GENEALOGÍA
E
INTERPRETACIÓN TEOLÓGICA
DEL
CUENTO DE BLANCANIEVES
Manuel Fernández Espinosa
Algunos autores, como Joseph Campbell, han puesto de manifiesto que bajo los cuentos tradicionales (hoy cristalizados en los dibujos animados de Disney y en gran medida distorsionados) se oculta una poderosa guía para el espíritu humano, no son un simple pasatiempo cuando se consideran en profundidad. Ocurre con todos los cuentos tradicionales y no podía ser menos con uno de los más populares: el famoso cuento de "Blancanieves y los siete enanitos". Los Hermanos Grimm lo compilaron en su colección bajo el título de "Scheewittchen" y viene a ser la versión más conocida, pero existen versiones diversas del mismo; en la colección de Miguel Díez R. y Paz Díez-Taboada publicada bajo el título "La memoria de los cuentos. Un viaje por los cuentos populares del mundo" se traslada la versión rusa, registrándose bajo el título de "La princesa durmiente y los siete gigantes". No es mi intención entrar en dimes y diretes sobre la versión más cabal (si es que la hubiera) o el origen nacional de este cuento universal. Llamo la atención sobre la persistencia, en cualesquiera versiones, de dos comunes determinadores: una dama bellísima que entra en un profundo sueño y siete "seres" (enanitos, gigantes, duendes, ladrones...), lo que permitirá enfocarlo desde su más que plausible génesis legendaria, para hacer patente la enseñanza metafísica que subyace en este mitologema.
Y es que algunos de los elementos del cuento de "Blancanieves" y otros parecidos, como el de "La Bella Durmiente", habría que ir a buscarlos a antiquísimas leyendas que podemos encontrar en Grecia. Diógenes Laercio nos habla de un filósofo cretense, Epiménides, que "Enviólo una vez su padre a un campo suyo con una oveja, y desviándose del camino, a la hora del mediodía se entró en una cueva, y durmió allí por espacio de 57 años. Despertando después de este tiempo, buscaba la oveja, creyendo haber dormido sólo un rato; pero no hallándola, se volvió al campo; y como lo viese todo de otro aspecto, y aun el campo en poder de otro, maravillado en extremo, se fué a la ciudad. Quiso entrar en su casa, y preguntándole quién era, halló a su hermano menor, entonces ya viejo, el cual supo de su boca toda la verdad. Conocido por esto de toda Grecia, lo tuvieron todos por muy amado de los dioses". Y no sólo nos lo refiere Diógenes Laercio, también Plinio, Plutarco y Varrón hablan de Epiménides, aunque estos dos últimos dicen que durmió 50 años y no 57. También hallamos reminiscencias posteriores del sueño de Epiménides en las edificantes leyendas de monjes medievales que sufren un rapto místico: el monje Virila no es el único, también los podemos encontrar en Alemania.
También será Aristóteles el que refiera que hubo unos enigmáticos durmientes de Cerdeña que "se despertaron de su largo sueño junto a los héroes". Pero, de la mano de Simeón Metafrastes ("Vidas de santos"), San Gregorio de Tous o el siríaco Santiago de Sarug lo secundarían, el mitologema rebrota cristianizado, convirtiéndose en acervo de la hagiografía: es la piadosa historia de los Siete Durmientes de Éfeso. Jacobo de la Voragine la incorporaría a su "Leyeda Dorada". La miopía espiritual de la modernidad condenó esta leyenda piadosa a la escombrera de los cuentos fantásticos e increíbles, como cosa poco digna de credibilidad, pero todavía persiste.
Según la versión más antigua, la de Metafrastes, los Siete Durmientes de Éfeso fueron, a saber: Maximiliano, Jámblico, Martín, Juan, Dionisio, Exakostodianos y Antonino. Cuenta esta piadosa leyenda que estos cristianos, amenazados por Decio (que gobernó entre el año 249 y el 251), huyeron y se ocultaron en una cueva del Monte Anquilos. Cuando iban a entregarse para el martirio, rezaron y fue entonces cuando se sumieron en un profundo sueño. Decio los mandó buscar y, hallándolos dormidos, mandó que cerraran la entrada de la cueva. Sin embargo, muchísimos años después, en tiempos de Teodosio el Grande (año 346-395) los siete despertaron "milagrosamente", admirándose de que el cristianismo ya prevalecía en el Imperio y comprendiendo que habían pasado un tiempo increíble sumidos en un sueño, como apartados de la temporalidad para lección de los hombres.
