martes, 25 de agosto de 2015

SEAMOS FIELES



EL MARTIRIO DEL RIDÍCULO

Matilde N. P

Cuando decimos que la religión más perseguida en el mundo es el cristianismo, es probable que muchos tuerzan la boca en una sonrisa medio cínica y tal vez incluso suelta una carcajada. ¿Cómo puedes decir que la mayor y más poderosa religión mundial es también la más perseguida? Cuando proporcionamos ejemplos concretos - coptos egipcios martirizados por el Estado Islámico, los disparos a los cristianos en la universidad de Kenia, iglesias atacadas por Boko Haram en Nigeria - hay una cierta prisa por decir que se trataba de "casos aislados".

El cristianismo y los fieles son atacados todos los días de muchas maneras diferentes posibles. El derramamiento de sangre, por lo general realizado en espectáculos de terror extremos y grotescos, no es, sin embargo, la forma principal de esta persecución. Hay una más sutil y más común para perseguir la fe cristiana, una forma que el Papa emérito Benedicto XVI llamó el martirio del ridículo: la burla, el sarcasmo y la ofensiva disfrazados de humor, y protegidos por el principio de la libertad de expresión.

Lo que creemos que este es un fenómeno reciente, es algo que ocurre desde el principio del cristianismo. Y es cerca de la colina del Palatino, una de las siete colinas de Roma, donde hay evidencia de cómo el martirio del ridículo es algo tan antiguo como la propia fe cristiana.

En 1857, durante las excavaciones en la colina del Palatino, se descubrió un edificio que se conoció como "Gelotiana domus". Este edificio fue adquirido por el emperador Calígula y, después de su muerte, se transformó en Paedagogium. En una de las paredes del edificio, se encuentra un grafiti en que aparece, crucificado, una figura humana con cabeza equina (un caballo o un burro, no se sabe), y, a sus pies, un hombre en un estado aparente de la adoración. El diseño es acompañado por una inscripción en griego que dice: "Alexamenos adora a [su] dios". Se estima que el grafito se ha hecho en AD 200, más o menos.

El tono del grafito es ofensivo evidente. Como era de esperar los cristianos fueron perseguidos brutalmente en el mundo romano - las persecuciones de Nerón y Diocleciano son bastante ilustrativas. Y es difícil pensar que este derramamiento de sangre se produjera en un ambiente cálido y acogedor para esta fe. El grafito Alexamenos - o grafito blasfemo, como también se le conoce - es sólo un recordatorio de cómo la fe cristiana desde sus inicios, es burlada y acosada, sea por palabra o por muerte.

Sin embargo, siempre ha habido cristianos que desafiaron estas formas de martirio. El ejemplo de coraje y serenidad de los que fueron devorados por los leones o quemados vivos en el Circo de Nerón, para el entretenimiento del emperador y la turba, con el tiempo atrayendo a muchas personas a la fe cristiana. Este valor y la serenidad también fueron demostrados en el caso del grafito. En una habitación contigua a la de diseño, se encontraron con una descripción simple y directa: “Alexamenos es fiel".

Ante la burla de una imagen satírica, la respuesta fue una simple frase compuesta de sólo dos palabras. Esa es la actitud para hacer frente, sin ceder al miedo, al martirio del ridículo que un mundo cada vez más secularizado y cínico, nuestro mundo, nos impone. Otro cantar es ya otro tipo de martirio.

BIBLIOGRAFÍA

“Historia de la Fe Cristiana, de la Iglesia y la Biblia”. Luís A. Portillo

sábado, 22 de agosto de 2015

FERVOR MÍSTICO, CALOR SANTO

 
 
Santa Gema Galgani

 
EL FERVOR EFECTIVO EN LOS ORANTES
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
"Ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?"
"Yo he venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda?".
(Lucas 12, 49)
 
 
 
Pese al sentido metafórico que prevalece para todo lo que es poco frecuente (y menos conocido todavía), como es el tema del "calor místico", queremos presentar hoy casos que ponen de manifiesto que ese "calor místico" sólo tiene su sentido traslaticio merced al hecho real de unos efectos constatados en la tradición mística cristiana, que no por desafiar las leyes físicas, planteando severas incógnitas a la ciencia, mostrándose como misterio irreductible a los parámetros de las leyes naturales, dejan de ser menos reales.
 
Decíamos que este "calor místico" se ha podido constatar en los "orantes" y en los "beligerantes" y, al hilo de ello, un atento lector sugería muy oportunamente que ese calor místico también podría afectar al tercero de los órdenes sagrados de la sociedad tradicional trifuncional: "¿Los laborantes no deberían tener su propio tipo de furor específico? ¿Puede estar relacionado con lo que llamaríamos ahora 'inspiración artística' o con el furor poético?" -decía en un comentario a nuestro artículo de ayer este amable lector. Y no deja de ser una interesante aportación, puesto que en el buen "laborante" hay un "artista" y podría darse de hecho el fenómeno que redescubrimos y destacamos, baste pensar en un Miguel Ángel en plena ejecución de alguna de sus obras artísticas, mientras concibe las pinturas de la Capilla Sixtina y las realiza o cuando labra el David o el Moisés.

Pero para presentar algunos de los casos de "fervor místico" en el ámbito cristiano vamos a centrarnos hoy en el orden de los orantes, donde se han producido a lo largo de la Historia de la Iglesia con más frecuencia de lo que puede ser la opinión común. San Dionisio Areopagita ya nos advertía las razones por las cuales las Sagradas Escrituras preferían la alegoría del fuego a todas las otras, diciendo: "El fuego representa, por decirlo así, muchas propiedades de la Deidad. El fuego, en realidad, está sensiblemente en todas las cosas. Lo penetra todo sin mancharse y continúa al mismo tiempo separado. Todo lo ilumina y permanece a la vez desconocido, pues no se le percibe más que a través de la materia donde opera. Es incontenible. Nadie lo puede mirar fijamente. Todo lo domina, y transforma en sí mismo cuanto alcanza...", además de estas propiedades que menciona y otras y conforme a la opinión de Dionisio: "el símbolo del fuego es la mejor manera de expresar la semejanza que tienen con Dios los seres-inteligencias del Cielo".
 
Pero, además de su profundo simbolismo, el P. Jérôme Ribet, en su monumental obra "La Mystique Divine" (Paris, 1879) nos proporciona la noticia de este fenómeno místico, comúnmente llamado "incendios de amor". El hecho comprobado es que algunos santos han presentado hacia el exterior un fuego abrasador que caldea y hasta quema materialmente la carne y la ropa cercana a la zona del corazón. No estamos, por lo tanto, ante una metáfora. Nuestro amigo y maestro el padre dominico Rvdo. P. fray Antonio Royo Marín (1913-2005) ofrecía una fenomenología sobre este asunto, ordenando estas manifestaciones en tres grados de menor a mayor, a saber:
 
1º) Simple calor interior: "un calor extraordinario en el corazón que se expansiona y repercute después en todo el organismo".
 
