martes, 28 de abril de 2015

LA ESCUELA SPERAINDEANA DE CÓRDOBA

Cambiamos la imagen tras la oportuna rectificación de uno de nuestros lectores,
a quien agradecemos la precisión.



CATENA AUREA DE LA IGLESIA HISPÁNICA

Manuel Fernández Espinosa

Contiene el "Timeo" de Platón una preciosa referencia a la estancia que realiza el sabio Solón de Atenas a la ciudad egipcia de Sais, en donde se encuentra con los sacerdotes que custodian viejas tradiciones que por ese tiempo se habían olvidado en su patria ateniense.
Algo parecido tuvo que sucederle a nuestro Eulogio de Córdoba allá por el año 848 cuando, truncado un viaje a Francia, fue acogido por su amigo el obispo Wilesindo en Navarra y allí visitó los monasterios y sus bibliotecas, adquiriendo conocimientos que serían esenciales para la reconquista espiritual que protagonizó en el mismo corazón del estado de ocupación andalusí. Regresó Eulogio a Córdoba, cargado de libros de literatura clásica profana y religiosa: obras de la Patrística, himnos litúrgicos, poemas latinos, filosofía grecorromana: entre esos libros venían "La ciudad de Dios" de San Agustín, la "Eneida" de Virgilio, Juvenal, Porfirio... Y en Córdoba, pertrechado con esta biblioteca, continuará la escuela hispano-visigoda, un foco de cultura clásica en la Córdoba del Califato.
Eulogio había sido discípulo del abad Speraindeo (siglo VIII-IX), maestro que daba continuidad, rodeado por un ambiente hostil, al monumental legado cultural de San Isidoro. La invasión del año 711 no había podido aniquilar la herencia isidoriana que trascendía incluso nuestras fronteras patrias. Con antelación a la invasión, en Zaragoza el isidorismo había sido continuado piadosamente por San Braulio, Máximo, Juan, Tajón. En Barcelona, San Quirico. En Toledo, San Eugenio, San Ildefonso, San Julián. En el Bierzo, San Fructuoso con sede en Braga y San Valerio. En Palencia, Conancio y en Baeza (Jaén) Badwigio. Y en Córdoba, su obispo Zazeo.
Como podemos ver, San Isidoro constituyó una escuela que irradió la cultura a toda la península (y, por ende, a toda Europa). Por eso Álvaro de Córdoba puede llamarle: "beatus et lumen, noster Isidorus" (nuestro Isidoro, bienaventurado y luminaria).
Para Menéndez Pelayo, la escuela cordobesa del abad Spera-in-Deo es un afluente del gran Isidoro Santo.   
Se sabe poco de Speraindeo: "Escribió un "Apologético" contra Mahoma (perdido). Se conserva un pequeño escrito sobre la Trinidad" (dice fray Guillermo Fraile en su "Historia de la Filosofía"), aunque el musulmán comunista Roger Garaudy sostiene que ese "Apologético" de Speraindeo iba dirigido contra los arrianos: "El fundador de esta escuela fue el abad Esperendeo (sic) a quien San Eulogio, lo mismo que su biógrafo Álvaro consideraban su maestro espiritual. Esperendeo nació hacia el final del siglo VIII. Escribió un tratado sobre la Trinidad y, sobre todo, una "Apologética", dirigida contra los heréticos. Y estos heréticos son, para él, los arrianos" ("El islam en occidente. Córdoba capital del pensamiento unitario"). Si el "Apologético" de Speraindeo se perdió, quisiéramos saber cómo sabe Garaudy a ciencia cierta que el texto apologético está dedicado a los arrianos.
Álvaro de Córdoba, otro de los grandes de esta escuela cordobesa, se quejaba de la arabización que se estaba operando en la población cristiana hispano-visigoda: "¡Heu, pro dolor!, linguam suam nesciunt christiani!" (¡Oh, dolor! su propia lengua desconocen los cristianos). Marcelino Menéndez Pelayo y Ramón Menéndez y Pidal piensan que Álvaro era propenso a la exageración, pero lo cierto es que bajo la hegemonía musulmana en la España ocupada los cristianos estaban sufriendo una progresiva descristianización, debido al prestigio social que otorgaba seguir las modas arábigas. Sin embargo, Menéndez Pelayo sentencia: "No hay, pues, motivo para creer que la tradición literaria fuese cortada nunca, ni entre los cristianos sometidos, ni entre los cristianos independientes, durante el áspero y oscuro período que va desde la invasión sarracena hasta el primer Renacimiento, el del siglo XIII" y Menéndez Pidal cree que eso fue así en la Bética gracias a que las regiones meridionales sujetas al dominio musulmán "eran las más cultas de todas". Menéndez y Pelayo indica que la pervivencia de la tradición clásica fue posible en Córdoba a la valiosa labor de Speraindeo: "A ello contribuyó la existencia de escuelas como la del abad Spera-in-Deo, organizadas evidentemente conforme al tipo visigótico".
El carácter de la escuela de Speraindeo no era exclusivamente clerical "lo prueba la existencia de un escritor lego tan fecundo y original como Álvaro. Hasta puede sospecharse -sigue diciendo Menéndez Pelayo- que la clase literaria de los gramáticos no había desaparecido, y que a ella pertenecía aquel Juan Hispalense, a quien Álvaro dirigió tantas cartas, defendiendo contra él que los varones santos y apostólicos no se habían guiado por el arte de Donato, sino por la simplicidad de Cristo".
La escuela speraindeana reprobaba la retórica de la época por inane e insustancial para habérselas con el grave problema que afectaba a la población cristiana sometida y abogaba por una formación integral en que cultura humanística iba indisolublemente unida a la espiritualidad católica. Esta espiritualidad tuvo incluso sus repuntes de misticismo como se desprende de lo que Álvaro de Córdoba dice de Eulogio: "tenía gracia [San Eulogio] para sacar a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz". Esta ascensión al reino de la luz que procuraba San Eulogio es indicio de los trabajos espirituales que se realizaban en el seno de la escuela teológica que, fundada por Speraindeo, prosiguió bajo la dirección de San Eulogio. En la escuela speraindeana se cultiva la poesía como Álvaro de Córdoba nos revela, al recordar los versos rítmicos que componían él y su condiscípulo y amigo Eulogio; además, también se sabe que San Eulogio, en su primera prisión, pasaba el tiempo componiendo versos métricos que no nos han llegado. Pero además de dotarse de una sólida formación humanística y de tratar a las musas, en la escuela de Speraindeo se atendía a cuestiones eminentemente religiosas de liturgia y oración. San Eulogio trajo de Navarra a Córdoba los himnarios litúrgicos que más tarde serían entonados en las mazmorras califales por los que se aprestaban a la muerte martirial. Y podemos suponer que los iniciados en la escuela eulogiana emprendían el camino del martirio como vía purgativa, como se infiere de los consejos y confortación que Eulogio dedica a Santas Flora y María: "Hermanas mías, considerad atentamente la Pasión del Señor, y, meditando sus pasos, no otorgaréis a los tormentos temporales excesiva importancia; porque, si bien son ásperos y amargos, en cambio, son breves y acaban pronto" ("Documento martirial"). A la vía purgativa, como es sabido, le sigue la iluminativa que es culminada en la unitiva: en el caso de los mártires, ésta culminación unitiva (nupcial) del alma con Dios se realizaba a través de la muerte física.
Pero la escuela eulogiana en un principio no se fundó para formar mártires. Podemos decir que entre sus objetivos destacaba el mantener la tradición isidoriana y devolver a los cristianos a sus raíces, algo que se hacía apremiante a juzgar por la descripción que Álvaro nos proporciona de la situación en el año 854. Según el amigo y biógrafo de Eulogio los jóvenes cordobeses (cristianos) adoptaban las costumbres de los musulmanes ocupantes y para ser bien vistos socialmente hasta se circuncidaban, se entregaban a las fábulas árabes y a versificar en árabe: "entre la gente de Cristo -afirma Álvaro- apenas hallarás uno por mil que pueda escribir razonablemente una carta a su hermano, y, en cambio, los hay innumerables que os sabrán declarar la pompa de las voces arábigas y que conocen los primores de la métrica árabe mejor que los infieles".
En Córdoba imperaban, a la luz de estos informes, las modas extranjeras y los mismos cristianos se extranjerizaban por novelería. Es como si en nuestro tiempo, empezáramos a hablar inglés y olvidáramos el castellano, teniendo por mala nota emplear nuestra lengua socialmente. Algo que estamos muy cerca de que ocurra con el sistema bilingüista que se nos impone con calzador.
Ante este deplorable panorama de la arabización progresiva que parecía imparable para los cristianos béticos, Eulogio y Álvaro se propusieron recuperar a los cristianos mediante la vuelta a la tradición latino-visigoda. Como dice Feliciano Delgado León: "Álvaro y Eulogio buscan la solución del problema de la influencia cultural islámica en una vuelta a las fuentes. Córdoba es un centro de cultura latina y se vuelve a la cultura latina, a una nueva latinización para contrarrestar la islamización" ("Álvaro de Córdoba y la polémica contra el Islam. El Indiculos Luminosus").
Estas dos fuertes personalidades supondrían un verdadero problema para el califato. Contra lo que opina Garaudy y sus secuaces filomusulmanes, la escuela eulogiana no era un criadero de "suicidas cristianos", más bien lo que ocurría era lo que apuntaba Feliciano Delgado: "El movimiento afirmativo cordobés era cultural, pero la autoridad civil podría ver en ese grupo unos enemigos potenciales".
Para Menéndez Pidal el siglo IX es "la época de máxima exaltación nacional de los mozárabes": "la degollación de San Perfecto en Córdoba (850) abre una esplendente era de martirios. Los calabozos de la ciudad califal, donde yacían amontonados los confesores de la fe cristiana, entre ellos las Santas Flora y María, resonaban en himnos eclesiásticos, y allí, en la prisión, San Eulogio, gran cultivador del heroísmo, escribía el "Documentum martyriale" para esforzar a las vírgenes en el tremendo sacrificio de muerte (851). La cristiandad admiró a los nuevos santos, y ciertos monjes de Saint Germain des Prés, de París, peregrinaron a Córdoba para llevar a su abadía cuerpos y reliquias de estos mártires mozárabes, prometiendo darles en París gran culto y honra (858)". La abadía germanopratina que había sido sido fundada por Childeberto I para dar culto a las reliquias de San Vicente Mártir, volvía a España para nutrirse de las reliquias de nuevos mártires hispanos.
Entre los años 850 y 859, treinta y ocho varones y diez mujeres cristianos sufrieron el martirio.
Para que tamaña proeza pudiera suceder dos hombres de Dios, Eulogio y Álvaro, habían aparejado sus corazones y ánimos, y los de sus seguidores para disponer sus vidas mortales al holocausto:
"En esta vida corruptible, por muy grande que sea la dicha que uno disfrute, por muchas comodidades que nos rodeen, por éxito que se obtenga en los negocios, es preciso confesar que, por no haber nada estable, por vivir aquí de paso hacia el Señor, más bien se debiera llamar a todo ello desolación y tristeza que tranquilidad; pues, contemplado a través del prisma de este mundo, todo lo inherente a las cosas temporales, sucumbe a la vanidad y corrupción y, decae fácilmente de su esencia, conforme al testimonio de Salomón: "Todo es vano bajo el sol"." (San Eulogio, "Documento Martirial").
En nuestros tiempos, cuando la nueva descristianización avanza como un rodillo desde distintos frentes: las falsas espiritualidades de la Nueva Era, el laicismo, la reislamización de España y Europa, la Escuela Speraindeana es un modelo tradicional de referencia para la formación espiritual y el combate intelectual por conservar las esencias hispanocristianas en un mundo globalizado donde todos, hasta en el mismo Vaticano, parece que claudican.
BIBLIOGRAFÍA:
Menéndez y Pelayo, Marcelino, "San Isidoro, Cervantes y otros estudios", Espasa Calpe, Madrid, 1959.
Menéndez y Pelayo, Marcelino, "Historia de las Ideas Estéticas en España", C.S.I.C., Madrid, 1974, tomo I.
Menéndez y Pidal, Ramón, "El idioma español en sus primeros tiempos", Espasa Calpe, Madrid, 1968.
Fraile, Guillermo, "Historia de la Filosofía", tomo II, La Bac, Madrid, MCMLXVI.
Infantes Florido, José Antonio, "En Córdoba empezó la Reconquista", Cajasur, Córdoba, 1999.
Delgado León, Feliciano, "Álvaro de Córdoba y la polémica contra el Islam. El Indiculus Luminosus", Obra Social y Cultural de Cajasur, Córdoba, 1996.
San Eulogio, "Obras Completas" (Edición bilingüe), Imprenta Provincial, Córdoba, 1959.