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Los Siete Durmientes Efesinos en la gruta, ilustración medieval |
Por el canal de la herejía nestoriana, la leyenda de los Siete Durmientes de Éfeso llegará incluso al "Corán" (sura 18, 8). Los nestorianos fueron protegidos por los califas abasidas en Irak, instalándose su jerarca en Bagdad el año 762 y uno de los teólogos nestorianos más eminentes, Babai el Grande, había recurrido a la leyenda de los Siete Durmientes de Éfeso para terminar resolviendo que el alma sigue existiendo como sustancia -una vez separada del cuerpo por la muerte- pero careciendo de conciencia y memoria, hasta que resucite; por lo que el intervalo que comprende la hora de la muerte y la de la resurrección sería comparable a lo que fue el despertar de Epiménides o el de los Siete Durmientes efesinos. Según Tor Andrae: "Es doctrina de Mahoma que el alma se hunde después de la muerte en una completa inconsciencia, de suerte que el Juicio sigue al parecer inmediatamente a la muerte" y piensa el erudito sueco que: "Una doctrina semejante sólo la encontramos en aquel tiempo en la Iglesia nestoriana de Persia. Anteriormente había declarado el Padre de la Iglesia siria, Afraates, que el alma se encuentra entre la muerte y el Juicio en un sueño profundo". Estas concepciones tienen tras de sí un evidente componente aristotélico, como no escapará al perspicaz lector con formación filosófica. La cuestión en Aristóteles de la supervivencia del alma (forma) tras la separación de ésta y el cuerpo (materia) supuso controversias proverbiales por su doctrina hilemórfica (algunos incluso quisieron meter en esto a Platón, lo que me parece errado, interpretando cierto pasaje de "El Simposio"). En otro orden de ideas, el mismo Aristóteles había escrito en su "Física":
"Pero sin cambio no hay tiempo; pues cuando no cambiamos en nuestro pensamiento o no advertimos que estamos cambiando, no nos parece que el tiempo haya transcurrido, como les sucedió a aquellos que en Cerdeña, según dice la leyenda, se despertaron de su largo sueño junto a los héroes: que enlazaron el ahora anterior con el posterior y los unificaron en un único ahora, omitiendo el tiempo intermedio en el que habían estado insensibles".
Esta idea todavía resuena, a finales del siglo XIX, en el libro publicado bajo el título "Mi hermana y yo" que se le atribuye a Nietzsche:
"Vosotros opináis que tendréis una calma prolongada hasta que renazcáis -¡pero no os engañéis! Entre el instante postrero de la consciencia y el primer brillo de la nueva vida no hay tiempo -pasará rápido como un relámpago, aunque criaturas vivas lo midan por billones de años y aún sean incapaces de medirlo. Tan pronto como desaparece el intelecto compadécense entre sí la intemporalidad y la sucesión".
No obstante, aunque esta idea ha sido y es defendida por diversas sectas heréticas, no olvidemos que el Padre de la Iglesia siríaca, Afraates (270-345) sostenía lo que nos parece más importante para la cuestión; y lo más importante no consiste en especular sobre el estado inconsciente y amnésico del alma (una vez separada del cuerpo), como defendía erradamente el nestoriano Babai; y, por cierto, que en un error similar a efectos prácticos incurrió el Papa Juan XXII (1249-1334) cuando afirmó que los justos no gozarían de la visión beatífica hasta el día del Juicio; esta polémica y error fue solucionado definitivamente por el Papa Benedicto XII (1280-1342) que, con la bula "Benedictus Deus" (del año 1336), afirma que las almas de los justos gozan de la visión beatífica sin género de duda, al igual -añadimos- que las almas purgantes están en vías de gozarla y los precitos, almas condenadas, ya sin esperanza alguna, sufren indeciblemente las penas eternas del infierno. Y es que, lo más importante de esta idea del soñante que despierta y es como si se hubiera dormido un rato antes (Epiménides o los Siete Durmientes de Éfeso, también la Bella Durmiente), radica en la imposibilidad de medir el tiempo cuando estamos hablando de los que han atravesado el muro del tiempo, las otras derivaciones nestorianas o de Juan XXII son producto de una extremada racionalización incapaz de apresar el misterio.
La más plausible interpretación del cuento de Blancanieves (o de la Bella Durmiente, aunque no me voy a entretener en clarificar las diferencias simbólicas entre uno y el otro) se nos aparece más clara ahora, si se me ha seguido.
El cuento de Blancanieves contiene en sí una enseñanza referida al misterio de la redención y la resurrección. Blancanieves no es otra cosa que el alma -considerada como esa dama bellísima- que ha sufrido, durante el tiempo, las insidias y que incluso ha sucumbido a las tentaciones del maligno (la madrastra que la envidia y odia y que la envenena, estragándola por el pecado). El pecado sume al ser humano en un letargo que es como la muerte. ¿Pero quiénes son los siete enanitos o gigantes o duendes (poco importa como se figuren)? Son el septenario temporal, la expresión del curso del tiempo: son los siete días de la semana en que simbólicamente se cifra el "tiempo", el tiempo en que se debate nuestra existencia aquende la eternidad, con todas sus miserias, tribulaciones, tentaciones, caídas, grandezas, consuelos, gozos y levantares. Notemos que estos "siete" son seres con un aspecto monstruoso ("descomunal" en el sentido de poco comunes), a la vez que los garantes de que, mientras la criatura humana exista en la temporalidad, podrá ser redimida merced al beso místico (la gracia de la conversión) que le da el Príncipe (Cristo), que es el Amor de Dios que la resucita, la devuelve a la vida y la termina desposando con Él, para ser por siempre felices en la Gloria eterna.
Y colorín colorado, esta glosa se ha acabado.
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Resurrección de Lázaro, Maestro de Coetivy. Siglo XV |
BIBLIOGRAFÍA:
Aristóteles, "Física".
Platón, "El Simposio".
Diógenes Laercio, "Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres".
Andrae, Tor, "Mahoma".
Hermanos Grimm, "Cuentos".
Díez R, Miguel y Díez-Taboada, Paz, "Las memorias de los cuentos. Un viaje por los cuentos populares del mundo".
Varios autores, dirigidos por Henri-Charles Puech, "Las religiones en el mundo mediterráneo y en el oriente próximo II. Formación de las religiones universales y de salvación", Editorial Siglo XXI.
Jünger, Ernst, "La tijera".
Eliade, Mircea y Couliano, Ioan P., "Diccionario de las religiones".