2º) Ardores intensísimos: en este caso, la intensidad del calor requiere recurrir a los refrigerantes para poderlo soportar.
 
3º) La quemadura material: el calor místico puede llegar al extremo de producir la incandescencia y hasta la quemadura material.
 
Dentro del primero de los grados puede citarse los casos de Beata Juliana de Cornillón, Santa Brígida que, merced al calor místico no se apercibía de los rigurosos fríos suecos, San Wenceslado que visitaba las iglesias de noche, descalzo sobre la nieve no sólo indiferente al frío sino capaz de dejar sobre allí donde pisaban sus pies la impronta de huellas cálidas.
 
En el segundo grado puede mencionarse a San Estanislao de Kostka que en pleno invierno requería que se le aplicaran paños empapados en agua fría sobre su pecho. En Goa y otros lugares, San Francisco Javier tuvo que descubrir su pecho o San Pedro de Alcántara que tenía que salir de su celda por no poder contener el calor.
 
El grado de plenitud de esta experiencia mística lo constituye la quemadura material. Por ser la experiencia superior vamos a detenernos un poco más.
 
Beato Nicolás Factor, en esta iconografía puede verse que
se ha superpuesto un corazón incandescente y flameante

 
El caso de nuestro compatriota valenciano, el Bienaventurado Nicolás Factor (1520-1583), es elocuente. Se registran dos hechos que nos dan cuenta de esta manifestación mística del "fervor místico" con la que fue distinguido por Dios. Así es como uno de sus hagiógrafos, Fray Joaquín Compañy, nos lo comunica en su libro "Vida del B. Nicolás Factor, hijo de la provincia de menores observantes de N(uestro). P(adre). S(éráfico). Francisco de Valencia". Compañy nos revela que "en lo más erizado del invierno" el Bienaventurado Nicolás Factor se arrojó a "un estanque de agua, para triunfar del enemigo que intentaba asaltar su pureza. Tres horas contínuas estuvo dentro del agua, y fué tal el fervor que enardeció su espíritu, que sin embargo de estar tan fría por lo crudo de la estación, llegó á hervir a causa de la actividad del fuego que abrigaba en sí aquel fervoroso amante del celestial Esposo".
 
No quedó ahí la única prueba de que Beato Nicolás Factor experimentara realmente en vida el fervor místico con efectos en el exterior. A su muerte mostró, entre otras particulares señales de santidad, mantener su cuerpo a una temperatura inadecuada al cadáver: "Aquella intensa frialdad que desde luego se apodera de un cadáver, no se notaba en el del Beato Nicolás; porque después de muchas horas que estaba difunto conservaba un calor como si estuviera vivo". Para que no quedaran dudas, al correrse la noticia de este hecho extraordinario, se presentaron ante el difunto el gran Maestre de la Orden de San Jorge, para comprobar lo que se decía y dar fe de ello: "...atribuyéndolo a prodigio, quiso asegurarse de ello el gran Maestre de la Orden de San Jorge, que acudió a la novedad acompañado de muchos Caballeros de la Orden, y poniendo la mano baxo del cadaver depone que notó un calor que no podía ser natural después de tantas horas difunto."
 
Pero más próxima en el tiempo a nosotros tenemos a Santa Gema Galgani (1878-1903). Santa Gema llegó a poner en un compromiso a los científicos de su época que no está tan lejana de la nuestra, en su lecho de enferma mostró accesos febriles cuya temperatura no podían registrar los termómetros clínicos y le aparecieron manchas semejantes a quemaduras, deformándosele dos costillas visiblemente. En esto Santa Gema vino a reproducir ciertos patrones semejantes a los que experimentó el fundador de su Congregación, San Pablo de la Cruz (1694 - 1775) . A San Pablo de la Cruz el paño de su túnica de lana se le quemó varias veces a la altura del corazón.
 
La terciaria dominica Lucía de Narni (1476-1544) tenía la piel ennegrecida y como tostada al lado del corazón, como a San Pablo de la Cruz, como a Santa Gema Galgani y como también a San Felipe Neri, las costillas parecieron curvarse por lo que parece efecto de la dilatación del corazón, sin que haya podido explicarse la razón por la que no causa un traumatismo grave e incluso la muerte si se prolonga en el tiempo sin tratamiento.
 
 
 

