viernes, 21 de agosto de 2015

FERVOR MÍSTICO, ARDOR GUERRERO

San Elías
EL FERVOR MÍSTICO EN LA VÍA DEL GUERRERO
Manuel Fernández Espinosa
"Sed quia tepidus es et nec frigidus nec calidus, incipiam te evomere ex ore meo".
("Mas porque eres tibio, y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca".)
(Apocalipsis, 3, 16)
Es frecuente leer los textos sagrados buscando sentidos figurados a las palabras. En el pasaje apocalíptico con el que encabezamos este artículo queremos llamar la atención sobre el "calor" del que nos habla el Espíritu Santo por medio de su profeta. Esa "calidez" contrasta con la "frigidez" y, sobre todo, con la "tibieza". No es por su frialdad que la Iglesia de Laodicea se gana la amenaza de ser vomitada, sino por la tibieza que se acusa en ella. Esto ha dado lugar a prolijas consideraciones, casi todas de índole moral, sobre la tibieza de los creyentes; tibieza que es incluso peor reputada que la frigidez. Sin embargo, nosotros dejamos al margen esas recurrentes admoniciones moralizantes que nos exhortan a un "calor" digamos que metafórico, entendido simplemente como compromiso social o moral del cristiano: nuestro propósito es pensar en el "calor" del que nos habla el hagiógrafo apocalíptico, considerado ese "calor" como realidad sagrada o religiosa, lo cual no quiere decir apartada de lo natural, sino sobrenatural y, por ello, con tangibles efectos en el orden natural del hombre religioso o de la comunidad religiosa.
Tenemos razones bastantes para poder hablar de ese "calor sagrado", tanto en la historia de las religiones como en la mística cristiana.
Para empezar baste pensar en la constante relación inmemorial que se ha establecido desde la más remota antigüedad entre la luz y el calor con Dios. En ese sentido, el Sol se ha mostrado como un símbolo perenne de la divinidad, en razón de la luz y el calor que del astro se desprenden. Esto ha dado lugar incluso a confusiones aberrantes como el sabeísmo o formas mucho más explícitas de heliolatría: aquí el sol ha sido considerado no ya como una imagen, una analogía de Dios, sino como Dios mismo que recibe culto con un sacerdocio organizado y unos fieles. Platón no llega a ese extremo, pero sí que de todos es conocido que el filósofo ateniense compara la Idea del Bien en sí en el mundo inteligible con el sol del mundo sensible en su famoso "símil del sol". Al igual que la luz, el calor sería por lo tanto una manifestación que no sólo, válganos la palabra, irradia de Dios sino que de alguna manera se comunica al hombre religioso.
Es por eso por lo que podemos hablar de "fervor". Con mucha frecuencia se emplean las palabras "fervor", "fervoroso", "ferviente" en un sentido muy restringido (y, todavía peor, adulterado) de lo que estas palabras significan etimológicamente. El "fervor", al igual que su otra forma "hervor", provienen del latín "fervor, -oris" significando: "efervescencia", lo mismo que "fermentación", "agitación", "ardor", "calor" e "ímpetu". Sería depauperar el campo semántico de "fervor" limitarlo a una metáfora que se agota en un estado ánimico, parecido a "hervir", pero símil sin mayores efectos fisiológicos en el orden natural ni efectos de lo sagrado en el orden sobrenatural. El fervoroso, el ferviente no es un frígido ni tampoco un tibio; es alguien que al contacto con lo sagrado se inflama por dentro y no solo de forma figurada, sino con visibles efectos. La lengua castellana, en su milenaria sabiduría, ha sabido distinguir entre "hervor" y "fervor", reservando el "fervor" a las manifestaciones de lo sagrado (hierofanías): un cazo de leche puesto al fuego consigue en el tiempo el "hervor" del líquido, pero a nadie se le ocurriría decir que la leche padece "fervor".
