viernes, 10 de abril de 2015

LAS CLAVES MÍSTICAS DE LA "NAVIGATIO SANCTI BRANDANI"

René Guénon


RUMBO AL PARAÍSO

Manuel Fernández Espinosa

Ante todo tengo que decir que todavía no he leído la Navigatio Sancti Brandani, sino que en su defecto he leído la traducción al español del poema anglo-normando de Benedeit: "El viaje de San Brandán", a cargo de Marie José Lemarchand. Y lo hemos releído tras otra relectura muy recomendable que contiene algunas claves para comprender el viaje de San Brandán, me refiero a "El rey del mundo" de René Guénon.
 
Es imposible no relacionar el periplo de San Brandán con el viaje de Gilgamesh. Entre uno y otro hay miles de años, pero se ve que el hombre porta consigo una insatisfacción que lo acompaña desde los orígenes: la pérdida del Paraíso. Y aunque sean pocos, hay algunos que difícilmente contentadizos, emprenden la búsqueda del Paraíso. La literatura más antigua nos habla de esos viajes míticos. Y cuando se viven épocas escépticas, como la nuestra, se recurre a las explicaciones más superficiales de estos relatos que, a través de las más diversas tradiciones religiosas, han llegado a nosotros.
 
Pero estos relatos de viajes míticos -el de Gilgamesh o el de San Brandán- ¿han ocurrido en la historia efectiva? ¿Han transcurrido a través del espacio, por tierra o por mar? ¿Sucedieron alguna vez?
 
Rabanus Maurus, Primus Praeceptor Germaniae, distinguía un doble sentido en las Sagradas Escrituras: el literal y el oculto. El sentido alegórico revela verdades sobrenaturales ocultas a los profanos. El sentido tropológico nos impulsa a obrar bien. Y el anagógico nos revela la razón de ser de nuestra propia vida. Aunque ni el relato de Gilgamesh ni el de San Brendán sean libros canónicos, ante ellos sentimos sobrecogérsenos el alma ante las verdades que barruntamos, penetrando y trascendiendo el sentido literal.
 
En "El viaje de San Brendán" forma una red de sentido que solo podemos comprehender recurriendo al conocimiento de la tradición.
 
La embarcación es aquí símbolo de la Iglesia, otra Arca de Noé que nos remite a la primera epístola de San Pedro, cuando el Príncipe de los Apóstoles nos dice: "[El Espíritu de Cristo] fue a pregonar a los espíritus que estaban en la prisión, desobedientes en otro tiempo, cuando en los días de Noé los esperaba la paciencia de Dios, mientras se fabricaba el arca, en la cual pocos, esto es, ocho personas, se salvaron por el agua" (1 Pe. 3, 19). Desde el "Tractatus de arca Noe" de  nuestro Gregorio de Elvira (siglo IV) el Arca de Noé vino siendo una gran imagen de la Iglesia, siglos después, Hugo de San Víctor compondría sus dos tratados: "De arca Noe morali" y "De arca Noe mystica", a los que en otra tesela nos hemos referido. Y creo que bien pudiera leerse el sintagma "De arca Noe" de otro modo, como: "DE ARCANO E". 
 
San Brendán escoge a catorde monjes para formar la tripulación de la embarcación, pero antes de zarpar se les suman tres monjes más que voluntariamente, sin ser elegidos por San Brendán, se agregan. Los tres  monjes se perderán en el viaje, quedando a la postre los catorce iniciales, siendo el número catorce el que simbólicamente corresponde a la perfecta organización. Los años de viaje son siete (número que ya hemos explicado que es la hebdómada en la que se cifra la semana de la creación genesíaca y, por lo tanto, el orden terrenal al que le falta la sublimación en la eternidad del ocho).
 
El viaje de San Brendán adquiere pronto una regularidad perfecta: cada Navidad recalan en la isla de Albea, saliendo el octavo día de Epifanía, para llegar cada sábado santo a Gasconia (que no es un lugar geográfico, sino el nombre del pez-isla) y celebran la Pascua de Resurrección en el paraíso de los pájaros, donde permanecen hasta la Octava de Pentecostés. Como nos dice su traductora y prologuista:
 
"Esta ordenación del destino -la división del tiempo en ciclos litúrgicos, la del espacio en lugares anunciados- supone una victoria sobre el mal o "alienitas", salvando a los peregrinos de los peligros y asechanzas de lo desconocido".
 
El elemento marino que es sobre el que surca la nave de San Brandán y los suyos indica la inestabilidad de la vida terrenal, llena de peligros, amenazada siempre y precaria. Pero, no obstante, la aparición de misteriosos enviados es la prueba permanente de que Dios no falta a los suyos, sino que es un Dios providente y provisor que salva a los que le son fieles y creen en Él.
 
René Guénon no lo cita en "El rey del mundo", pero la isla de Albea es un topónimo más de los que cabe añadir a los que Guénon menciona: Albión, Albania, Alba la Longa... Que para el esoterista francés es "una designación que ha podido aplicarse igual que a las demás a centros secundarios, y no únicamente al centro supremo, al cual le corresponderíai en primer lugar". Y, en efecto, esto se cumple en "El viaje de San Brandán", pues aunque la isla de Albea es una de las estaciones que realizan los peregrinos en sus siete años de navegación, ésta isla no corresponde al Paraíso que, por una sola vez en vida, les será abierto brevemente como coronación de sus trabajos y anticipo de la gloria eterna tras la muerte corporal.
 
Algunos puntos quedan en suspenso, incluso podrían ser tomados como elementos algo heterodoxos para lo que se ha venido presentando como una hagiografía (aunque sea eso y algo más). Así el Paraíso de los Pájaros, donde se nos ofrece el supuesto paradero de los ángeles que siguieron a Lucifer en la rebelión, pero sin perseverar protervamente: Dios los habría castigado apartándolos de su divina presencia, convertidos en aves parlantes que reposan sobre las ramas de un árbol, muy parecido al "árbol de las aves" de algunos relatos orientales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.