viernes, 14 de agosto de 2015

DOS OBISPOS EN EL TORBELLINO

 
En el grabado, Don Rodrigo rompe los legendarios candados de la cámara secreta
 
 
LECCIÓN DE UNA CRÓNICA FANTASIOSA
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Recientemente hemos tratado de la leyenda concerniente al "vuelo mágico" del Obispo de Jaén para obtener el Santo Rostro: "Un obispo volador de Jaén: la leyenda del vuelo mágico del obispo y el Santo Rostro". Era en ese artículo donde avanzábamos que aquel legendario obispo de Jaén no era el único que volaba por los aires y, para que no cayera en olvido el compromiso que contraje de comentar el otro caso, mucho menos conocido, trataré de presentar hoy la cuestión.
 
Conviene tener presente que ni en el artículo más arriba referido ni en éste estamos presentando como Historia lo que no lo es. En el caso del Obispo volador de la leyenda veíamos que asistíamos a un relato que si de alguna manera puede comprenderse habría que hacerlo desde las llamadas experiencias de "vuelo mágico" registradas en todos los tiempos y lugares, profundamente estudiadas por Mircea Eliade, y alegábamos que todo aquello transcurría en el "mundo imaginal", en gran medida perdido a efectos prácticos para occidente con el racionalismo cartesiano y, al menos en el campo conceptual, recuperado en el siglo XX merced a los estudios de Henry Corbin. En el presente caso tendremos ocasión de ver que este otro presunto vuelo del otro obispo de Jaén tampoco podemos irlo a buscar en la historia efectiva. Y por lo que se infiere de la narración que de ello se hace tampoco podríamos atribuirlo a "vuelo mágico" ni al "mundo imaginal", sino a ese otro mundo (conviene distinguirlo del "imaginal") de la imaginación literaria. Pero si el valor histórico de este relato puede darse por desacreditado, eso no implica despreciarlo desde la Historia de las Ideas, a veces mucho más interesante que la Historia en bruto.
 
Las fuentes históricas de este vuelo no existen, si por fuentes históricas debiéramos barajar documentos fehacientes. Las menciones que de ello hay son pocas y puede decirse que la fuente literaria de la que se extrae el caso está descalificada como un cronicón fantasioso cuya autoría se le debe a Pedro del Corral, noble del siglo XIV del que poco se sabe. Se trata de la "Crónica del rey Don Rodrigo, postrimero rey de los godos", por otro nombre conocida como "Crónica sarracina", que se escribió aproximadamente por 1443 y se dio a la estampa en 1499. Fernán Pérez de Guzmán la calificaba ya en su época como "trufa o mentira paladina", aunque parece que la animadversión personal que sentía por Pedro del Corral a cuenta de desavenencias políticas podía justificar su acrimonia. Tampoco deja de ser interesante que uno de los primeros que refiere el caso que vamos a presentar sea Enrique de Villena (el Nigromante), extraño polígrafo de su época que no se ahorró el descrédito por dedicarse a saberes ocultistas que incluían la cábala o la astrología judiciaria. Así, en una carta que escribe Enrique de Villena al no menos famoso caballero Suero de Quiñones (protagonista del famoso Passo Honroso), Villena le recuerda el caso que vamos a comentar, dándolo por cierto -suponemos que por sobrevalorar el sentido alegórico de la anécdota que había leído en la "Crónica sarracina".
 
Presentemos el relato. En el capítulo CCL de la "Crónica sarracina" nos cuenta Pedro del Corral que, en vísperas de la batalla de Guadalete, el rey Don Rodrigo manda llamar a los principales de sus partidarios. Acuden a su llamado, entre otros "dos obispos, el uno de Jahén y el otro de Liberia". Por Liberia haríamos bien en entender "Iliberris" (Granada) y por Obispo de Jaén habría que saber a cual de las sedes episcopales de la actual Diócesis pudiera referirse el autor, pues sobre nuestra actual Diócesis de Jaén por aquellas fechas estaban erigidas las sillas episcopales de Tucci (Martos), Cástulo, Beatia y Mentesa.
 
Llegados ante el rey -sigue diciéndonos la crónica- "levantóse delante del Rey e de los cavalleros un torvellino tan grande que fue cosa extraña; e vínose derechamente onde el Rey estava e arrebató dos obispos, el uno de Jaén y el otro de Liberia, e levólos muy altos de tierra. E rebató al Rey un capirote que tenía en la cabeça e levógelo. E quando todos miraron parescía que al cielo llegava, e vieron que ivan los obispos en medio del torvellino."
 
A la media hora de ser arrebatados por el torbellino, cuenta Pedro del Corral que "viéronlos venir todos desnudos sino fueron los paños menores, e las cabeças todas tresquiladas, e las carnes dellos todas rascuñadas como si los oviesen traído por algunas çarças". Ambos obispos, maltrechos e inconscientes por el accidente sufrido, se reaniman pasada una hora, recuperan la consciencia y, tomando la palabra el obispo de Jaén, éste le dice al rey Rodrigo: "Dios dio lugar al diablo que media hora sola oviese poder sobre mí para me fazer mal, empero que me non matase; e esto todo fue porque yo non te di la penitencia de tus pecados tal qual estava en razón de te dar, nin te fablé en la penitencia por aquella manera que devía. Ca yo non te estrañava el mal, nin te demandava más de lo que tú me querías dezir. E yo de cierto sabía que algunas cosas dexavas de dezir que non dezías...".
 