viernes, 21 de agosto de 2015

FERVOR MÍSTICO, ARDOR GUERRERO

San Elías
EL FERVOR MÍSTICO EN LA VÍA DEL GUERRERO
Manuel Fernández Espinosa
"Sed quia tepidus es et nec frigidus nec calidus, incipiam te evomere ex ore meo".
("Mas porque eres tibio, y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca".)
(Apocalipsis, 3, 16)
Es frecuente leer los textos sagrados buscando sentidos figurados a las palabras. En el pasaje apocalíptico con el que encabezamos este artículo queremos llamar la atención sobre el "calor" del que nos habla el Espíritu Santo por medio de su profeta. Esa "calidez" contrasta con la "frigidez" y, sobre todo, con la "tibieza". No es por su frialdad que la Iglesia de Laodicea se gana la amenaza de ser vomitada, sino por la tibieza que se acusa en ella. Esto ha dado lugar a prolijas consideraciones, casi todas de índole moral, sobre la tibieza de los creyentes; tibieza que es incluso peor reputada que la frigidez. Sin embargo, nosotros dejamos al margen esas recurrentes admoniciones moralizantes que nos exhortan a un "calor" digamos que metafórico, entendido simplemente como compromiso social o moral del cristiano: nuestro propósito es pensar en el "calor" del que nos habla el hagiógrafo apocalíptico, considerado ese "calor" como realidad sagrada o religiosa, lo cual no quiere decir apartada de lo natural, sino sobrenatural y, por ello, con tangibles efectos en el orden natural del hombre religioso o de la comunidad religiosa.
Tenemos razones bastantes para poder hablar de ese "calor sagrado", tanto en la historia de las religiones como en la mística cristiana.
Para empezar baste pensar en la constante relación inmemorial que se ha establecido desde la más remota antigüedad entre la luz y el calor con Dios. En ese sentido, el Sol se ha mostrado como un símbolo perenne de la divinidad, en razón de la luz y el calor que del astro se desprenden. Esto ha dado lugar incluso a confusiones aberrantes como el sabeísmo o formas mucho más explícitas de heliolatría: aquí el sol ha sido considerado no ya como una imagen, una analogía de Dios, sino como Dios mismo que recibe culto con un sacerdocio organizado y unos fieles. Platón no llega a ese extremo, pero sí que de todos es conocido que el filósofo ateniense compara la Idea del Bien en sí en el mundo inteligible con el sol del mundo sensible en su famoso "símil del sol". Al igual que la luz, el calor sería por lo tanto una manifestación que no sólo, válganos la palabra, irradia de Dios sino que de alguna manera se comunica al hombre religioso.
Es por eso por lo que podemos hablar de "fervor". Con mucha frecuencia se emplean las palabras "fervor", "fervoroso", "ferviente" en un sentido muy restringido (y, todavía peor, adulterado) de lo que estas palabras significan etimológicamente. El "fervor", al igual que su otra forma "hervor", provienen del latín "fervor, -oris" significando: "efervescencia", lo mismo que "fermentación", "agitación", "ardor", "calor" e "ímpetu". Sería depauperar el campo semántico de "fervor" limitarlo a una metáfora que se agota en un estado ánimico, parecido a "hervir", pero símil sin mayores efectos fisiológicos en el orden natural ni efectos de lo sagrado en el orden sobrenatural. El fervoroso, el ferviente no es un frígido ni tampoco un tibio; es alguien que al contacto con lo sagrado se inflama por dentro y no solo de forma figurada, sino con visibles efectos. La lengua castellana, en su milenaria sabiduría, ha sabido distinguir entre "hervor" y "fervor", reservando el "fervor" a las manifestaciones de lo sagrado (hierofanías): un cazo de leche puesto al fuego consigue en el tiempo el "hervor" del líquido, pero a nadie se le ocurriría decir que la leche padece "fervor".
Nuestro "fervor" (calor místico) expresa una realidad que podemos encontrar en múltiples culturas ancestrales, como en el céltico "ferg" (furor) que es el que padece el héroe irlandés Cuchulainn en lo que ha sido considerado como el episodio de su iniciación guerrera que, según nos cuenta el "Tâin bô Cuâlnge", tras su primera proeza, padecía una cólera tal que tuvo que ser metido sucesivamente en tres cubas de agua para rebajarle el "calor mágico" que sufría. Ese "calor mágico", con efectos fisiológicos, no es de índole natural, sino sagrada; y, como todo lo sagrado, manifiesta su terribilidad en una sintomatología que el moderno considerará hiperbólica y legendaria.
Siguiendo a Platón, Marsilio Ficino llegó a distinguir cuatro grados de furor divino, a saber: el furor poético, el furor de los misterios, el furor adivinatorio y el furor amoroso. Para el mismo Platón estaba claro que lo fogoso de la "cólera": "es lo contrario de lo que creíamos hace un momento. Pues entonces creíamos que era algo apetitivo, mientras que ahora, muy lejos de eso, debemos decir que, en el conflicto interior del alma, toma sus armas en favor de la razón" ("República"). El "Thymós" platónico no es de índole concupiscible: la irascibilidad, la cólera, la fogosidad que caracterizarían al guerrero de la república platónica es, bien conducida, un auxiliar de la razón. Una razón que en Platón es divina, rebasando el limitado y adulterado concepto de racionalidad moderna; una razón, la platónica, que descubre al hombre emparentado, en virtud de ese "alma racional", con la divinidad. En Platón, lo filosófico nunca deja de ser religioso, de ahí que la trifuncionalidad notada por Gobineau y, sobre todo por Dumézil, en las sociedades arias fuese respetada por Platón, lo mismo que esa trifuncionalidad religioso-social fue mantenida escrupulosamente por la Edad Media cristiana en los órdenes de los "oratores" (los orantes), los "bellatores" (los beligerantes) y los "laboratores" (los laborantes).
El héroe irlandés Cuchulainn
Podríamos decir que el "fervor" del que hablamos concierne a los dos órdenes superiores de esas sociedades tradicionales, auténticas sociedades ordenadas, cuyos órdenes todos eran de estricta naturaleza religiosa y, por ello mismo, jerárquica (ordenada según grados sagrados): a los orantes en un sentido principalmente místico e interior y, en su principalidad exterior, a los beligerantes con manifestaciones en la realidad fáctica asimiladas al "furor sagrado". Aquí hay que mencionar por fuerza al Berserk y al Úlfhédinn de las sagas escandinavas (guerreros odínicos que luchaban en trance, asimilados al oso o al lobo; a quienes ni la espada ni el fuego podían herir). También podríamos referirnos al "furor teutónico" que menciona Marco Anneo Lucano en su "Farsalia", donde nos pinta a los teutones desatados en una furia despiadada. También la "furia española" pertenecería en su origen a esta modalidad de combate sagrado, de guerrero que combate en guerra santa (no en función de las causas o finalidades de la guerra, sino en su cualidad de fervor/furor religioso-beligerante de origen sagrado.) 
Es la vía mística del guerrero, lejos de la cómoda religiosidad burguesa que no puede ser más que tibia. Se trata de una religiosidad superior que franquea las puertas a realidades incondicionadas, a la acción fascinante y terrible de Dios en el mundo. Lo vemos también en un pasaje veterotestamentario, cual es la prueba a la que el profeta Elías somete en el Monte Carmelo a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. Convocados por el profeta, éste los desafía a que sus ídolos se manifiesten, tras disponerlo todo para dos sacrificios que demostrarán quién es Dios vivo y verdadero, o Yavé o los baales. Una vez dispuestos los altares, Elías les dice: "Después invocad vosotros el nombre de vuestro dios y yo invocaré el nombre de Yavé. El Dios que respondiere con el fuego, ése sea Dios". Es sabido el desenlace, pero no estará de más recordarlo. Los sacerdotes de Baal invocan que te invocan, pero desde la mañana al mediodía no logran ninguna manifestación de su ídolo. Elías, al mediodía, se burla de ellos: "Gritad bien fuerte; dios es, pero quizá está entretenido conversando, o tiene algún negocio, o está de viaje. Acaso esté dormido, y así le despertaréis". Ni las heridas que se autoinfligen los sacerdotes idólatras surten efecto alguno. Elías dispone el altar a Dios, invoca y "Bajó entonces fuego de Yavé, que consumió el holocausto y la leña, las piedras y el polvo, y aún lamió las aguas que había en la zanja". El epílogo de esta teofanía tendrá lugar a la postre con la degollación de los sacerdotes de Baal en el torrente de Cisón. No se dice que Elías fuese poseído por un furor divino, pero se trasluce ello dado que fue el celo por el verdadero Dios el que, en un estado de místico fervor, lleva a Elías a exterminar a cuchillo a los sacerdotes de Baal; así lo indica la iconografía de Elías con la espada que suele representarse como espada de hoja flameante, indicio de una justicia superior a la humana que destruye la iniquidad y a los inicuos divinamente.
Quiero concluir, no sin retener lo que, a mi juicio, son redescubrimientos obtenidos a través de esta indagación:
1. Existe una modalidad de experiencia religiosa que se manifiesta en el "calor místico".
2. Este "calor místico" no puede ser reducido a una simple imagen metafórica de un estado subjetivo y natural.
3. El "calor místico" es el auténtico "fervor" religioso que, en su sentido originario, va más allá de una devoción sentimental y sensiblera que habría que calificar de todo punto como una depravación del "fervor religioso" auténtico.
4. Sabremos distinguir el "fervor religioso" auténtico de la falsa devoción superficial y también del fanatismo en que, a diferencia de esas formas degradadas, el "fervor religioso" no es un fanatismo sugestionado, ni un sentimentalismo deplorable e ineficaz y sin efectos, sino que el "fervor religioso" abre las puertas a la irrupción fascinante y terrible de Dios en el orden natural.
5. El fervor místico tiene dos vías: una interior y mística, propia de los "orantes" y otra no menos mística, pero con efectos exteriores, que sería la propia de los "beligerantes".
6.  El cristianismo no es ajeno a esta vía, por mucho que vivamos hoy una época en que la tendencia sea arrinconar estas manifestaciones divinas, enmascarándolas como simples alegorías o arrinconándolas a estadios de religiosidad oscurantista, como si la actual religión fuese más religión por ser más racionalizante. 
Mircea Eliade, al estudiar el "calor mágico" (él no habla de "fervor místico") apuntaba que: "aquellos que buscan en la religión la confianza y el equilibrio se cuidan mucho del "calor" y del "fuego" mágicos".
Nos parece un reproche totalmente justificado a cualquier modalidad religiosa que acuse esa tendencia, pero más todavía a un cristianismo que, como Iglesia de Laodicea, se ha entibiado y que por tibio merece la amenaza de ser vomitado de la boca de Dios. Dios vivo, Jesucristo Nuestro Señor, no quiere tibios y, por eso mismo, debiéramos pensar que las invocaciones de esos tibios tienen tan poco efecto como las de los sacerdotes de Baal, puesto que no están dirigidas al Dios vivo y verdadero, sino a un ídolo impotente que "está de viaje" o "durmiendo" -como bien lo ridiculizaba Elías: un ídolo incapaz de hacer bajar el fuego a la tierra. Y recordémoslo, recordemos al verdadero Jesucristo, cuando dice:
"Ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?"
"Yo he venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda?".
(Lucas 12, 49)
Los que no quieren ser inflamados por el fuego de Dios no son de Dios: quieren otras cosas que poco o nada tienen que ver con el Dios vivo.    