lunes, 27 de abril de 2015

ISABEL LA CATÓLICA, LA REINA JOÁNICA



PARA LA COMPRENSIÓN DE LOS SÍMBOLOS DE ESPAÑA

Manuel Fernández Espinosa



El régimen de Franco asumió como suyos una serie de símbolos que se vieron plasmados en monumentos, placas y otros elementos de la edilicia que se erigió durante las décadas franquistas. Estos símbolos, hoy tan denostados y tachados como franquistas, no son -en cambio- de origen franquista, ni siquiera fue Francisco Franco el que los propuso en su origen. La mayor parte de estos símbolos se los apropió el franquismo, trayéndolos de muy remotas épocas: los Reyes Católicos y el Imperio de los Habsburgo.
 
Por ejemplo, el Yugo y las Flechas (adoptado por la Falange, a instancias de Juan Aparicio López) fue sugerido indirectamente por un profesor krausista, D. Fernando de los Ríos, profesor de la Universidad de Granada, que en una de sus lecciones dibujó un ramillete de flechas entroncadas con un yugo y dijo: "Si algún día hubiese un fascismo español, éste podría ser el emblema". En aquella clase se hallaba Juan Aparicio López que tomó nota y que lo propuso a Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, que lo adoptaron para las J.O.N.S. (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista). Más tarde, en plena contienda, con el Decreto de Unificación de 1938, se estableció que el Yugo y las Flechas sería el emblema del Partido Único: Falange Española Tradicionalista de las JONS. El símbolo provenía de los Reyes Católicos, a quienes se lo propuso Antonio de Nebrija como empresa alegórica que figuraba las iniciales de Isabel, en la "Y" de yugo y la "F" (de flechas) de Fernando.
 
Antonio Medrano, estudioso de la simbología tradicional, indica, no obstante, que: "Empero el mensaje que nos transmiten las flechas y el yugo de la Falange no queda aquí. Hay en este emblema significados todavía mucho más profundos y más ricos, que son justamente aquellos en los que se esconden, con una silenciosa elocuencia, las potencialidades más altas del movimiento falangista".
 
Sin embargo, Fernando de Aragón tuvo otros emblemas como el yunque y el martillo. Juan de Horozco y Covarrubias (1540-1608) nos lo revela: "El rey católico usó un tiempo una empresa de la yunque y del martillo, y de ella no hay mucha memoria, ni aún tan propia a tan gran Príncipe, aunque añaden que le fue más propia la divisa del yugo y las flechas acompañadas del lema "Tanto monta"." ("Emblemas morales", Segovia, 1591). A ese símbolo del yunque y el martillo, le adjuntaba Fernando el lema: "Tempori cede" y el epigrama: "Malleus iste, vides, dura quem incude gerebat/Ferdinandus bonos gloriaque Hesperiae" (El yunque y el martillo atento mira/Divisa sabida que aún el mundo admira/De Fernando, aquel rey esclarecido que católico a España ha ennoblecido), según diera cuenta Juan de Solórzano y Pereyra (1575-1655) en su "Emblemata centum, regio-politica", Madrid, 1653.
 
En cuanto al lema más célebre ("Tanto monta") que ostentaron los Reyes Católicos, nos advierte Tarsicio de Azcona que su sentido es muy otro al que vulgarmente se ha asumido: "...el "Tanto monta..." sería expresión y símbolo de la armonía reinante entre ambos soberanos y síntesis de la solidaridad con que cada uno podía gobernar en sus reinos y en los de su consorte. Sin embargo, el sentido del lema es bien distinto. Fue una divisa personal de Fernando, unida a un nudo, lazo o maraña que, siendo difícil desatar, resulta más fácil cortarlo de un tajo". Se trataba, por lo tanto, de un emblema que cifraba la política pragmática de Fernando, al que tanto admiraba Maquiavelo, hasta tal punto de ser inspiración del pensador italiano. Es decir, bajo el vulgar significado que se le suele dar: "Tanto monta, monta tanto/Isabel como Fernando", el "Tanto monta..." con el nudo gordiano (que remite a un episodio de Alejandro Magno), el "tanto monta" -digo- vendría a significar: "lo mismo da": si no se puede desatar el nudo, se lo corta drásticamente.
 