De esta forma expone el obispo de Jaén que el haber sido arrebatado por el torbellino ha sido cosa del diablo con permisión de Dios, para hacerle ver la mala dirección espiritual que en sus confesiones sacramentales ha usado con el rey Rodrigo. El relato del obispo de Iliberris (Liberia) insiste sobre el motivo de aquel prodigioso rapto por los aires, pero en vez de ser por la razón que expone el de Jaén, el de Liberia ha sido castigado para su escarmiento por motivo de su codicia y otros pecados capitales como la gula, con despreocupación de sus pobres, lo cual ha sido tan mal ejemplo moral para su feligresía. Ambos obispos, tras aparejarse confesando sus pecados, fallecen.
 
Como puede verse por el relato nos encontramos ante lo que más que probablemente no sea otra cosa que una historia edificante, fruto del celo piadoso de Pedro del Corral que aunque no disculpa los pecados del rey Rodrigo, sí que hace a los grandes del reino copartícipes con Don Rodrigo de la Pérdida de España.
 
Los rasgos más simbólicos de todo el relato de la "Crónica sarracina", por encima del episodio de los obispos, son el torbellino y el capirote:
 
Por su movimiento espiral y helicoide el torbellino contiene el símbolo de la evolución universal, llevando implícitamente el sentido de una expiación de las transgresiones contra el orden divino y natural.
 
Además de los dos prelados recordemos que el torbellino también succiona con ellos el capirote del monarca: "rebató al Rey un capirote que tenía en la cabeça e levógelo". En la época de Pedro del Corral el capirote que podía llevar el Rey Rodrigo era uno de esos antiguos capuchos con falda que caía sobre los hombros y a veces llegaba a la cintura. Como apunta Juan Eduardo Cirlot: "la capucha integra y refunde el doble significado de la capa y el sombrero". La capa cubre y abriga, el sombrero es símbolo del pensamiento y si es cónico como se indica por el nombre de "capirote" tiene un significado especialmente sexual. El simbolismo de la invisibilidad expresado en el capirote es reforzado por ser sombrero y a la vez capa. Que al rey Rodrigo se le despoje de ese "capirote" cuando los dos obispos son succionados por el torbellino es una imagen por la cual se pone de manifiesto que los pecados ocultos del rey visigodo son descubiertos y serán inminentemente castigados con la derrota de sus tropas en las aguas del Guadalete.
 
Comúnmente se piensa que es en la "Chronica gotorum Pseudo Isidoriana" cuando el anónimo mozárabe de Toledo que la escribió introdujo la leyenda de la Cava, hija del conde Don Julián que provoca la ira del padre por haber sido la hija deshonrada por el rey D. Rodrigo, esto parece que se hacía por evitar mencionar la traición de Witiza, que no era grata a los aristócratas mozarabizados. Se inventó así toda una fábula moralizante por la que se achacaban a los pecados de lujuria de Rodrigo el haber provocado la destrucción de España a manos de los invasores africanos. Los árabes, más tarde lo incorporaría Alfonso X en su "Estoria de España", añadieron a esta leyenda la de los cerrojos que Rodrigo mandó romper para acceder a la cámara secreta de la Cueva de Toledo: al pecado libidinoso se le sumaba así la desmesura de Rodrigo que, en vez de ajustarse a la tradición que supuestamente existía entre los reyes visigodos, consistente en poner cada uno de ellos otro candado más a esa cámara misteriosa, quebrantó todos los candados para abrir la puerta de las calamidades.
 
Con el relato de Pedro del Corral se incorpora otro dato más que, hasta cierto punto (muy posiblemente llevado por sus ideas monárquicas) trata de exculpar a D. Rodrigo, extendiendo la culpa de la destrucción de España a los poderosos señores nobiliarios y eclesiásticos, entregados al placer y olvidados de la suerte de su grey o, como el presunto obispo de Jaén de la crónica, complaciente con el Rey hasta el punto de olvidar sus deberes ministeriales en la confesión, no dirigiendo con mano firme la vida espiritual del monarca, rebajando el rigor de la penitencia, callándose los pecados y torpezas de su penitente, por tal de no indisponerse con el rey hacerse el desentendido cuando sabía bien lo que estaba ocurriendo, contemporizando, aggiornándose convenientemente para ajustarse a los caprichos de su señor, en vez de tomar una postura inflexible como la de los santos que hubiera podido cambiar el rumbo de las cosas.
 
No fue solo el rey D. Rodrigo quien arruinó España, nos parece estar diciendo Pedro del Corral, sino que la arruinaron cuantos faltaron a sus obligaciones.
 
Pues lo que destruye a las sociedades es, en definitiva, la infidelidad, la pusilanimidad y la corrupción de los mejores.

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