viernes, 14 de agosto de 2015

DOS OBISPOS EN EL TORBELLINO

 
En el grabado, Don Rodrigo rompe los legendarios candados de la cámara secreta
 
 
LECCIÓN DE UNA CRÓNICA FANTASIOSA
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Recientemente hemos tratado de la leyenda concerniente al "vuelo mágico" del Obispo de Jaén para obtener el Santo Rostro: "Un obispo volador de Jaén: la leyenda del vuelo mágico del obispo y el Santo Rostro". Era en ese artículo donde avanzábamos que aquel legendario obispo de Jaén no era el único que volaba por los aires y, para que no cayera en olvido el compromiso que contraje de comentar el otro caso, mucho menos conocido, trataré de presentar hoy la cuestión.
 
Conviene tener presente que ni en el artículo más arriba referido ni en éste estamos presentando como Historia lo que no lo es. En el caso del Obispo volador de la leyenda veíamos que asistíamos a un relato que si de alguna manera puede comprenderse habría que hacerlo desde las llamadas experiencias de "vuelo mágico" registradas en todos los tiempos y lugares, profundamente estudiadas por Mircea Eliade, y alegábamos que todo aquello transcurría en el "mundo imaginal", en gran medida perdido a efectos prácticos para occidente con el racionalismo cartesiano y, al menos en el campo conceptual, recuperado en el siglo XX merced a los estudios de Henry Corbin. En el presente caso tendremos ocasión de ver que este otro presunto vuelo del otro obispo de Jaén tampoco podemos irlo a buscar en la historia efectiva. Y por lo que se infiere de la narración que de ello se hace tampoco podríamos atribuirlo a "vuelo mágico" ni al "mundo imaginal", sino a ese otro mundo (conviene distinguirlo del "imaginal") de la imaginación literaria. Pero si el valor histórico de este relato puede darse por desacreditado, eso no implica despreciarlo desde la Historia de las Ideas, a veces mucho más interesante que la Historia en bruto.
 
Las fuentes históricas de este vuelo no existen, si por fuentes históricas debiéramos barajar documentos fehacientes. Las menciones que de ello hay son pocas y puede decirse que la fuente literaria de la que se extrae el caso está descalificada como un cronicón fantasioso cuya autoría se le debe a Pedro del Corral, noble del siglo XIV del que poco se sabe. Se trata de la "Crónica del rey Don Rodrigo, postrimero rey de los godos", por otro nombre conocida como "Crónica sarracina", que se escribió aproximadamente por 1443 y se dio a la estampa en 1499. Fernán Pérez de Guzmán la calificaba ya en su época como "trufa o mentira paladina", aunque parece que la animadversión personal que sentía por Pedro del Corral a cuenta de desavenencias políticas podía justificar su acrimonia. Tampoco deja de ser interesante que uno de los primeros que refiere el caso que vamos a presentar sea Enrique de Villena (el Nigromante), extraño polígrafo de su época que no se ahorró el descrédito por dedicarse a saberes ocultistas que incluían la cábala o la astrología judiciaria. Así, en una carta que escribe Enrique de Villena al no menos famoso caballero Suero de Quiñones (protagonista del famoso Passo Honroso), Villena le recuerda el caso que vamos a comentar, dándolo por cierto -suponemos que por sobrevalorar el sentido alegórico de la anécdota que había leído en la "Crónica sarracina".
 
Presentemos el relato. En el capítulo CCL de la "Crónica sarracina" nos cuenta Pedro del Corral que, en vísperas de la batalla de Guadalete, el rey Don Rodrigo manda llamar a los principales de sus partidarios. Acuden a su llamado, entre otros "dos obispos, el uno de Jahén y el otro de Liberia". Por Liberia haríamos bien en entender "Iliberris" (Granada) y por Obispo de Jaén habría que saber a cual de las sedes episcopales de la actual Diócesis pudiera referirse el autor, pues sobre nuestra actual Diócesis de Jaén por aquellas fechas estaban erigidas las sillas episcopales de Tucci (Martos), Cástulo, Beatia y Mentesa.
 
Llegados ante el rey -sigue diciéndonos la crónica- "levantóse delante del Rey e de los cavalleros un torvellino tan grande que fue cosa extraña; e vínose derechamente onde el Rey estava e arrebató dos obispos, el uno de Jaén y el otro de Liberia, e levólos muy altos de tierra. E rebató al Rey un capirote que tenía en la cabeça e levógelo. E quando todos miraron parescía que al cielo llegava, e vieron que ivan los obispos en medio del torvellino."
 
