sábado, 22 de agosto de 2015

FERVOR MÍSTICO, CALOR SANTO

 
 
Santa Gema Galgani

 
EL FERVOR EFECTIVO EN LOS ORANTES
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
"Ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?"
"Yo he venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda?".
(Lucas 12, 49)
 
 
 
Pese al sentido metafórico que prevalece para todo lo que es poco frecuente (y menos conocido todavía), como es el tema del "calor místico", queremos presentar hoy casos que ponen de manifiesto que ese "calor místico" sólo tiene su sentido traslaticio merced al hecho real de unos efectos constatados en la tradición mística cristiana, que no por desafiar las leyes físicas, planteando severas incógnitas a la ciencia, mostrándose como misterio irreductible a los parámetros de las leyes naturales, dejan de ser menos reales.
 
Decíamos que este "calor místico" se ha podido constatar en los "orantes" y en los "beligerantes" y, al hilo de ello, un atento lector sugería muy oportunamente que ese calor místico también podría afectar al tercero de los órdenes sagrados de la sociedad tradicional trifuncional: "¿Los laborantes no deberían tener su propio tipo de furor específico? ¿Puede estar relacionado con lo que llamaríamos ahora 'inspiración artística' o con el furor poético?" -decía en un comentario a nuestro artículo de ayer este amable lector. Y no deja de ser una interesante aportación, puesto que en el buen "laborante" hay un "artista" y podría darse de hecho el fenómeno que redescubrimos y destacamos, baste pensar en un Miguel Ángel en plena ejecución de alguna de sus obras artísticas, mientras concibe las pinturas de la Capilla Sixtina y las realiza o cuando labra el David o el Moisés.

Pero para presentar algunos de los casos de "fervor místico" en el ámbito cristiano vamos a centrarnos hoy en el orden de los orantes, donde se han producido a lo largo de la Historia de la Iglesia con más frecuencia de lo que puede ser la opinión común. San Dionisio Areopagita ya nos advertía las razones por las cuales las Sagradas Escrituras preferían la alegoría del fuego a todas las otras, diciendo: "El fuego representa, por decirlo así, muchas propiedades de la Deidad. El fuego, en realidad, está sensiblemente en todas las cosas. Lo penetra todo sin mancharse y continúa al mismo tiempo separado. Todo lo ilumina y permanece a la vez desconocido, pues no se le percibe más que a través de la materia donde opera. Es incontenible. Nadie lo puede mirar fijamente. Todo lo domina, y transforma en sí mismo cuanto alcanza...", además de estas propiedades que menciona y otras y conforme a la opinión de Dionisio: "el símbolo del fuego es la mejor manera de expresar la semejanza que tienen con Dios los seres-inteligencias del Cielo".
 
Pero, además de su profundo simbolismo, el P. Jérôme Ribet, en su monumental obra "La Mystique Divine" (Paris, 1879) nos proporciona la noticia de este fenómeno místico, comúnmente llamado "incendios de amor". El hecho comprobado es que algunos santos han presentado hacia el exterior un fuego abrasador que caldea y hasta quema materialmente la carne y la ropa cercana a la zona del corazón. No estamos, por lo tanto, ante una metáfora. Nuestro amigo y maestro el padre dominico Rvdo. P. fray Antonio Royo Marín (1913-2005) ofrecía una fenomenología sobre este asunto, ordenando estas manifestaciones en tres grados de menor a mayor, a saber:
 
1º) Simple calor interior: "un calor extraordinario en el corazón que se expansiona y repercute después en todo el organismo".
 
2º) Ardores intensísimos: en este caso, la intensidad del calor requiere recurrir a los refrigerantes para poderlo soportar.
 
3º) La quemadura material: el calor místico puede llegar al extremo de producir la incandescencia y hasta la quemadura material.
 
Dentro del primero de los grados puede citarse los casos de Beata Juliana de Cornillón, Santa Brígida que, merced al calor místico no se apercibía de los rigurosos fríos suecos, San Wenceslado que visitaba las iglesias de noche, descalzo sobre la nieve no sólo indiferente al frío sino capaz de dejar sobre allí donde pisaban sus pies la impronta de huellas cálidas.
 