Sin embargo, el símbolo que más polémicas ha desatado, el más proscrito e incomprendido ha sido el del Águila de San Juan que, durante el franquismo, no fue el símbolo sólo de una formación política, sino que ocupó un puesto de honor en la Bandera y el Escudo de España, por lo que su proyección era mundial, símbolo recobrado de la nación española. Con la transición democrática, el Águila de San Juan fue retirado de la emblemática nacional y relegado a símbolo franquista: en la labor propagandística de desinformación se llegó a hablar de banderas "anticonstitucionales" cuando se hablaba de las banderas rojigualdas que llevaban el escudo nacional con el Águila (que con plebeyez propia de la intoxicación propagandística se le llamó el "pollo" de los fachas).
 
Sin embargo, el Águila ha sido tradicionalmente y es, como bien sabemos, el animal que en el Tetramorfos corresponde al Evangelista San Juan, llamado también "Águila de Patmos" por la altura de su estilo evangélico y sus visiones apocalípticas. El mérito de la incorporación del Águila de San Juan a la simbólica de los Reyes Católicos -de donde la tomó el franquismo- corresponde a Isabel la Católica. Ya aparece en un sello de 15 de mayo de 1473 como soporte del cuartelado de Castilla y León. La Reina Isabel adoptó el Águila como empresa heráldica desde que era Princesa de Asturias, apareciendo en la numismática de los Reyes y haciéndose acompañar por el Salmo 16, 8: "sub umbra alarum tuarum protege nos": "escóndeme bajo la sombra de tus alas" (que completo se lee en español: "Guárdame como la niña de tus ojos,/escóndeme bajo la sombra de tus alas") y en algunos documentos sigilográficos, este águila porta un nimbo con la inscripción: "San Juan".
 
La devoción que Isabel la Católica profesó a San Juan Evangelista es bien conocida. En su mismo testamento del 12 de octubre de 1504, la reina dicta en los prolegómenos: "con todos los otros apóstoles señaladamente del muy bienaventurado sanct Juan Evangelista [...], al qual sancto apóstol e evangelista yo tengo por mi abogado speçial en esta presente vida e asi lo espero tener en la hora de mi muerte en aquel muy terrible juizio e estrecha examinaçion, e más terrible contra los poderosos, quando mi anima sera presentada ante la silla e trono real del Juez Soberano".
 
Juan II se llamaba el padre de Isabel y con el nombre de Juan bautizó a su hijo que nació en Sevilla el 30 de junio de 1478 y, apunta Tarsicio de Azcona: "Al Príncipe le llamaron Juan, por el nombre de los dos abuelos, materno y paterno, y porque coincidía con la octava de san Juan Bautista, aunque no era éste el Juan que estimulaba la devoción de la Reina, sino el Evangelista, el discípulo amado de Cristo".
 
En el nacimiento de Juan, el hijo de Isabel, vio el cronista Pulgar señales providenciales, pudiendo escribirle a Rodrigo de Talavera:
 
"Ved el evangelio que se reza el día de sant Juan. Cosa es tan trasladada que no paresce sino molde el un nacimiento del otro: la otra Ysabel, esta otra Isabel; el otro en estos días, éste en estos mismos días; y tambien que se gozaron los vecinos e parientes, y que fue terror a los de las montañas".
 
Pero, insistamos, aunque se pudieron establecer esos paralelismos entre Juan Bautista, cuya madre fue Santa Isabel y Juan, el hijo de nuestra Isabel la Católica, Isabel concedía su mayor devoción a San Juan Evangelista, del que tomó el Águila para su escudo. El Águila (símbolo joánico del Tetramorfos) también es el alado Espíritu Santo de Dios del salmo veterotestamentario: "Escóndeme bajo la sombra de tus alas".
 
Las empresas militares de los Reyes Católicos fueron puestas siempre bajo la protección de Dios, impetrando la intercesión del visionario evangelista de Patmos, aquel a quien le fue dado ver la Jerusalén Celestial. Y aquí también es oportuno decir que este asunto no dejaba de guardar su relación con la misión africanista que Isabel la Católica tanto guardó y entregó en tradición a sus descendientes: Sebastián de Portugal se mantendría fiel a esa vocación de conquistar África, perdiendo su vida en Alcazarquivir. La empresa de conquista de África sobre la que tanto insistió Isabel era una empresa que contemplaba la cooperación entre Portugal y España y la finalidad última era la conquista de los Santos Lugares, misión que le correspondía a España, inspirada y confiada en las profecías que durante aquel tiempo corrían por la Europa cristiana.
 
Cristóbal de San Antonio podía escribir en "Triunphus Christi contra infideles" (Salamanca, 1521):
 
"Primum est quod, ante adventum Christi, bello capient christiani Hierusalem et ibi habitabunt... Immo: principales in conquiriendo tunc ibi Hierusalem, erunt hispani ut potest colligi Abdiae I".
 
("Cómo prologo de la segunda venida de Cristo, los cristianos se adueñarán de Jerusalén y allí se establecerán... Pero los más activos y entusiastas en la conquista de Jerusalén serán los españoles, como se deduce del libro del Profeta Abdías").
 
Este pasaje es solo una muestra de la multitud de autores exegéticos y textos de diverso género eclesiástico que se fundaba sobre la exégesis del profeta Abdías, a quien se le podía leer: "los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad, ocuparán las ciudades del Sur y subirán salvadores al Monte Sión".
 
También Antonio de Oncala, canónigo de Ávila, decía en su "Pentaplon Christianae Pietatis" (Alcalá de Henares, 1546) que los españoles derrocarían la tiranía mahometana que sometía Tierra Santa: "la entrega de Jerusalén será hecha a Sefarad que, para los sabios judios, es España. Este dominio de España sobre Jerusalén ¿qué otra cosa podría significar sino la vuelta al Reino de Cristo de aquella tierra regada con el esfuerzo del Apóstol Santiago? Pues que Abdías dice: "Dominarán al África los pueblos que están al Norte". ¿Quiénes son éstos sino los españoles?".
 
Estamos, por lo tanto, ante una interpretación exegética de lo que serán los últimos tiempos relatados por San Juan (hermano de Santiago Apóstol, Patrón de las Españas) en el Apocalipsis. El significado heráldico del Águila, como símbolo protector divino de la Reina Católica y de su amada España, adquiere otro simbolismo: el apocalíptico, que nos remite a los últimos tiempos, a la lucha de los cristianos contra el Anticristo y al triunfo final de Cristo Rey y Señor Nuestro. Y a España le estaba reservada, como bien supo ver nuestra Madre Isabel, un grandioso papel en estos acontecimientos profetizados.
 
Retirar el Águila de San Juan de nuestra emblemática nacional es renunciar a esta vocación. Es decir, se trata de una traición colosal a nuestro destino histórico.
 
 

BIBLIOGRAFÍA:

 
González Sánchez, Vidal, "Isabel la Católica y su fama de santidad. ¿Mito o realidad?", Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 1999.
 
Azcona, Tarsicio de, "Isabel la Católica. Vida y reinado", La Esfera de los Libros, Madrid, 2004.
 
Medrano, Antonio, "Le joug et les flèches", artículo publicado en la revista francesa "Totalité pour la Revolution Culturelle Européenne", número 13, dedicado a "La Phalange Espagnole: une voie solaire", París, 1981. Hemos traducido la cita de Medrano del francés original: "Mais le message que nous transmettent les flèches et le joug de la Phalange ne s'arrête pas ici. Il y a dans cet emblème des significations encore bien plus profondes et riches, qui sont justement celles dans lesquelles se cachent, avec una silencieuse éloquence, les plus hautes potentialités du mouvement phalangiste".

lunes, 20 de abril de 2015

EL DIABLO BAJO FORMA DE NUBE DE HUMO

Nicolai Alexandrovich Motovilov

 
DOS TESTIMONIOS, 
UNA EXPERIENCIA SIMILAR


Manuel Fernández Espinosa


Nikolai Alexandrovich Motovilov (1809-1879) fue el primer hagiógrafo de San Serafín de Sarov (1759-1833). Es un personaje casi desconocido en España, pero sobradamente conocido en el mundo ortodoxo ruso. En la vida de Motovilov se registra una experiencia horrenda que confesó haber vivido.
 