A la media hora de ser arrebatados por el torbellino, cuenta Pedro del Corral que "viéronlos venir todos desnudos sino fueron los paños menores, e las cabeças todas tresquiladas, e las carnes dellos todas rascuñadas como si los oviesen traído por algunas çarças". Ambos obispos, maltrechos e inconscientes por el accidente sufrido, se reaniman pasada una hora, recuperan la consciencia y, tomando la palabra el obispo de Jaén, éste le dice al rey Rodrigo: "Dios dio lugar al diablo que media hora sola oviese poder sobre mí para me fazer mal, empero que me non matase; e esto todo fue porque yo non te di la penitencia de tus pecados tal qual estava en razón de te dar, nin te fablé en la penitencia por aquella manera que devía. Ca yo non te estrañava el mal, nin te demandava más de lo que tú me querías dezir. E yo de cierto sabía que algunas cosas dexavas de dezir que non dezías...".
 
De esta forma expone el obispo de Jaén que el haber sido arrebatado por el torbellino ha sido cosa del diablo con permisión de Dios, para hacerle ver la mala dirección espiritual que en sus confesiones sacramentales ha usado con el rey Rodrigo. El relato del obispo de Iliberris (Liberia) insiste sobre el motivo de aquel prodigioso rapto por los aires, pero en vez de ser por la razón que expone el de Jaén, el de Liberia ha sido castigado para su escarmiento por motivo de su codicia y otros pecados capitales como la gula, con despreocupación de sus pobres, lo cual ha sido tan mal ejemplo moral para su feligresía. Ambos obispos, tras aparejarse confesando sus pecados, fallecen.
 
Como puede verse por el relato nos encontramos ante lo que más que probablemente no sea otra cosa que una historia edificante, fruto del celo piadoso de Pedro del Corral que aunque no disculpa los pecados del rey Rodrigo, sí que hace a los grandes del reino copartícipes con Don Rodrigo de la Pérdida de España.
 
Los rasgos más simbólicos de todo el relato de la "Crónica sarracina", por encima del episodio de los obispos, son el torbellino y el capirote:
 
Por su movimiento espiral y helicoide el torbellino contiene el símbolo de la evolución universal, llevando implícitamente el sentido de una expiación de las transgresiones contra el orden divino y natural.
 
Además de los dos prelados recordemos que el torbellino también succiona con ellos el capirote del monarca: "rebató al Rey un capirote que tenía en la cabeça e levógelo". En la época de Pedro del Corral el capirote que podía llevar el Rey Rodrigo era uno de esos antiguos capuchos con falda que caía sobre los hombros y a veces llegaba a la cintura. Como apunta Juan Eduardo Cirlot: "la capucha integra y refunde el doble significado de la capa y el sombrero". La capa cubre y abriga, el sombrero es símbolo del pensamiento y si es cónico como se indica por el nombre de "capirote" tiene un significado especialmente sexual. El simbolismo de la invisibilidad expresado en el capirote es reforzado por ser sombrero y a la vez capa. Que al rey Rodrigo se le despoje de ese "capirote" cuando los dos obispos son succionados por el torbellino es una imagen por la cual se pone de manifiesto que los pecados ocultos del rey visigodo son descubiertos y serán inminentemente castigados con la derrota de sus tropas en las aguas del Guadalete.
 
Comúnmente se piensa que es en la "Chronica gotorum Pseudo Isidoriana" cuando el anónimo mozárabe de Toledo que la escribió introdujo la leyenda de la Cava, hija del conde Don Julián que provoca la ira del padre por haber sido la hija deshonrada por el rey D. Rodrigo, esto parece que se hacía por evitar mencionar la traición de Witiza, que no era grata a los aristócratas mozarabizados. Se inventó así toda una fábula moralizante por la que se achacaban a los pecados de lujuria de Rodrigo el haber provocado la destrucción de España a manos de los invasores africanos. Los árabes, más tarde lo incorporaría Alfonso X en su "Estoria de España", añadieron a esta leyenda la de los cerrojos que Rodrigo mandó romper para acceder a la cámara secreta de la Cueva de Toledo: al pecado libidinoso se le sumaba así la desmesura de Rodrigo que, en vez de ajustarse a la tradición que supuestamente existía entre los reyes visigodos, consistente en poner cada uno de ellos otro candado más a esa cámara misteriosa, quebrantó todos los candados para abrir la puerta de las calamidades.
 
Con el relato de Pedro del Corral se incorpora otro dato más que, hasta cierto punto (muy posiblemente llevado por sus ideas monárquicas) trata de exculpar a D. Rodrigo, extendiendo la culpa de la destrucción de España a los poderosos señores nobiliarios y eclesiásticos, entregados al placer y olvidados de la suerte de su grey o, como el presunto obispo de Jaén de la crónica, complaciente con el Rey hasta el punto de olvidar sus deberes ministeriales en la confesión, no dirigiendo con mano firme la vida espiritual del monarca, rebajando el rigor de la penitencia, callándose los pecados y torpezas de su penitente, por tal de no indisponerse con el rey hacerse el desentendido cuando sabía bien lo que estaba ocurriendo, contemporizando, aggiornándose convenientemente para ajustarse a los caprichos de su señor, en vez de tomar una postura inflexible como la de los santos que hubiera podido cambiar el rumbo de las cosas.
 
No fue solo el rey D. Rodrigo quien arruinó España, nos parece estar diciendo Pedro del Corral, sino que la arruinaron cuantos faltaron a sus obligaciones.
 
Pues lo que destruye a las sociedades es, en definitiva, la infidelidad, la pusilanimidad y la corrupción de los mejores.

miércoles, 12 de agosto de 2015

UN OBISPO VOLADOR DE JAÉN


Santo Rostro de Jaén


LA LEYENDA DEL VUELO MÁGICO DEL OBISPO Y EL SANTO ROSTRO



Manuel Fernández Espinosa



Está lejos de mi intención pretender ofrecer a seguido la razón (o razones) por la cual el Santo Rostro vino a parar a Jaén. Mucho se ha especulado sobre ello y, para un rastreo histórico, ahí está el libro "Noticias del Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo que se venera en la Santa Iglesia Catedral de Jaén", de D. Federico de Palma y Camacho, del año 1887: más allá de ese libro poco se ha añadido. Resulta una cuestión muy difícil de desentrañar desde las disciplinas históricas y parece que la Santa Reliquia se sustrae a las ávidas manos del historiador positivista, ocultándole sus misterios a los pretenciosos.
 
