viernes, 12 de septiembre de 2014

LA ORDEN EXORCÍSTICA DE BEATO FRANCISCO PALAU

LA CRUZADA EXORCÍSTICA DE UN CARMELITA CARLISTA CONTRA EL ESPIRITISMO EN EL SIGLO XIX
 
Beato Francisco Palau
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
Una de las vidas místicas españolas del siglo XIX fue la de Francisco Palau, nacido en Aitona (Lérida) el año 1811. De 1828 a 1832 siguió los cursos de Filosofía y Teología en el Seminario de Lérida y allí descubrió sus dos grandes guías espirituales: las enseñanzas de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Su devoción a los dos más grandes místicos españoles lo encaminó a abrazar en 1833 la vida carmelitana y profesó en el Convento de Descalzos de San José de la Ciudad Condal con el nombre de fray Francisco de Jesús, María y José. Sufre la exclaustración y la persecución revolucionaria, incluso es encarcelado en las mazmorras de la Ciudadela. Cuando es liberado se refugia en una cueva próxima a Aitona, para llevar vida de ermitaño y ayuda al párroco. Predica mientras que los carlistas dominan el territorio, pero con la derrota de Berga el carmelita marcha al exilio con tantos otros carlistas, instalándose en Montauban (Francia) desde 1841 a 1851. Sus prédicas allí le granjean la envidia del clero local y en 1851 retorna a Barcelona, fundando la “Escuela de Virtud”. En 1860 instituirá la congregación de Hermanos y Hermanas Carmelitas Terciarios en las Islas Baleares, el embrión de las Carmelitas Misioneras Teresianas.
 
Su celo apostólico responde a la demandas de la época: en sus días han surgido corrientes inquietantes de pensamiento herético. El materialismo y el espiritismo arrecian: positivismo comtiano, marxismo, darwinismo… Y el espiritismo sintetizado por Allan Kardec están arrasando en las elites científicas y en las masas ignorantes. Y el P. Palau no se refugia en una torre de marfil, sino que emprende el buen combate mediante todos los medios a su alcance. Funda así varios periódicos, entre los que figura “El Ermitaño”, realizando así una ímproba tarea de apostolado escrito que no le resta tampoco tiempo para realizar uno de los quehaceres menos conocidos, pero tan propios de su ministerio: el exorcismo.
El mal estaba identificado:
"El diablo rey es con el Gran Oriente ante la fracmasonería, aquello que es con Cristo Pío IX para toda la Iglesia: Pío IX es la cabeza invisible de la Iglesia, y Cristo cabeza invisible. El Gran Oriente es la cabeza invisible del imperio del mal, y el diablo rey es su cabeza invisible. No hay soberano en la tierra que no está iniciado en los secretos de la fracmasonería". ("El Ermitaño", 29 de junio de 1871).
El P. Palau entiende que los males de la época encuentran su matriz en el satanismo y por eso forma una auténtica compañía de sacerdotes exorcistas:
 
“Los espiritistas son un brazo de la fracmasonería. El espiritismo es el sacerdocio del paganismo moderno, y sus apóstoles hacen cosas muy prodigiosas. Entre otras tienen el poder de curación, no por la gracia, sino por poder comunicado por Behlezebud, príncipe de todos los demonios” (escribe en “El Ermitaño”, 29 de junio de 1871).
Uno de sus discípulos sería el P. Joaquín Piñol. Piñol había levantado una casa de oración en el número 7 de la calle Mirallers, donde con un grupo de colaboradores practicaba exorcismos. Piñol ganó para la causa al más grande poeta catalán, el Padre Jacinto Verdaguer.
Pocos hombres en España supieron ante lo que se hallaban como el P. Palau. Las discordias y los males del siglo XIX no eran cuestiones naturales, sino que tenían su raíz en el mismo origen del mal. La mística del P. Palau es combativa: sus conocimientos sobre esoterismo lo capacitaban para saber ante lo que se enfrentaba. Frente a la cómoda e ingenua percepción del mal que en su época empezaba a prevalecer, el P. Palau tenía muy claro que había que armarse y dar la batalla (por invisible que ésta fuese) al demonio:
“En virtud de esta fe que confesamos, hemos delatado y de nuevo delatamos ante el tribunal supremo de la Iglesia un cuerpo de doctrinas, que sostenido por hombres, por muchos títulos respetables, las defienden: las delatamos como erróneas, falsas, funestísimas al catolicismo, porque tienden a dejarle inerme en las batallas contra las potestades adversas en medio del campamento en una lucha de las más encarnizadas que haya habido:
1.     Dicen que ahora no hay demonios sobre la tierra, porque Cristo los encerró al infierno con su venida.
2.     Que no pueden entrar en los cuerpos humanos, no poseerlos.
3.     Que ahora no hay energúmenos; y si confiesan su existencia, pretenden demostrar que son casos tan raros que “parum pro nihilo reputatur”, estos niegan embarazadamente al Exorcistado materia suficiente.
4.     Que no hay maleficio, esto es, que un hombre no puede dañar a otro sirviéndose del arte diabólico. El Anticristo dañará no al individuo y la familia solamente, sino al orbe entero ¿y cómo? Con el poder, con virtud, con el ministerio de Satanás “in omni operatione Satanae in signus es portentis”.” (“El Ermitaño”, 13 de abril de 1871).
En 1881, años después de pasar a mejor vida el P. Palau, se desató en España una epidemia de posesiones diabólicas. Su epicentro fue Jaca, pero se extendió por todo el país. Y muchos pudieron entender cuánta razón asistía al santo varón para preconizar la lucha contra los poderes de las tinieblas (que, entre los racionalistas, había suscitado la sonrisa escéptica). Los hombres formados por el P. Palau prestaron un servicio colosal a detener el mal. El mal había sido azuzado por la proliferación de cenáculos espiritistas.
El P. Palau falleció en 1872 y fue beatificado por S. Juan Pablo II el 24 de abril de 1988.

FUENTES DE CONSULTA:

Mosén Cinto, un sacerdote entre el diablo y la Atlántida, Ernesto Milá.

Archivo y biblioteca personal, con varios números de EL ERMITAÑO.
 

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