En una estación de correo en la carretera de Kursk, Motovilov se vio obligado una noche a pernoctar. Motovilov hojeaba unos escritos para la biografía de Santo Mitrofán de Vorónezh (1623-1703)  que daban testimonio del exorcismo que hubo de practicarse, ante el relicario de San Mitrofán de Vorónezh, a una joven noble, de nombre Eropkina. Motovilov se preguntaba cómo podía ser que una cristiana hubiera podido ser poseída y se le ocurrió pensar algo que expresó más o menos así: "Quisiera ver cómo se atrevería el diablo a morar en mí, siendo así que acudo tan frecuentemente al Sacramento de la Santa Comunión".
 
Lo que describe después de esa ocurrencia es espantoso. En ese mismo instante -escribe Motolivov- una nube terrible, fría, hedionda, le rodeó y la nube comenzó a penetrar en él entrando por sus labios. A partir de ese día y, durante un tiempo, Motovilov sufrió una serie de tormentos que él describe como: 1) El fuego que no ilumina y no se extingue; 2) El fuego "que no sólo no me quemaba", pero ni siquiera podía calentar. 3) El gusano de la gehenna que no duerme.
 
El teólogo ruso Pável Florenski (1882-1937) cuenta con lujo de detalles* estas experiencias que, bajo ningún concepto pueden atribuirse a experiencias subjetivas de quien las narró, puesto que Motovilov acudió al arzobispo Antonio que fue el que lo atendió durante el tiempo en que sufrió estos tormentos. Tanto el arzobispo Antonio como los monjes que cuidaron de Motovilov durante esos días podían percibir con sus propios ojos y narices efectos sensibles de esta posesión: hollín visible y olores de una fetidez preternatural. Pero, no es ahora el caso de detenernos en esas consideraciones que Florenski comenta, retengamos más bien lo de la "nube terrible, fría, hedionda" que rodeó a Motovilov aquella noche en los aposentos de la estación de correo donde le poseyó el diablo.
 
La experiencia narrada por Motovilov es muy semejante a la que confesó haber vivido el escritor brasileño Paulo Coelho (nacido el año 1947). Mucho antes de alcanzar la fama mundial con sus novelas, Paulo Coelho probó suerte en muchos campos profesionales, como la música, y él mismo confiesa que se internó en el mundo del satanismo. Coelho contó al periodista español Juan Arias* una experiencia que él remonta a 1974. Así se lo contó a Juan Arias:
 
"Un día, antes de ser encarcelado -tengo teléfonos de testigos a quienes puedes preguntar-, estaba en mi casa y de repente todo empezó a ponerse negro. Aquel día tenía algo concreto que hacer, que ahora no recuerdo [...] y yo me dije: "Tiene que ser el efecto de alguna droga especial del pasado", pero ya las había dejado, era en 1974. Por entonces estaba un poco en la cocaína, pero no tomaba ya psicotrópicos".
 
Y sigue contando Coelho que aquello negro fue tomando la estancia en la que se encontraba: "Era un negro muy concreto, físico, visible. No era mi imaginación, era algo tangible. Mi primera impresión fue la de que me moría". Ante la insistencia de su entrevistador, da más señales: "eso" negro que decía haber visto, "se podía ver, porque no ocupaba todo el espacio, sino una parte. Es como si de repente esta vela empezara a echar humo y ese humo empezara a invadir la casa, un humo negrísimo que se iba concentrando y que por momentos no te dejaba ver casi nada, pero que sobre todo te producía pánico".
 
Además del fenómeno visible del "humo negro", Coelho refiere que acompañaban a éste en su formación "una serie de ruidos que no sabría describirte". Coelho atribuyó aquello a sus prácticas satanistas, pues se hallaba vinculado a un grupo ocultista. "Ahora no recuerdo si llamé a una persona del grupo o una persona del grupo me llamó a mí, creo que me llamó ella y me dijo que le estaba pasando lo mismo que a mí. Y entonces entendí que se trataba de algo real, no de una alucinación. Además, aquella persona era la que sabía más de la secta." El fenómeno no solo lo experimentó Coelho, los miembros del grupo tuvieron la misma experiencia. Y Coelho concluyó:
 
"Yo sentía la presencia del Mal como algo visible y tangible. Es como si el Mal me dijera: "Me habéis invocado, aquí estoy"."
 
Después de aquello, Coelho tomó una Biblia y determinó acabar de una vez por todas con sus relaciones con el grupo satanista. Y dice que, después de decirse: "Se acabó con esta secta para siempre", todo aquel humo, ruidos y sensaciones se desvanecieron.
 
Son dos experiencias de dos personas muy distintas: un creyente ortodoxo y un practicante del satanismo. En distintos lugares: uno en Rusia y el otro en Brasil. En distinto siglo: uno en el siglo XIX y otro en el XX. Pero ambos cuentan asombrosamente parecidas sensaciones: humo negro, unido a otras sensaciones preternaturales (en Motovilov prevalecen las olfativas calificadas como pestíferas y en Coelho, las auditivas: ruidos).
 
El de Motovilov y el de Coelho son dos testimonios suficientes como para hacernos pensar que el diablo es algo más que una metáfora o un complejo psico-sociológico, como algunos quisieran hacernos creer.
 
 
Foto de Manolo Fernández.
El escritor brasileño Paulo Coelho
 
BIBLIOGRAFÍA:
 
Florenski, Pavel, "La columna y el fundamento de la verdad", Ediciones Sígueme, Salamanca, 2010.
 
Arias, Juan, "Paulo Coelho: las confesiones de un peregrino", Editorial Planeta, Barcelona, 1999.  
 
 
 

viernes, 17 de abril de 2015

HERMES Y EL CRISTIANISMO


 
 
HERMES Y LOS ANTIGUOS CRISTIANOS
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
Durante el tiempo de las persecuciones de los primeros siglos del cristianismo, los cristianos se vieron impelidos a emplear en arte unas iconografías que todavía escandalizan a las almas mojigatas y fundamentalistas (dígase el caso de muchos protestantes). En una sociedad hostil, el cristianismo tuvo que camuflarse para sobrevivir. Esa es la gran razón por la cual algunos esquemas iconográficos de procedencia pagana fueron adoptados por los cristianos para su incipiente arte.
 
He tenido ocasión de hablar del uso de Ulises en la exornación escultórica de los sarcófagos paleocristianos (aquí), también se empleó a Orfeo amansando a las bestias, como trasunto de Cristo maravillando a las almas más endurecidas. Otro caso frecuente que incluso puede encontrarse en las catacumbas es el de Cristo como Apolo Moscóforo (portador del carnero), que sería cosa de tratar otro día. Pero hoy quiero decir algunas palabras sobre el uso de Hermes como símbolo de Cristo.
 
Mircea Eliade nos apunta que: "Hermes, identificado por los filósofos con el Logos, será comparado por los Padres [de la Iglesia] con Cristo". Y aunque el sentido traslaticio de Hermes-Cristo puede entenderse, como señala Eliade, por la acepción de Logos (empleado en el Evangelio de San Juan), hay más rasgos de Hermes que lo hacían susceptible de ser empleado por los cristianos primitivos.
 
Hermes era un dios que gustaba de mezclarse con los hombres, a diferencia de los olímpicos. Para el imaginario de los paganos, no dejaba de tener rasgos poco edificantes: era un tanto bribón, alcahuete y patrón de los ladrones (aunque los ladrones de "El asno de oro" de Apuleyo preferían apelar a Ares/Marte). Huelga decir que estos rasgos negativos no eran considerados por los cristianos. Pero sí que podían asumir algunas de las notas que caracterizaban a Hermes.
 
Observamos que, además de custodio de los caminantes (como nuestro San Rafael), Hermes gozaba de inmunidad para transitar de los infiernos a la tierra o a las moradas celestiales: "acompaña a las almas en su recorrido por los infiernos, también las trae de regreso a la tierra, como ocurre con Perséfone, Eurídice..." -nos recuerda Eliade: y aquí entiéndase como "infiernos" la ultratumba. Es un psicopompo (conductor de almas), función que en el cristianismo se le conferirá a San Miguel Arcángel y también a San José en su condición de Patrono de la Buena Muerte. Pero Cristo en su bajada a los infiernos, durante los tres días que permaneció en el sepulcro, también asume la función que imperfectamente se le adjudicaba a Hermes.
 
Por otro lado, Hermes es el asesino del gigante Argos Panoptes (de ahí que sea llamado con el sobrenombre de "Argifonte"): como vencedor de una terrible amenaza infrahumana, presentaba rasgos de heroísmo. Jesucristo había sido vencedor de algo más que una criatura monstruosa, había vencido al pecado y a la muerte, frustrando al enemigo de Dios y del hombre: al demonio.