Por eso mismo queremos ensayar una de las vías que menos se han recorrido y que, en sí misma, es una cura de humildad. En vez de examinar documentación histórica y pretender descifrar el misterio de esta sagrada presencia (del Santo Rostro) en Jaén, vamos a ir a una leyenda sin que se nos importe un bledo que la engreída sonrisa del historiador profesional, en su ignorancia vestida de tecnicismos, nos censure. Nuestro ejercicio no es en modo alguno una crédula aceptación de la leyenda, tantas veces considerada como superstición. Lo que nos proponemos, por lo contrario, es penetrar en la leyenda para hacer patente su verdad (verdad que nunca se limita a una historia fáctica), acordándonos y concordándonos con una de las muchas enseñanzas que hemos recibido del prestigioso filósofo de las religiones, el rumano Mircea Eliade, cuyo estudio siempre será fructífero cuando, más acá de lo teórico, su instrumental se aplique a nuestros campos más inmediatos.
 
Eliade sostiene que: "nos parece que la descripción de una religión hecha sobre la base exclusiva de sus instituciones específicas y de sus temas mitológicos dominantes no la agota (...) Si al proceder a la descripción de cualquier religión se tuvieran en cuenta todos los simbolismos implícitos de los mitos, las leyendas y los cuentos que forma parte de la tradición oral, así como los simbolismos atestiguados en la estructura de la vivienda y en las diversas costumbres, se descubriría toda una dimensión de la experiencia religiosa que parecía ausente o apenas sugerida en el culto público y las mitologías oficiales".
 
Sobre el Santo Rostro de Jaén existe una leyenda que ha pasado desapercibida para los estudiosos del tema, habiendo sido relegada al acervo folklórico como si de ella no hubiera nada que sacar en claro más allá del regalo de su narración al amor de la lumbre, como cosa tradicional y antigua; pero despreciable para quienquiera pretender acceder a la historia del Santo Rostro de Jaén. Vamos a resumirla. 
 
Según cuenta esta leyenda, el varón apostólico San Eufrasio, (en otra versión de la misma el obispo protagonista es Nicolás de Biedma) tenía una villa, a las fueras de las murallas de Jaén. En aquella residencia disponía el obispo de una capilla donde tenía cautivos a dos diablillos en una vasija de cristal. Estos demonios presos se pasaban el día discutiendo el uno con el otro. Cierto día, cuando los demonios creían que el obispo se había dormido, el obispo, con los ojos cerrados y fingiendo dormir, presta atención al cuchicheo de los diablos y escucha de ellos que ese mismo día sería cuando Lucifer le iba a tender una trampa al Papa, llevándolo a cometer un gran pecado. El obispo fiel se despierta y conmina  bajo amenaza a los demonios familiares, terminando por sonsacarles los pormenores de esta asechanza que el infierno trama contra el Santo Pontífice Romano. Forzados por el obispo, los demonios negocian con San Eufrasio. Éste pacta con ellos que nada le dirá a Lucifer de los planes que le han confesado y que, a trueque del silencio y de darle todos los días las sobras de su comida, éstos le llevarían volando por los aires a Roma. Uno de los demonios se transforma en una gran bestia alada y, montado el obispo sobre los lomos del demonio alado, el obispo es llevado rápidamente en volandas hasta Roma. En Roma, el obispo previene al Papa para que éste no caiga en la tentación que, a través de una bellísima mujer, le está urdiendo Lucifer. El obispo de Jaén se enfrenta a esta mujer diabólica, le pone una cruz sobre el hombro y entonces la tierra se abre, terminando por tragarse a la mujer tentadora. Y así fue, como en prueba de gratitud, el Papa le da al obispo de Jaén (en caso de ser San Eufrasio) el Santo Rostro; o bien se la devuelve (en caso de ser Nicolás de Biedma). El obispo regresa a su diócesis, otra vez sobre la cabalgadura diablesca, ya con la preciada reliquia en su poder. Y una vez que retornan, el obispo cumple la promesa hecha a los demonios, pero como ésta consistía en darle las sobras de sus cenas, a partir de entonces el obispo no hizo más cena a diario que nueces, para de esa guisa no darle a los diablos otra cosa que las cáscaras.

La leyenda es, como podemos ver, bastante larga y compleja. En otra ocasión podríamos glosar al pormenor algunos elementos como esa curiosa presa de unos diablos que están retenidos en un bote de cristal (es sobradamente conocido en el folklore el motivo del diablo encarcelado en una redoma: ha permanecido en algunas leyendas del Marqués de Villena y también ha formado parte de la literatura, como podemos verlo en "El diablo cojuelo" (1641) de Luis Vélez de Guevara). Podríamos extendernos más en el simbolismo apocalíptico de la "mujer seductora" que encarna la tentación y el pecado (es la Puta de Babilonia y podría encubrir a la Mujer Escarlata de los satanistas como Crowley.) También podríamos comentar largo y tendido sobre la moraleja final que tanto se asemeja a la de otras leyendas hagiográficas, como la de San Wolfgang (tratada por nosotros en "San Wolfgang, el diablo... San Wolfgan y Halloween") donde, como en tantos otros relatos legendarios, el diablo siempre resulta burlado por el santo.

Sin dejar de ser elementos interesantes, lo que, sin embargo, nos llama la atención de toda la compleja leyenda es el vuelo del obispo de Jaén (y, aunque hoy no lo trataremos, no es el único obispo de Jaén que vuela por los aires). Estos "vuelos mágicos" están sobradamente estudiados por antropólogos, filósofos y fenomenólogos de las religiones, pudiéndose encontrar en las más primitivas y diversas culturas religiosas de todo el mundo. En Altamira hay "brujos" con máscara de pájaros que parece insinuarnos que nuestros antepasados, artistas cavernícolas, estaban familiarizados con el "vuelo" de sus "brujos" (y Altamira no es el único vestigio figurativo del arte rupestre de estos "vuelos mágicos".) Estos "vuelos mágicos" no habría que entenderlos en modo alguno como "vuelos físicos", sino que tendrían que ser considerados como vivencias experimentadas en esa dimensión que los estudios de Henry Corbin pusieron de manifiesto: la del "mundo imaginal". El "mundo imaginal" no es la simple imaginación, ni el mundo imaginativo, en su acepción común. El "mundo imaginal" es el mundo de la Imaginación activa (Imaginación agente). Y conviene recordar que lo "imaginal" (incluso diríamos que hasta lo "imaginario") no es "irreal", por mucho que se salte las convenciones del mundo ordinario. En todas la religiones podemos descubrir rastros del "Magische Flucht" (Vuelo mágico, extático), incluso podríamos remitirnos a la experiencia que cuenta San Pablo de sí mismo, cuando escribe:

"Si es menester gloriarse, aunque no conviene, vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años -si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo; y sé que este hombre -si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir" (2 Corintios 12.)

Por dos veces, en su humildad, repite San Pablo que no sabe si ese arrobamiento fue o no fue "en el cuerpo". Tal vez, si alguna distinción pertinente cupiera hacerse entre los "vuelos mágicos" de todas las religiones y los éxtasis de nuestros santos cristianos tuviéramos que reparar en que, si en las otras religiones se emplean sustancias que pudiéramos denominar psicotrópicas o ritmos para entrar en trance como los chamanes, en el universo católico estas experiencias ocurren por gracia y privilegio que Dios concede a los hombres y mujeres santas, sin que intervengan estímulos o inductores físicos.