En el segundo grado puede mencionarse a San Estanislao de Kostka que en pleno invierno requería que se le aplicaran paños empapados en agua fría sobre su pecho. En Goa y otros lugares, San Francisco Javier tuvo que descubrir su pecho o San Pedro de Alcántara que tenía que salir de su celda por no poder contener el calor.
 
El grado de plenitud de esta experiencia mística lo constituye la quemadura material. Por ser la experiencia superior vamos a detenernos un poco más.
 
Beato Nicolás Factor, en esta iconografía puede verse que
se ha superpuesto un corazón incandescente y flameante

 
El caso de nuestro compatriota valenciano, el Bienaventurado Nicolás Factor (1520-1583), es elocuente. Se registran dos hechos que nos dan cuenta de esta manifestación mística del "fervor místico" con la que fue distinguido por Dios. Así es como uno de sus hagiógrafos, Fray Joaquín Compañy, nos lo comunica en su libro "Vida del B. Nicolás Factor, hijo de la provincia de menores observantes de N(uestro). P(adre). S(éráfico). Francisco de Valencia". Compañy nos revela que "en lo más erizado del invierno" el Bienaventurado Nicolás Factor se arrojó a "un estanque de agua, para triunfar del enemigo que intentaba asaltar su pureza. Tres horas contínuas estuvo dentro del agua, y fué tal el fervor que enardeció su espíritu, que sin embargo de estar tan fría por lo crudo de la estación, llegó á hervir a causa de la actividad del fuego que abrigaba en sí aquel fervoroso amante del celestial Esposo".
 
No quedó ahí la única prueba de que Beato Nicolás Factor experimentara realmente en vida el fervor místico con efectos en el exterior. A su muerte mostró, entre otras particulares señales de santidad, mantener su cuerpo a una temperatura inadecuada al cadáver: "Aquella intensa frialdad que desde luego se apodera de un cadáver, no se notaba en el del Beato Nicolás; porque después de muchas horas que estaba difunto conservaba un calor como si estuviera vivo". Para que no quedaran dudas, al correrse la noticia de este hecho extraordinario, se presentaron ante el difunto el gran Maestre de la Orden de San Jorge, para comprobar lo que se decía y dar fe de ello: "...atribuyéndolo a prodigio, quiso asegurarse de ello el gran Maestre de la Orden de San Jorge, que acudió a la novedad acompañado de muchos Caballeros de la Orden, y poniendo la mano baxo del cadaver depone que notó un calor que no podía ser natural después de tantas horas difunto."
 
Pero más próxima en el tiempo a nosotros tenemos a Santa Gema Galgani (1878-1903). Santa Gema llegó a poner en un compromiso a los científicos de su época que no está tan lejana de la nuestra, en su lecho de enferma mostró accesos febriles cuya temperatura no podían registrar los termómetros clínicos y le aparecieron manchas semejantes a quemaduras, deformándosele dos costillas visiblemente. En esto Santa Gema vino a reproducir ciertos patrones semejantes a los que experimentó el fundador de su Congregación, San Pablo de la Cruz (1694 - 1775) . A San Pablo de la Cruz el paño de su túnica de lana se le quemó varias veces a la altura del corazón.
 
La terciaria dominica Lucía de Narni (1476-1544) tenía la piel ennegrecida y como tostada al lado del corazón, como a San Pablo de la Cruz, como a Santa Gema Galgani y como también a San Felipe Neri, las costillas parecieron curvarse por lo que parece efecto de la dilatación del corazón, sin que haya podido explicarse la razón por la que no causa un traumatismo grave e incluso la muerte si se prolonga en el tiempo sin tratamiento.
 
 
 

1 comentario:

  1. No conocía los casos que mencionáis pero quisiera aportar otro caso relativamente conocido: el de san Serafín de Sarov en su conversación con quien fuera su discípulo, Motovilov. No es difícil de encontrar en internet la narración relatada por el propio Motovilov para quien esté interesado.

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