 
Hermes -en la "Odisea"- también favoreció a Ulises, dándole el remedio contra las drogas de Circe. Ofreciéndole el "molu" como antídoto para librar a Ulises de ser convertido, como sus compañeros, en cerdo por las malas artes de la hechicera Circe (Odisea, X). La Eucaristía es, a su vez, el fármaco por excelencia: el mismo Dios hecho Pan y los cristianos antiguos pudieron entender que el "molu" era una figura de lo que perfectamente sería el Pan del Cielo en la tierra: Cristo Eucaristía.
 
Por si fuera poco, en un himno homérico se atribuía a Hermes haber inventado el fuego (aunque el mito de Prometeo sea el más popular); como inventor del fuego que es luz, Hermes puede abrirse y abrir paso (a los caminantes, por ejemplo) en la oscuridad. Creo que el sentido de portador de luz es uno de los que harán a Hermes más apto simbólicamente para poder ser asimilado por los cristianos con Cristo que es "Lumem de Lúmine" (Luz de Luz) en el Credo niceno: para todo lo relativo a Cristo como Luz recomendamos "La luz de Cristo" de Franz Joseph Dölger.
 
Los cristianos primitivos no solo interpretaron el Antiguo Testamento como prefiguración del Nuevo Testamento (todo lo que en el Antiguo había era pedagogía de Dios, para conducir a la humanidad a la Revelación perfecta en Cristo Jesús, hombre y Dios verdadero), sino que, además del Antiguo Testamento, toda la mitología de los pueblos a los que predicó fue comprendida por el cristianismo como revelaciones imperfectas y parciales, más imperfectas que el Antiguo Testamento, de lo que Cristo realizaría perfectísimamente. No se ha producido en toda la historia de la humanidad un fenómeno de inculturación más colosal que el que llevó a cabo el cristianismo a lo largo de nuestra historia, lo cual dice mucho de la divinidad de la Iglesia de Cristo. Es por ello que solo las mentes débiles, los cerriles e incultos pueden escandalizarse por estas "extrañas" analogías que se trazaron entre algunas características de los dioses paganos y Jesucristo. Solo la ramplonería fundamentalista puede rasgarse las vestiduras ante esa divina capacidad de absorber que tuvo el cristianismo primitivo. Pues no se trata aquí de un extraño sincretismo, como sostiene la interpretación más perezosa. En cuanto al fundamentalismo (que hay que distinguir del integrismo católico. Pues no son lo mismo, por más que los periodistas incultos se empeñen en hacerlos equivalentes) su literalidad (que es incapacidad simbólica: del fundamentalismo) siempre causará los mayores desafueros y estragos en cuantas religiones contamine.
 
Conocer la versatilidad de que hizo gala el cristianismo primitivo no es conceder ni un palmo de terreno al relativismo, ni tampoco al sincretismo con lo que ello implica de restar originalidad al fenómeno cristiano: eso de la "originalidad" debería ser puesto en un segundo plano, pues lo más importante del cristianismo, nos parece a nosotros, es su "divinidad". Y como escribió el gran Justino, Padre de la Iglesia:
 
"Ahora bien, cuanto de bueno esté dicho en todos ellos [los paganos], nos pertenece a nosotros los cristianos".
 
No se puede decir mejor.


BIBLIOGRAFÍA:

Toda la obra de la Biblioteca Básica Gredos de clásicos griegos y romanos. Especialmente, "El asno de oro" de Apuleyo y "La Odisea" de Homero.

Eliade, Mircea, "Historia de las creencias y de las ideas religiosas".

Dölger, Franz Joseph, "La luz de Cristo".

Dölger, Franz Joseph, "Paganos y cristianos. El debate de la antigüedad sobre el significado de los símbolos".

viernes, 10 de abril de 2015

LAS CLAVES MÍSTICAS DE LA "NAVIGATIO SANCTI BRANDANI"

René Guénon


RUMBO AL PARAÍSO

Manuel Fernández Espinosa

Ante todo tengo que decir que todavía no he leído la Navigatio Sancti Brandani, sino que en su defecto he leído la traducción al español del poema anglo-normando de Benedeit: "El viaje de San Brandán", a cargo de Marie José Lemarchand. Y lo hemos releído tras otra relectura muy recomendable que contiene algunas claves para comprender el viaje de San Brandán, me refiero a "El rey del mundo" de René Guénon.
 
Es imposible no relacionar el periplo de San Brandán con el viaje de Gilgamesh. Entre uno y otro hay miles de años, pero se ve que el hombre porta consigo una insatisfacción que lo acompaña desde los orígenes: la pérdida del Paraíso. Y aunque sean pocos, hay algunos que difícilmente contentadizos, emprenden la búsqueda del Paraíso. La literatura más antigua nos habla de esos viajes míticos. Y cuando se viven épocas escépticas, como la nuestra, se recurre a las explicaciones más superficiales de estos relatos que, a través de las más diversas tradiciones religiosas, han llegado a nosotros.
 
Pero estos relatos de viajes míticos -el de Gilgamesh o el de San Brandán- ¿han ocurrido en la historia efectiva? ¿Han transcurrido a través del espacio, por tierra o por mar? ¿Sucedieron alguna vez?
 
Rabanus Maurus, Primus Praeceptor Germaniae, distinguía un doble sentido en las Sagradas Escrituras: el literal y el oculto. El sentido alegórico revela verdades sobrenaturales ocultas a los profanos. El sentido tropológico nos impulsa a obrar bien. Y el anagógico nos revela la razón de ser de nuestra propia vida. Aunque ni el relato de Gilgamesh ni el de San Brendán sean libros canónicos, ante ellos sentimos sobrecogérsenos el alma ante las verdades que barruntamos, penetrando y trascendiendo el sentido literal.
 
En "El viaje de San Brendán" forma una red de sentido que solo podemos comprehender recurriendo al conocimiento de la tradición.
 
La embarcación es aquí símbolo de la Iglesia, otra Arca de Noé que nos remite a la primera epístola de San Pedro, cuando el Príncipe de los Apóstoles nos dice: "[El Espíritu de Cristo] fue a pregonar a los espíritus que estaban en la prisión, desobedientes en otro tiempo, cuando en los días de Noé los esperaba la paciencia de Dios, mientras se fabricaba el arca, en la cual pocos, esto es, ocho personas, se salvaron por el agua" (1 Pe. 3, 19). Desde el "Tractatus de arca Noe" de  nuestro Gregorio de Elvira (siglo IV) el Arca de Noé vino siendo una gran imagen de la Iglesia, siglos después, Hugo de San Víctor compondría sus dos tratados: "De arca Noe morali" y "De arca Noe mystica", a los que en otra tesela nos hemos referido. Y creo que bien pudiera leerse el sintagma "De arca Noe" de otro modo, como: "DE ARCANO E". 
 
San Brendán escoge a catorde monjes para formar la tripulación de la embarcación, pero antes de zarpar se les suman tres monjes más que voluntariamente, sin ser elegidos por San Brendán, se agregan. Los tres  monjes se perderán en el viaje, quedando a la postre los catorce iniciales, siendo el número catorce el que simbólicamente corresponde a la perfecta organización. Los años de viaje son siete (número que ya hemos explicado que es la hebdómada en la que se cifra la semana de la creación genesíaca y, por lo tanto, el orden terrenal al que le falta la sublimación en la eternidad del ocho).
 
El viaje de San Brendán adquiere pronto una regularidad perfecta: cada Navidad recalan en la isla de Albea, saliendo el octavo día de Epifanía, para llegar cada sábado santo a Gasconia (que no es un lugar geográfico, sino el nombre del pez-isla) y celebran la Pascua de Resurrección en el paraíso de los pájaros, donde permanecen hasta la Octava de Pentecostés. Como nos dice su traductora y prologuista:
 
"Esta ordenación del destino -la división del tiempo en ciclos litúrgicos, la del espacio en lugares anunciados- supone una victoria sobre el mal o "alienitas", salvando a los peregrinos de los peligros y asechanzas de lo desconocido".
 
El elemento marino que es sobre el que surca la nave de San Brandán y los suyos indica la inestabilidad de la vida terrenal, llena de peligros, amenazada siempre y precaria. Pero, no obstante, la aparición de misteriosos enviados es la prueba permanente de que Dios no falta a los suyos, sino que es un Dios providente y provisor que salva a los que le son fieles y creen en Él.
 