En el caso de la leyenda que consideramos el vuelo facilita al obispo el rápido desplazamiento desde Jaén a Roma, para lo cual sirve uno de los diablos que se transforma en una bestia alada para transportarlo.

Eliade distingue dos vuelos mágicos en las religiones más diversas estudiadas por él: 1) el vuelo vertical que recorre el mundo espiritual en todos sus planos: el del infierno con sus demonios, el del mundo de los muertos y los antepasados y el de los seres bienaventurados; y 2) el vuelo horizontal que salva los distancias espaciales en este mundo mediante un desplazamiento prodigioso. El de nuestro obispo es un claro "vuelo mágico" en la línea horizontal: el viaje por los aires lo lleva de Jaén a Roma y de Roma a Jaén.

Toda la leyenda que comentamos contiene en sí una lección didáctica de orden pragmático: para salvar al Romano Pontífice y a la Iglesia -deduciríamos- valen todos los medios, también servirse del poder demoníaco. Los diablos son espiados, se les arranca la confesión mediante la amenaza y se les emplea con la promesa que más tarde no se cumplirá. Es toda una lección de maquiavelismo episcopal, donde se respira el aire fuerte de un clero que pisa la tierra, pero que sabe correr como el pensamiento para procurar el bien común de la Iglesia Católica, salvando nada más y nada menos que al Obispo de Roma y dando razón mitológica y legendaria de la tenencia de la reliquia del Santo Rostro, legitimándola con creces. Sería una de las interpretaciones (la más externa) que pudieran hacerse de esta leyenda nuestra.

Pero mucho más profunda nos parece la enseñanza que se extrae de este tipo de experiencias y que para Mircea Eliade, autoridad en la materia a la que hemos seguido en nuestro comentario, es muy clara:

"Es importante, pues, no olvidar que en todos los niveles de la cultura, a pesar de las considerables diferencias de contextos históricos y religiosos, el simbolismo del "vuelo" y de la ascensión expresa siempre la abolición de la condición humana, la trascendencia y la libertad".

Lo que para Eliade prueba que: "las raíces de la libertad deben ser buscadas en las profundidades de la psique y no en las condiciones creadas por ciertos momentos históricos; dicho de otro modo, que el deseo de la libertad absoluta se encuentra entre las nostalgias esenciales del hombre [...] El deseo de romper los lazos que lo tienen clavado a la tierra no es el resultado de la presión cósmica o de la precariedad económica, sino que es constitutivo del hombre en cuanto existente, gozando de un modo de ser único en el mundo".

Y para lo que concierne a nuestro motivo: la adquisición de la reliquia del Santo Rostro por medio de un "vuelo mágico" en el mundo imaginal se muestra más acorde con la esencia sagrada de la reliquia santa que se custodia y venera en Jaén, mucho más que cuantas explicaciones históricas puedan ofrecerse, puesto que las reconstrucciones históricas de algo que, siendo de éste mundo, no es de este mudno serían insuficientes e incapaces de satisfacer el anhelo último que constituye al ser humano en su "nostalgia esencial" de libertad y trascendencia.

Y como otrora era refrán popular español, cuando se quería afirmar que algo era así y no podía ser de otro modo, digamos con aquella rotundidad hispánica de antaño:

"Eso... y la Cara de Dios está en Jaén".













Goya

 BIBLIOGRAFÍA:

De Palma y Camacho, Federico, "Noticias del Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo, que se venera en la Santa Iglesia Catedral de Jaén" (Imprenta de D. Tomás Rubio y Campos, jaén, 1887)

Eliade, Mircea, "El vuelo mágico", Ediciones Siruela, Madrid, 1995.

Corbin, Henry, "Cuerpo espiritual y Tierra celeste", Ediciones Siruela, Madrid, 1996.
   
 
 

viernes, 7 de agosto de 2015

LA ABADÍA DEL SACROMONTE, ENCLAVE DE LA ESPAÑA LATENTE

Venerable P. José Gras y Granollers
 
UN FOCO DE CONSPIRACIÓN CARLISTA, UN CENTRO DE ESPIRITUALIDAD Y CULTURA  
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Por debajo de la Granada oficial y superficial del siglo XIX late un hervidero de carlismo perseverante. Este carlismo se concentra en la Real, Insigne y Muy Antigua Abadía del Sacromonte, emplazada al noreste de la ciudad de La Alhambra, en lo que con anterioridad se llamaba Monte Valparaíso antes de llamarse Sacromonte. El Sacromonte sería uno de los lugares que más polémicas suscitaría, desde que en 1595 fueron hallados unos restos óseos que se identificaron con las reliquias de los discípulos de Santiago Apóstol: San Cecilio, San Tesifón y San Hisicio, amén de unos libros -los famosos Libros Plúmbeos ó Plomos del Sacromonte- que fueron desacreditados como una falsificación histórica que, todo parece indicarlo así, urdieron algunos moriscos interesados que, con estos libros apócrifos, trataban de conciliar el cristianismo con el islam tras la Guerra de las Alpujarras. A despecho de los Libros Plúmbeos, el celo católico elevó en el Monte Valparaíso un complejo religioso con Via Crucis, capillas rupestres (las Santas Cuevas), un Colegio y un Seminario, así como la Abadía propiamente que se edificó en el siglo XVII, constituyendo un enclave formidable de la religiosidad, la cultura y la tradición de Granada.
 
A finales del siglo XIX los canónigos del Sacro Monte todavía seguían fuertes en la Abadía, convertida en inexpugnable bastión del carlismo. A la Abadía venían a refugiarse los carlistas perseguidos de la Andalucía oriental: Granada, Málaga, Almería y Jaén, bien da cuenta de ello el carlista D. Rufino Peinado y Peinado, cuyo padre no sabemos si pasó más tiempo escondido al recaudo de la Abadía que en su casa de Castillo de Locubín (Jaén) y a la Abadía del Sacromonte venía el canónigo madrileño D. José Torres a reclutar jóvenes como el mismo Rufino. Estaría por abordar un estudio en profundidad de lo que supuso la granadina Abadía del Sacromonte para el carlismo sureño, lo cierto es que si en Granada puede irse a buscar un foco del carlismo hay que ir a la Abadía del Sacromonte.
 
