y, admitámoslo, es que hasta el catolicismo parece haberse convertido en un batiburrillo a fuerza de concesiones al espíritu de este mundo.
 
Recientemente, tras el fallecimiento del político socialista y activista homosexual Pedro Zerolo, José Luis Rodríguez Zapatero, ex-presidente del gobierno español, se ha despachado con una de esas, a primera vista, chocantes expresiones y ha definido a Pedro Zerolo como "santo laico de la democracia". Zapatero tiene estas cosas, es un hombre que parece que a veces no concilie el sueño, pensando hallar la próxima frase dorada, pareciera que a veces, antes de hacer aparición en escena, este hombre se nos desvele buscando la frase que lo haga pasar algún día a la historia, como un Kennedy o un Martin Luther King. Lo patético del caso es que su figura histórica está muy lejos de sus modelos ideales y, por mucho que se afane ("La tierra es del viento") ni falta que hace el viento para que su vana fraseología se desintegre bajo la avalancha de noticias y declaraciones de otros personajes mucho más importantes, en la vertiginosa actualidad.
 
Vayamos a eso de "santo laico".  El sintagma "santo laico" es una de las expresiones favoritas de algún sector del ocultismo moderno. Se trata de un oxímoron efectista cuyo propósito es trasladar a la opinión pública que se puede ser "santo" sin pertenecer a ninguna religión positiva, manteniendo presuntamente una absoluta laicidad instalada en lo inmanente, tan cómodamente como en el ateísmo o el agnosticismo. No lo decimos nosotros, lo dice muy claramente un esoterista contemporáneo tan popular como Alejandro Jodorowsky:
 
"Cada religión tiene sus santos [...] santo católico, pero también estaban los santos musulmanes, los santos judíos llamados "justos", los santos budistas o iluminados, etc. Las religiones se habían apropiado de la santidad. Ser santo significaba respetar los dogmas. ¿Qué nos quedaba a nosotros, los no abanderados teológicamente; aquellos a quienes la naturaleza animal nos hacía desear unirnos a una hembra? [...] Pensé que se podía llegar a ser un santo civil: la santidad no tenía que estar necesariamente ligada a la castidad o a la renuncia del placer sexual, base de la familia. Un santo civil podía no entrar jamás en un templo, y tampoco necesitaba venerar un dios con nombre e imagen definidos. Este hombre, con conciencia no sólo social, no sólo planetaria, sino también cósmica...".
 
Al margen de otras consideraciones que pudiéramos hacer sobre estos renglones de Jodorowsky, centrémonos ahora en que tenemos aquí una de las figuraciones más explícitas de lo que es un supuesto "santo laico" (aunque Jodorowsky prefiere llamarlo "santo civil"). Como puede apreciarse se trata de una declarada voluntad de apoderarse del prestigio de la "santidad", arrebatándosela al ámbito religioso y traspasándola al ámbito privado y anónimo. La santidad que, para serlo, es la misteriosa y sobrecogedora presencia de lo sobrenatural en lo natural, de Dios en el hombre o en la mujer que son santos, queda banalizada: la "alteridad" que supone la santidad, lo "Otro" que irradia de los santos concretos y auténticos es prescindible para este constructo psicomágico de Jodorowsky: basta con poseer una "conciencia no sólo social, no sólo planetaria, sino también cósmica..." para ser santo. Jodorowsky confiesa que quiso ser un "santo laico" y su amigo el dramaturgo Fernando Arrabal también ha pretendido la "santidad laica".
 
Cincelar el epitafio de Pedro Zerolo empleando la expresión "santo laico" tiene como resultado la relativización del término y, consecuentemente, su vaciamiento, disolviendo la "santidad" en una quisicosa que barruntamos que se quiera referir a cualquier género de "bonhomía cívica", poniendo esa presunta "santidad" al margen de lo religioso, sin explicarlo ni parecer que les preocupe un bledo el dar razón de ello.
 
Para entender el fenómeno tendríamos que descubrir que, sobre estos movimientos tácticos que se juegan en el plano del lenguaje, hay toda una estrategia política. Rechazando la religión cristiana, los políticos laicistas no renuncian en cambio a instrumentalizar toda la potencialidad que puedan extraer de los fulgores artificiales que se logran ante las masas esgrimiento terminología religiosa, profanándola de paso.  La religión siempre ha sido, sobre todo para las mentalidades políticas más impías, un "instrumentum regni". Tal vez no lo hayan leído nunca, pero su fuente es Polibio (n. 200 a. C. - 118 a. C.), quien hace muchísimo tiempo, con el cinismo propio de la política, escribía:
 
"Si fuera posible formar una ciudad solo con personas inteligentes, [la religión] no sería menester. Pero la muchedumbre es cambiante y llena de pasiones injustas, de furias irracionales y de violentas rabias. El único remedio es contenerla con el miedo a lo desconocido y ficciones de ese género. Así, a mi juicio, los antiguos no inculcaron por casualidad en la multitud las ficciones de los dioses y las narraciones del Hades".
 
Obviamente, reducir lo religioso, lo santo, a estos términos tan miserables es depauperar la santidad y lo verdaderamente religioso. Pero eso es difícil explicárselo a quien manipula todo a su conveniencia, sin que podamos esperar de él un mínimo de honestidad intelectual. Sí que sería conveniente decir que para ser proclamado santo en la Iglesia Católica, por ejemplo, se requiere haber pasado un riguroso proceso de exámenes que, al parecer, no necesitan los "santos laicos" que tan alegremente son proclamados por cualquier conmilitón de partido, cuando no se proclaman ellos a sí mismos.
 
Que cada cual extraiga sus conclusiones. Pero esto había que decirlo.


NOTA:

Alejandro Jodorowsky (7 de febrero de 1929), de origen judeo-ucraniano, nació en Chile y se nacionalizó francés en 1989. Dramaturgo y artista ha explorado los campos del ocultismo: el Tarot, p. ej. y en su obra literaria ha ensayado la elaboración de un método personal que denomina "psicomagia". El concepto de "santo civil" lo elabora en su libro "La danza de la realidad".