René Guénon no lo cita en "El rey del mundo", pero la isla de Albea es un topónimo más de los que cabe añadir a los que Guénon menciona: Albión, Albania, Alba la Longa... Que para el esoterista francés es "una designación que ha podido aplicarse igual que a las demás a centros secundarios, y no únicamente al centro supremo, al cual le corresponderíai en primer lugar". Y, en efecto, esto se cumple en "El viaje de San Brandán", pues aunque la isla de Albea es una de las estaciones que realizan los peregrinos en sus siete años de navegación, ésta isla no corresponde al Paraíso que, por una sola vez en vida, les será abierto brevemente como coronación de sus trabajos y anticipo de la gloria eterna tras la muerte corporal.
 
Algunos puntos quedan en suspenso, incluso podrían ser tomados como elementos algo heterodoxos para lo que se ha venido presentando como una hagiografía (aunque sea eso y algo más). Así el Paraíso de los Pájaros, donde se nos ofrece el supuesto paradero de los ángeles que siguieron a Lucifer en la rebelión, pero sin perseverar protervamente: Dios los habría castigado apartándolos de su divina presencia, convertidos en aves parlantes que reposan sobre las ramas de un árbol, muy parecido al "árbol de las aves" de algunos relatos orientales.

jueves, 9 de abril de 2015

LAS FIGURAS DEL DIABLO: EL MONO

Jerónimo Bosco - El Diluvio, La Humanidad acosada por los demonios: reproArte
 
LOS MONOS

 
Manuel Fernández Espinosa 


Rabanus Maurus (776-856 d. C.) sabía bien que todo símbolo tiene un envés y un revés: así, el "león" puede significar el diablo, como lo trae la primera epístola de San Pedro: "Sed sobrios y vigilad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar" (1), pero resulta que el león también es emblema de Cristo como "león de Judá" que refiere el Águila de Patmos en su Apocalipsis: "No llores, mira que ha vencido el león de la tribu de Judá, la raíz de David, para abrir el libro y sus siete sellos" (2). Esta ambivalencia simbólica se halla incluso en el símbolo de la serpiente: la serpiente viene a cifrar por antonomasia un carácter diabólico, pero la serpiente de bronce (Números 21, 1-9) que alzó Moisés para remedio del pueblo es a su vez una figura veterotestamentaria de Cristo, por lo que en recta interpretación dice nuestro Aurelio Prudencio: "El camino seco del desierto estaba erizado de venenosas serpientes y las mordeduras infeccionadas diezmaban al pueblo; pero el inspirado conductor colgó en una cruz una serpiente de bronce y con ella cesó la peste" (3).

Un animal que a buen seguro tiene ganadas muchas simpatías por parte de nuestros lectores es el mono, pero el mono ha sido desde los más antiguos tiempos un símbolo del diablo. Y otra vez hemos de poner de relieve la ambivalencia del símbolo, pues el mono ha sido y es un animal incluso adorado en algunas religiones asiáticas: los chinos tienen a Sun Wukong (el Rey Mono) y los hindúes profesan adoración al mono Jánuman, compañero de Rama en el "Ramayana". Más próximos a la cultura bíblica, en Egipto, al dios Thot se le figuraba bajo el aspecto del Ibis, el ave sagrada egipcia, pero también se le representaba bajo aspecto de dios mono. Tanto Sun Wukong, como Jánuman o el simiesco Thot se relacionan con la sabiduría y el alfabeto. Sin embargo, la presencia del mono en el ámbito propiamente bíblico es bastante exigua: en el Antiguo Testamento se dice que Salomón llevó a su reino monos de Tarsis (1 Rey 10, 22), pero sin adjudicarle manifiestamente ninguna connotación simbólica. Sin embargo, en Isaías sí se ha interpretado que el profeta se refiere al babuino (bajo el nombre del "peludo" o el "sátiro"), adquiriendo -ahora sí- un valor siniestro, pues es mencionado, con otros animales diabólicos (e incluso con el demonio femenino Lilith), como una de las criaturas malignas que habitarán sobre la Edom arruinada bajo el castigo divino (Is. 34, 15.)
 
Pero no es el ámbito judío exclusivamente el que identifica al mono con una criatura con más defectos que cualidades positivas. En el ámbito grecorromano el mono, en líneas generales, no sale muy bien parado: las fábulas de Esopo (4) muestran al mono como una criatura presumida, ridícula, embustera, imitadora (y por ello hipócrita), al que se le reconoce -eso sí- cierta desenvoltura que se opone al desgarbo del camello. El rasgo (digamos con la venia que "psicológico") que se destaca del mono es su capacidad de imitar. Y en esa simulación están de acuerdo las más diversas fuentes clásicas del ámbito mediterráneo. Es en esa imagen que se había generalizado del simio en el mundo mediterráneo en la que tuvo que inspirarse Tertuliano (aprox. 160-220 d. C.) para plasmar esa fórmula que se le atribuye y que condensó el aspecto maléfico del mono a perpetuidad: "Diabolus est Dei simia" (el diablo es el mono de Dios). Nótese que, si ciertamente el tópico es de Tertuliano, Tertuliano nunca dijo que el mono fuese el diablo: la genialidad de Tertuliano fue comparar al diablo con el mono que, de suyo, es una criatura de Dios, pero que no puede disociarse de esa imagen grotesca que la antigüedad clásica atribuyó al simio, a diferencia de otras culturas orientales donde parece prevalecer incluso el culto al mono. 
 
La fórmula de Tertuliano cobró tanto predicamento que sería repetida generación tras generación en la Iglesia, pudiéndola encontrar en la literatura homilética o, en particular, en los sermones de San Bernardino de Siena (1380-1444). En la España del siglo XVII, la mística Sor Magdalena de la Santísima Trinidad (que profesó en el Monasterio cisterciense de San Ildefonso de Ocaña, desde 1620 hasta el año de su muerte 1677) escribió: "También tiene el demonio condición de mona, procurando remedar las obras de Dios, transfigurándose en ángel de luz y quiriéndose (sic) entremeter en la luz siendo la misma tiniebla" (5). En el ámbito protestante tampoco faltan los que tendrán presente esta frase de Tertuliano, desde Lutero hasta Abraham Calovius (1612-1686).
 
Pero el aspecto maléfico del mono se transvasaría de la literatura religiosa a la literatura profana. Es forzoso mencionar el capítulo XXV de la II parte del Quijote, donde Cervantes nos presenta al titiritero maese Pedro, acompañado por su mono "adivinador". El mono del que se acompaña el pícaro tiene la fama de revelarle al oído a maese Pedro el pasado y el presente de quienes, a cambio de dos reales, se lo consulten. Y esto escama a Don Quijote de la Mancha diciéndole a Sancho en un aparte: "el mono no responde sino a las cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede estender a más, que las por venir no las sabe si no es por conjeturas, y no todas veces; que a solo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos, y para Él no hay pasado ni porvenir que todo es presente. Y siendo esto así, como lo es, está claro que este mono habla con el estilo del diablo" (6).
 
Aunque la superstición popular ha sostenido que los "familiares" de las brujas han sido preferentemente los "gatos negros", Johann Wolfgang von Goethe conduce a Mefistófeles y al doctor Fausto (7) a la cocina de una bruja que a falta de gato negro se hace acompañar por toda una familia de monos cuyo patriarca simiesco, mostrando el cinismo que caracteriza la obra, dice a Mefistófeles: "Juguemos a los dados y procura hacerme ganar. Hazme rico, y los defectos que ahora tengo mañana serán cualidades envidiadas de todos aquellos que no disfrutan de una fortuna igual a la que yo posea". Para la elaboración del "Fausto", Goethe empleó muchos años y, según afirma Rüdiger Safranski, aunque aparcaba el manuscrito, "leía ávidamente fuentes sobre magia, brujería, alquimia y un "Espejo de costumbres de pueblos extranjeros". Todo era una preparación para "La Noche de Walpurgis"." (8)
 
Aunque Goethe no pudo, por razones cronológicas, leer la Summa de los grimorios (esto es: "Dogme et rituel de la haute magie", del año 1854), de Eliphas Levi (1810-1875), el ocultista francés nos revela una clasificación de los animales "mágicos", en que habla de septenarios de animales: siete por el elemento aéreo, siete por el elemento acuático y siete por el elemento terrestre. Entre los siete animales mágicos que se asocian al elemento tierra figura el mono (9).
 