Pero no serían solo canónigos conspiradores y facciosos los que poblarían la Abadía, con ellos -en comunión de ideales, pero consagrados a tareas más espirituales y culturales- convivieron grandes personalidades de la Iglesia española del siglo XIX, a los que visitaban asiduamente personalidades de la cultura granadina, de dimensión nacional e internacional. El carisma personal que atraería y concentraría la movilización espiritual y cultural sería el del catalán P. José Gras y Granollers (1834-1918), proclamado Venerable el 25 de marzo de 1994. El Venerable Padre Gras llegaría a la Abadía del Sacromonte en 1866 ganando por oposición una canongía en la Abadía, instalándose desde entonces aquí, tras muchas peripecias propias de un sacerdote católico del siglo XIX, hostigado y perseguido por los poderes laicistas. En 1866 fundaba una sociedad religioso-literaria llamada "Academia y Corte de Cristo" cuyo objeto él mismo definía con estas palabras: "La Academia de Cristo no tiene otro objeto más que extender todo lo posible el reinado intelectual y moral de Cristo sobre todas las almas, y preservarlas del doble veneno del error y de la desmoralización que hoy rebosa en todas partes". Para ello se puso a la obra, bajo el lema de "Hacer el bien" y con encomiable celo apostólico, dedicándose él mismo y los hombres que congregó a su alrededor a una perseverante labor publicística que exaltaba la divinidad y la realeza de Jesucristo-Eucaristía.
 
Formó la Academia y Corte de Cristo con hombres de confianza y peso científico, clérigos y seglares, que compartían con el P. Gras el mismo fervor. El consejo directivo lo formaban D. José Martín Gutiérrez, magistral, y D. José de Ramos López, canónigo. El Consejo consultivo quedó compuesto por el Abad del Sacromonte, D. Nicolás del Paso y Delgado, el Chantre D. Antonio Sánchez de Arce y Peñuela, el provisor eclesiástico D. José Oliver, el canónigo y director del Colegio de Santiago, D. Juan Manuel Moscoso, el también canónigo D. Isidoro de Velasco, el capellán real D. Servando Arbolí, el abogado D. José Salvador de Salvador y los catedráticos universitarios: D. Nicolás del Paso y Delgado, D. Leopoldo Eguilaz Yanguas, D. Manuel de Góngora y D. Francisco Javier Simonet Baca.
 
Francisco Javier Simonet, arabista y carlista
 
Conviene reparar en estos tres eminentes científicos que pertenecieron a la Academia y Corte de Cristo:
 
El almeriense D. Manuel de Góngora y Martínez (1822-1884) fue un prominente arqueólogo español al que le debemos el hallazgo de la Cueva de los Letreros (Vélez Blanco), uno de los más importantes enclaves arqueológicos de pintura rupestre, donde asimismo se descubrió el Indalo que se ha convertido en símbolo de identidad almeriense y emblema del grupo artístico llamado el Indalismo, con Jesús de Perceval (1915-1985) como líder. Góngora no fue una figura provinciana, sino que fue miembro de institutos arqueológicos europeos como el de Roma, el de París y el de Berlín.

En cuanto a Leopoldo Eguílaz y Yanguas (1829-1906) y Francisco Javier Simonet y Baca (1829-1897) podemos decir que ambos, aunque no eran granadinos nativos, se vincularon a Granada por tener en la universidad granadina a su Alma Máter. Pertenecieron ambos al grupo, tan desconocido hoy y tan relevante para la cultura hispánica, de los llamados "Orientalistas Granadinos". Este grupo quedó caracterizado por el mismo Simonet en su escrito "Noticia de los orientalistas que ha producido la Universidad [de Granada]". En esta relación se pone en evidencia que muchos de los miembros del grupo de Orientalistas Granadinos empezaron estudiando el sánscrito, derivando posteriormente al estudio del árabe, no eran todos nativos de Granada (Eguílaz era murciano y el mismo Simonet era malagueño), pero en el momento crucial de su formación intelectual coincidieron en Granada, teniendo dedicaciones profesionales diversas como docentes, como clérigos o como diplomáticos, no pocos de ellos permanecieron en Granada hasta su muerte y mantuvieron relaciones entre sí. Este grupo intelectual no permaneció instalado en la comodidad de su cátedra universitaria, sino que realizó una labor expedicionaria muy significativa para recopilar manuscritos árabes, sobre todo en Marruecos, a partir de 1859.
 
Simonet, tal vez el más conocido, fue catedrático de lengua árabe en la Universidad de Granada y le debemos, entre sus muchas y acreditadas aportaciones intelectuales, una obra fundamental: "Historia de los mozárabes españoles" (1867). Según uno de los condiscípulos de Simonet, Almagro Cárdenas, Simonet "fue carlista antes que literato". La afirmación tal vez sea hiperbólica, pero es lo suficientemente elocuente como para comprobar que el perfil de los intelectuales vinculados a la Academia y Corte de Cristo del P. Gras y, por ende, a la Abadía del Sacro Monte, no eran en modo alguno tibios hombres que no se comprometieran con la Religión Católica y la Patria.
 
El P. Gras, por su parte, no quedó tampoco restringido al ámbito provinciano. Por mucho que su figura hoy sea la de un desconocido, su colosal labor propagandística fue reconocida por prestigiosas entidades internacionales, entre las que cabe destacar el Consejo Superior del Museo y Biblioteca Eucarísticos de Paray-le-Monial (al que fue adscrito como miembro perpetuo en 1882), fue nombrado representante en España de la revista internacional "Le Règne du Jésus-Christ", en 1885 se convirtió en miembro del Comité Permanente de la Sociedad de los Fastos Eucarísticos y participó en el Congreso Eucarístico de París del año 1888, presentando una ponencia bajo el título "El pacto de Cristo con España" que el mismo Barón de Sarachaga tradujo al francés. La relación del P. Gras con el núcleo del Hiéron de Paray-le-Monial (que yo mismo he tratado en los artículos enlazados abajo) no puede pasar desapercibido.
 
Y es que, como el mismo P. Gras afirmó: 
 
"La Academia y Corte de Cristo no es lo que vulgarmente se entiende por una cofradía, no es una mera asociación de culto al Santísimo Sacramento o una empresa de propaganda religiosa; somos todo esto y mucho más que esto; somos un apostolado, una cruzada de hombres, mujeres y niños para hacer triunfar el bien, frente a frente de la organización, propaganda y desbordamiento universal del mal".
 
La Academia y Corte de Cristo fue otra manifestación exterior de un núcleo permanente que, pese a todos los avatares históricos, está latente en la Cristiandad y siempre en España.

Indalo almeriense

Fuente del artículo originario: Reino de Granada (Órgano del Círculo Tradicionalista General Carlos Calderón leal a S.A.R. el Duque de Aranjuez Don Sixto Enrique de Borbón y al ideario católico-monárquico)

 
ENLACES RELACIONADOS:
 
 
Fernández Espinosa, Manuel, EL HIERON DU VAL D'OR AL SERVICIO DEL REINADO SOCIAL DE CRISTO, publicado en RAIGAMBRE (Revista Cultural Hispánica), 7 de febrero de 2015.

Fernández Espinosa, Manuel, CARLISMO EN EL SUR, publicado en RAIGAMBRE (Revista Cultural Hispánica), 2 de junio de 2015.