DE SANTA CECILIA EN LA TIERRA
Manuel Fernández Espinosa
En 1599 el escultor Esteban Maderno (1566-1636) labró una estatua de Santa Cecilia, de tamaño natural, fiel a como el artista había podido ver el santo cuerpo de la mártir. El escultor mandó poner una leyenda que decía:
"He aquí a Cecilia, virgen, a quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta imagen de la santa en la postura en que la vi".
La tradición cuenta que Santa Cecilia fue martirizada por mandato del prefecto Turcio Almaquio que la consideraba una peligrosa proselitista cristiana. Son muchas las maravillas que refieren las actas de su martirio. Quisieron asfixiarla en el baño de su propia casa (Cecilia era una patricia romana), pero sobrevivió; lo intentaron con agua hirviendo, pero sobrevivió. Tres veces tuvo que aplicar el verdugo la hoja de su espada en el cuello de la santa mártir y no conseguía cercenar su cabeza. Todo eso son, en verdad, prodigios que nos ha transmitido la piadosa tradición. Pero, lo que me ha maravillado a mí es algo mucho más sencillo. Y es que...
Esteban Maderno fue fiel a la hora de esculpir su estatua. Quiso reproducir en mármol lo que sus ojos habían podido ver en aquella inspección que se realizó de las reliquias. Plasma la cisura del cuello practicada por la espada. Y, a mi manera de ver, lo más hermoso; la posición de los dedos de las manos de la mártir que, tal y como los vio, los esculpió: Santa Cecilia tenía tres dedos abiertos en su mano derecha (el pulgar, el índice y el corazón: así es como todavía hoy en día jura la Guardia Suiza del Romano Pontífice); en la mano izquierda tiene el índice desplegado, mientras todos los demás dedos los tiene recogidos. Santa Cecilia subió al cielo dejando un mensaje cifrado, murió confesando el Credo con los dedos:
Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.