En la pintura tampoco falta la caracterización maléfica del simio, buen ejemplo es el óleo de Jerónimo Bosco que encabeza este artículo: "La humanidad acosada por los diablos". Y tampoco soslayemos la producción pictórica, no exenta de enigmas, de David Teniers el Joven (1610-1690). Teniers el Joven es con toda justicia heredero del bisabuelo de su esposa, Pieter Brueghel el Viejo, y del mismo Jerónimo Bosch. El mundo pictórico de Teniers está poblado por monos que forman inquietantes escenas domésticas, vulgarmente estas estampas han sido interpretadas como escenas satíricas, pero contienen el mismo mensaje cifrado que aquí hemos tratado de exponer, que puede resumirse brevemente: al igual que el mono imita al hombre, el diablo imita -como el mono al hombre- a Dios.
 
Mencionemos, sin detenernos por ahora, que la vulgar idea que ha calado en la mentalidad occidental tras la lectura superficial de Darwin (que enunciaríamos como: "El hombre viene del mono"), no puede ser entendida sino como una inversión del orden, inversión metafísica que está ganando la partida en nuestros tiempos, puesto que admitir que el hombre esté en dependencia biológica y genética del simio termina por naturalizar al ser humano, arrebatándonos el parentesco divino, lo que supone en términos prácticos la consumación de la satánica impostura: destruir al hombre es destruir "la imagen y semejanza de Dios".

Satanás, nunca lo olvidemos, es el antagonista de Dios, el padre de la mentira y el homicida, el gran misántropo. Cuando sobre la tierra hubo más santos, el juego del diablo estaba destapado y éste desarmado: Satanás no era más que el "mono de Dios", su papel había sido reducido al de farsante fácilmente desenmascarable; pero hoy, cuando parece que ha menguado el número de los santos, Satanás ha persuadido al género humano de que el mono es su ancestro y algunos hasta han terminado imitando al mono. En ese engaño, uno más de los muchísimos de que es progenitor, se está ejecutando la venganza diabólica.

Las edificantes enseñanzas que se deducen de este antiquísimo símil tradicional, consistente en hacer del diablo el "simio de Dios", plasmado magistralmente en tantas obras artísticas, podrían ser tema para otra ocasión. Pero confiamos en que el lector avisado podrá extraerlas por sí mismo.
 
 
 
 
Foto de un usuario.
Monos en la cocina, Teniers el Mozo
 
 CITAS EN LATÍN Y OBRAS MENCIONADAS: 
 
(1) "Sobrii estote et vigilate, quia adversarius vester diabolus tamquam leo rugiens circuit quaerens quem devoret." (1 Pe. 5, 8) 
 
(2) "Ne fleveris, ecce vicit leo de tribu Iuda, radix David, aperire librum et solvere septem signacula eius." (Ap. 5, 5)
 
(3) "Feruebat uia sicca heremi serpentibus atris,/iamque uenenati per uulnera liuida morsus/carpebant populum, sed prudens aere politum/dux cruce suspendit, qui uirus temperet, anguem." ("Dittochaeum" [Cuadros de Historia Sagrada], Aurelio Prudencio)

(4) Esopo, "Fábulas", Biblioteca Básica Gredos.
 
(5) Citado por Cristina Castillo Martínez en "Visiones y símbolos en "Luz del entendimiento" de sor Magdalena de la Santísima Trinidad".

(6) Miguel de Cervantes, "Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha", Editorial Cátedra Letras Hispánicas.

(7) Johann Wolfgang von Goethe, "Fausto", Editorial Cátedra Letras Universales. Hemos citado, no obstante, la traducción de Francisco Pelayo Briz, para la Editorial Espasa-Calpe por parecernos, en este pasaje, mucho más clarificadora que la que traduce Cátedra Letras Universales.

(8) Rüdiger Safranski, "Goethe y Schiller. Historia de una amistad", Tusquets Editores.

(9) Eliphas Levi, "Dogme et rituel de la haute magie".
 

miércoles, 8 de abril de 2015

LAS FIGURAS DEL DIABLO: EL CAMELLO

Jacques Cazotte, The National Gallery


ENTRE LA DEMONOLOGÍA, LOS BESTIARIOS, LA CRIPTOZOOLOGÍA



Manuel Fernández Espinosa


Según el National Geographic los "Los camellos no pudieron estar en la Biblia", a la luz de "Un estudio de dos arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv demuestra que los camellos no fueron domesticados en el Mediterráneo oriental hasta el siglo X a.C., varios siglos después de lo descrito en la Biblia". Sin embargo, Frederick E. Zeuner señala en su libro "A History of Domesticated Animals" (Nueva York, 1963) que existen evidencias arqueológicas de todo lo contrario a esta reciente conclusión de los arqueólogos israelíes. En Egipto, Palestina y Mesopotamia -expone Zeuner- hay esculturas antiquísimas en las que se podían ver camellos cargados y hasta se da cuenta de un cilindro mesopotámico que presenta a un hombre montado sobre un camello, lo que demuestra que desde tiempos muy primitivos el camello había sido domesticado y, por lo tanto, su presencia en la Biblia no supone ninguna escandalosa contradicción ni anacronismo sospechoso, como insinúa National Geographic que a veces se pone de un pesado insoportable con las cuestiones bíblicas.

Sin embargo, este tema es algo que escapa a nuestra competencia; e incluso está lejos de nuestro interés el terciar en esta polémica marginal que tendrán que dirimir aquellos que estén tan afanados en demostrar las contradicciones bíblicas con sus ineptos métodos cientificistas. En Didaskalion Hispano la historia y la geografía nos importan, ante todo, en su condición simbólica. Es por ello que dejamos a los departamentos de zoología e historia estas controversias que solo pueden interesar al hombre contemporáneo que ha perdido su ligazón con lo simbólico intemporal.

El hecho es que el camello es considerado como animal impuro en el Levítico 11, 4: "El camello, que rumia, pero no tiene partida la pezuña, será inmundo para vosotros". Y el camello también es mencionado en el Nuevo Testamento. Recordemos que San Juan Bautista se viste (y representa iconográficamente) con una piel de camello. Y el mismo Jesucristo Señor Nuestro emplea con maravillosa plasticidad la imagen del camello; así en el famosísimo camello que pasará con más facilidad que un rico por el ojo de una aguja y aquel otro camello, menos citado, que al decir del Divino Maestro es el camello que se tragan aquellos fariseos y escribas (maestros ciegos), mientras cuelan el mosquito (Mateo 19, 24 y 23, 24).

No obstante, es menos frecuente a la mentalidad moderna la relación simbólica existente entre el camello y el diablo. Esta relación es muy antigua y pudiéramos remontarnos a ciertos pasajes del Zend Avesta zoroástrico, en el ámbito extra-bíblico. Tal vez de ahí tomaran los judíos kabalísticos (aunque hemos visto más arriba que ya lo tenían en el Levítico) al camello como figura diabólica, incorporándolo por ejemplo a su "Zohar", en donde se dice que la famosa "serpiente antigua" del Paraíso que tentó a nuestros primeros padres era un "camello volador".

En el ámbito cristiano son muy aisladas las referencias a este simbolismo del camello como animal demoníaco, pero también existen. Jacques Cazotte (1719-1792) presentó al diablo de su novela "El diablo enamorado" (1772) bajo el aspecto de camello: "Un chorro de luz más deslumbrante que la del sol se derramó por aquella abertura. Y una cabeza de camello, horrible tanto por su tamaño como por su forma, apareció en la ventana. Tenía, sobre todo, unas desmesuradas orejas. El espantoso fantasma abrió las fauces y, en un tono adecuado al resto de la aparición, me respondió: Che vuoi? (en italiano: ¿Qué quieres?)". Charles Baudelaire reflexionó sobre este particular en su escrito "El camello de Cazotte: camello, diablo y mujer". Cazotte, iniciado en la orden martinista que estudiaba la cábala, podía estar familiarizado con el "Zohar" tanto como para extraer de ahí esta desusada idea del demonio bajo figura de camello.

Pero con anterioridad a Cazotte, en el ámbito católico el símbolo diabólico del camello persiste, aunque con algunas variantes. El caso más significativo nos lo proporciona el científico portugués Cristóbal Acosta (1515-1594), por sobrenombre "Africano" (parece que nació en Tánger); Cristóbal Acosta fue viajero, extraordinario científico (botánico, zoólogo, farmacéutico y médico) que, al cabo de sus días, tras la muerte de su esposa, se retiró a la vida eremítica. En uno de sus libros, de temática ascética, titulado "Tratado en contra y pro de la vida solitaria" (1), dedicado a Felipe II, podemos leer que recomienda al religioso que:

"Viva [el religioso] en ella [en su religión, entiéndase que en su instituto religioso], como Dios manda y sacará de su obediencia grandísima paz, provecho, y seguridad, y no ira, a las uñas, y dientes, del feroz Demonio, más espantable, y cruel, que el Diabólico animal de Asia, llamado "Leucrocuta", el cual monstruo hace ventaja a todas las otras fieras en braveza, y velocidad, es del tamaño de un asno, tiene las ancas, como ciervo, el pecho, brazos, y piernas de león, la cabeza de camello, las uñas partidas, y la feroz boca, abierta hasta las orejas, y en lugar de dientes, un agudo y continuado hueso, imita al hombre en el ruido de la voz, es animal diabólico, sagaz, artero, y falsísimo. Y muy semejante al diablo, de cuyo poder procura tú, religioso, escapar tu alma, y no la quites a Dios que la crió para sí, y espera por ella, para la regalar, y en su lugar, no la entregues, al enemigo, que la ha de tragar, y despedazar".