Nuestro "fervor" (calor místico) expresa una realidad que podemos encontrar en múltiples culturas ancestrales, como en el céltico "ferg" (furor) que es el que padece el héroe irlandés Cuchulainn en lo que ha sido considerado como el episodio de su iniciación guerrera que, según nos cuenta el "Tâin bô Cuâlnge", tras su primera proeza, padecía una cólera tal que tuvo que ser metido sucesivamente en tres cubas de agua para rebajarle el "calor mágico" que sufría. Ese "calor mágico", con efectos fisiológicos, no es de índole natural, sino sagrada; y, como todo lo sagrado, manifiesta su terribilidad en una sintomatología que el moderno considerará hiperbólica y legendaria.
Siguiendo a Platón, Marsilio Ficino llegó a distinguir cuatro grados de furor divino, a saber: el furor poético, el furor de los misterios, el furor adivinatorio y el furor amoroso. Para el mismo Platón estaba claro que lo fogoso de la "cólera": "es lo contrario de lo que creíamos hace un momento. Pues entonces creíamos que era algo apetitivo, mientras que ahora, muy lejos de eso, debemos decir que, en el conflicto interior del alma, toma sus armas en favor de la razón" ("República"). El "Thymós" platónico no es de índole concupiscible: la irascibilidad, la cólera, la fogosidad que caracterizarían al guerrero de la república platónica es, bien conducida, un auxiliar de la razón. Una razón que en Platón es divina, rebasando el limitado y adulterado concepto de racionalidad moderna; una razón, la platónica, que descubre al hombre emparentado, en virtud de ese "alma racional", con la divinidad. En Platón, lo filosófico nunca deja de ser religioso, de ahí que la trifuncionalidad notada por Gobineau y, sobre todo por Dumézil, en las sociedades arias fuese respetada por Platón, lo mismo que esa trifuncionalidad religioso-social fue mantenida escrupulosamente por la Edad Media cristiana en los órdenes de los "oratores" (los orantes), los "bellatores" (los beligerantes) y los "laboratores" (los laborantes).
El héroe irlandés Cuchulainn
Podríamos decir que el "fervor" del que hablamos concierne a los dos órdenes superiores de esas sociedades tradicionales, auténticas sociedades ordenadas, cuyos órdenes todos eran de estricta naturaleza religiosa y, por ello mismo, jerárquica (ordenada según grados sagrados): a los orantes en un sentido principalmente místico e interior y, en su principalidad exterior, a los beligerantes con manifestaciones en la realidad fáctica asimiladas al "furor sagrado". Aquí hay que mencionar por fuerza al Berserk y al Úlfhédinn de las sagas escandinavas (guerreros odínicos que luchaban en trance, asimilados al oso o al lobo; a quienes ni la espada ni el fuego podían herir). También podríamos referirnos al "furor teutónico" que menciona Marco Anneo Lucano en su "Farsalia", donde nos pinta a los teutones desatados en una furia despiadada. También la "furia española" pertenecería en su origen a esta modalidad de combate sagrado, de guerrero que combate en guerra santa (no en función de las causas o finalidades de la guerra, sino en su cualidad de fervor/furor religioso-beligerante de origen sagrado.) 
Es la vía mística del guerrero, lejos de la cómoda religiosidad burguesa que no puede ser más que tibia. Se trata de una religiosidad superior que franquea las puertas a realidades incondicionadas, a la acción fascinante y terrible de Dios en el mundo. Lo vemos también en un pasaje veterotestamentario, cual es la prueba a la que el profeta Elías somete en el Monte Carmelo a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. Convocados por el profeta, éste los desafía a que sus ídolos se manifiesten, tras disponerlo todo para dos sacrificios que demostrarán quién es Dios vivo y verdadero, o Yavé o los baales. Una vez dispuestos los altares, Elías les dice: "Después invocad vosotros el nombre de vuestro dios y yo invocaré el nombre de Yavé. El Dios que respondiere con el fuego, ése sea Dios". Es sabido el desenlace, pero no estará de más recordarlo. Los sacerdotes de Baal invocan que te invocan, pero desde la mañana al mediodía no logran ninguna manifestación de su ídolo. Elías, al mediodía, se burla de ellos: "Gritad bien fuerte; dios es, pero quizá está entretenido conversando, o tiene algún negocio, o está de viaje. Acaso esté dormido, y así le despertaréis". Ni las heridas que se autoinfligen los sacerdotes idólatras surten efecto alguno. Elías dispone el altar a Dios, invoca y "Bajó entonces fuego de Yavé, que consumió el holocausto y la leña, las piedras y el polvo, y aún lamió las aguas que había en la zanja". El epílogo de esta teofanía tendrá lugar a la postre con la degollación de los sacerdotes de Baal en el torrente de Cisón. No se dice que Elías fuese poseído por un furor divino, pero se trasluce ello dado que fue el celo por el verdadero Dios el que, en un estado de místico fervor, lleva a Elías a exterminar a cuchillo a los sacerdotes de Baal; así lo indica la iconografía de Elías con la espada que suele representarse como espada de hoja flameante, indicio de una justicia superior a la humana que destruye la iniquidad y a los inicuos divinamente.
Quiero concluir, no sin retener lo que, a mi juicio, son redescubrimientos obtenidos a través de esta indagación:
1. Existe una modalidad de experiencia religiosa que se manifiesta en el "calor místico".
2. Este "calor místico" no puede ser reducido a una simple imagen metafórica de un estado subjetivo y natural.
3. El "calor místico" es el auténtico "fervor" religioso que, en su sentido originario, va más allá de una devoción sentimental y sensiblera que habría que calificar de todo punto como una depravación del "fervor religioso" auténtico.
4. Sabremos distinguir el "fervor religioso" auténtico de la falsa devoción superficial y también del fanatismo en que, a diferencia de esas formas degradadas, el "fervor religioso" no es un fanatismo sugestionado, ni un sentimentalismo deplorable e ineficaz y sin efectos, sino que el "fervor religioso" abre las puertas a la irrupción fascinante y terrible de Dios en el orden natural.
5. El fervor místico tiene dos vías: una interior y mística, propia de los "orantes" y otra no menos mística, pero con efectos exteriores, que sería la propia de los "beligerantes".
6.  El cristianismo no es ajeno a esta vía, por mucho que vivamos hoy una época en que la tendencia sea arrinconar estas manifestaciones divinas, enmascarándolas como simples alegorías o arrinconándolas a estadios de religiosidad oscurantista, como si la actual religión fuese más religión por ser más racionalizante. 
Mircea Eliade, al estudiar el "calor mágico" (él no habla de "fervor místico") apuntaba que: "aquellos que buscan en la religión la confianza y el equilibrio se cuidan mucho del "calor" y del "fuego" mágicos".
Nos parece un reproche totalmente justificado a cualquier modalidad religiosa que acuse esa tendencia, pero más todavía a un cristianismo que, como Iglesia de Laodicea, se ha entibiado y que por tibio merece la amenaza de ser vomitado de la boca de Dios. Dios vivo, Jesucristo Nuestro Señor, no quiere tibios y, por eso mismo, debiéramos pensar que las invocaciones de esos tibios tienen tan poco efecto como las de los sacerdotes de Baal, puesto que no están dirigidas al Dios vivo y verdadero, sino a un ídolo impotente que "está de viaje" o "durmiendo" -como bien lo ridiculizaba Elías: un ídolo incapaz de hacer bajar el fuego a la tierra. Y recordémoslo, recordemos al verdadero Jesucristo, cuando dice:
"Ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?"
"Yo he venido a echar fuego en la tierra, ¿y qué he de querer sino que se encienda?".
(Lucas 12, 49)
Los que no quieren ser inflamados por el fuego de Dios no son de Dios: quieren otras cosas que poco o nada tienen que ver con el Dios vivo.    

1 comentario:

  1. Muy interesante y aleccionador. Una cuestión que se me ocurre, ¿los laborantes no deberían tener su propio tipo de furor específico? Puede estar relacionado con lo que llamaríamos ahora 'inspiración artística' o con el furor poético??

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