Como podemos suponer el "Leucrocuta" podría figurar en los bestiarios medievales. Con el nombre de "leucrota" había sido catalogado mucho antes por Plinio el Viejo en la "Naturalis Historia".  Hoy sería denominado "críptido" por la "criptozoología", pero -al margen de esta consideración- lo que quiero indicar es la caracterización que Acosta hace del "leocrocuta", pintándonoslo con cabeza de camello y subrayando varias veces su carácter diabólico.

El "Diccionario universal latino-español" de Manuel de Valbuena y Blanco (muerto en Madrid en 1821) todavía menciona en el año 1793 al "leucrocuta" como "fiera dañosísima de la India, y la más veloz de todas".

Nuestras consideraciones tal vez puedan arrojar alguna luz a la interpretación de las representaciones del camello en el arte sagrado, como -pongo por caso- el capitel del Monasterio de Santa María de Retuerta (ver enlace) en Sardón de Duero (Valladolid).


 

(1) El título original de la obra de Cristóbal Acosta Africano es, tal y como era sólito en su época, más largo, siendo éste que sigue el completo: "Tratado en contra y pro de la vida solitaria, con otros dos tratados: uno de la Religión, y Religioso. Otro contra los hombres que mal viven, llenos de mucha doctrina y ejemplo" (año 1592), de Cristóbal Acosta Africano. La cita extraída de este libro para este artículo la he transcrito en castellano actual, omitiendo las particularidades de la grafía original, para mejor lección.

lunes, 6 de abril de 2015

LAS ÓRDENES DE REDENCIÓN DE CAUTIVOS


Caballero de la Orden Mercedaria


EL MISTERIOSO ESTATUTO DE LA ORDEN MERCEDARIA

 
Manuel Fernández Espinosa


La confrontación en la Edad Media entre el Islam y el cristianismo supuso la institución de las Órdenes Religioso-Militares que todavía hoy siguen mereciendo la atención de los historiadores y suscita el interés de los curiosos, pero en un capítulo menos conocido también supuso la creación de las órdenes de redención de cautivos.
 
Alfonso X el Sabio definía cautivo como "aquellos hombres que caen en prisión de hombres de otra creencia". La ocupación de España, así como las expediciones mahometanas a los territorios más diversos de la frontera con la Cristiandad: España, sur de Italia, islas mediterráneas, Tierra Santa, etcétera traían consigo la captura de muchos cristianos que eran considerados como "botín de guerra" y su destino era la esclavitud o la liberación a cambio de un rescate. La delantera que España llevaba en la conflagración con el Islam hizo que el fenómeno de la "redención de cautivos" fuese una urgencia que satisfacer aquí y, por eso, muy tempranamente (incluso antes de que se fundaran las órdenes de redención de cautivos especializadas), ya nos encontramos a un santo benedictino ocupándose "celestialmente" de la liberación de cautivos cristianos, Santo Domingo de Silos (nacido el año 1000, subió al cielo en el de 1073) . Santo Domingo de Silos fue abad del Monasterio de San Sebastián de Silos, monasterio que, posteriormente, adoptaría su nombre y este santo se convertiría en el especial intercesor para la liberación de cautivos. De él se refieren multitud de milagros realizados en este sentido en la frontera. De ahí que uno de sus hagiógrafos, Gonzalo de Berceo, dijera de él:
 
"Quiero que lo sepades   luego de la primera,
cuya es la istoria,   metervos en carrera;
es de sancto Domingo   toda bien verdadera,
el que dizen de Silos,   que salva la frontera."
 
Desde su monasterio, la fama de poderoso intercesor de Santo Domingo de Silos fue ensanchándose conforme se reconquistaba España, así es como incluso en fecha tan posterior como la de 1341, cuando Alcalá la Real es reconquistada, la primera iglesia que se erige en Alcalá la Real es con título de Santo Domingo de Silos, siendo Alcalá la Real un enclave de la frontera inmediata con el Reino de Granada.
 
Pero los milagros de Santo Domingo de Silos, cantados por Berceo, no eran bastantes para acudir a la demanda de esta perentoria obra que atendía a la liberación de los cautivos, por eso Dios suscita a los franceses San Juan de Mata (1154-1213) y San Félix de Valois (que subió al cielo en 1212) que, advertidos de la situación que se producía en España, instituyen la Ordinis Sanctae Trinitatis et Captivorum (Orden de la Santísima Trinidad y Cautivos) aprobada por Su Santidad Inocencio III en 1198. El carácter de esta orden es un tanto especial, pues a diferencia de otros institutos religiosos de su época, ni es Orden Religioso-Militar, ni tampoco monástica. Por las circunstancias era de esperar su propagación por España, siendo muy favorecida por los grandes reyes reconquistadores, como Fernando III el Santo, que le concedió muchas prerrogativas en las tierras recién reconquistadas de las Andalucías, llegando a Andújar nada más ser ésta reconquistada. El simbolismo de los colores  y posición de estos en la Cruz que distingue a los Trinitarios es muy interesante: el fondo, blanco, el brazo vertical en rojo y el brazo horizontal en azul nos están remitiendo a la pureza de Dios Padre (blanco), el sacrificio sangriento de Dios Hijo (rojo) y la constante asistencia de Dios Espíritu Santo (azul), que -a su vez- son también los colores originales de la policromía de muchas de las más milagrosas  y antiguas imágenes de la Virgen Santísima.
 
Sin embargo, España estaba tan necesitada de testigos fieles que rescataran a tantos cautivos que en el año 1218 se asiste a la fundación de una orden genuinamente hispánica para atender esta inexcusable necesidad. El catalán San Pedro Nolasco (1180-1245) que ya había empezado por su cuenta la redención de cautivos en tierras de Valencia, allá por 1203, recibirá el encargo de fundar una Orden, a instancias de la misma Santísima Virgen María: la Ordo Beatae Mariae Virginis de Redemptione Captivorum (la Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de Cautivos), con anterioridad fue conocida por otros nombres: Orden de Santa Eulalia, de la Merced de los Cautivos, de la Redención de los Cautivos y Orden de la Merced. Jaime I el Conqueridor impulsará la santa institución que se verá constituida, como hemos dicho más arriba, en el año 1218.
 
La Orden de San Pedro Nolasco nació como "Orden religiosa redentora", como lo era la francesa de la Santísima Trinidad, pero con un marcado carácter militar que puede verse en la similitud que los mercedarios guardan con los miembros de otras órdenes, sea la Templaria, la de Calatrava, la de Santiago, etcétera. La Orden de la Merced estaba constituida por frailes laicos, lo que permitía a los hermanos portar y usar armas que, en caso de ser clérigos, no podrían emplear sin grave escándalo y quebrantamiento canónico. Se le dotaba de un caballo a cada fraile, se le permitía zapatos como los templarios y la jerarquía de la Orden tenía una nomenclatura típicamente religioso-militar: el jerarca máximo de la misma era Maestre, éste tenía a sus Lugartenientes para representarlo en los obispados y regiones donde efectuaba su obra redentora, los encargados de las encomiendas o casas eran los Comendadores y, hasta el año 1281, se sabe que a esta orden se le encargó la defensa armada del castillo de Rebollet. Se les permitía el uso de armas, pero -a diferencia de las demás órdenes religioso-militares- éstas solo las podían emplear como defensa. Sus constituciones se inspiran en las de las órdenes religioso-militares. A los tres votos tradicionales: obediencia, castidad y pobreza, los mercedarios sumaban el de la entrega incondicional de sus vidas por la de los cautivos y buena prueba de ello lo dieron, canjeándose con riesgo y pérdida de sus vidas. Para ello se exigía una instrucción específica que los novicios recibían en una iniciación desusada, por ello será que René Guénon llega a decir que: "los religiosos de la Merced" habían tenido una "iniciación muy cercana a la de los Templarios".