viernes, 22 de abril de 2016

EL DIOS QUE DANZA


San Pascual Baylòn


Manuel Fernández Espinosa


"Yo sólo creería en un Dios que supiera bailar" -decía desafiante Nietzsche en "Así habló Zaratustra". Muy convencido estaba el filósofo alemán de que Dios -el Dios de los cristianos, por supuesto- no bailaba; y a buen seguro que así se lo hicieron creer sus compatriotas protestantes, siempre tan envarados y puritanos ellos. 
 
La danza es una de las expresiones religiosas más antiguas que surge, como la música y el cántico, de la verdadera fuente de toda religiosidad sana: la alegría y la gratitud por la existencia. Danzas sagradas se han realizado (y siguen realizándose) en todas las religiones: baste pensar en los cultos dionisiacos y en el hinduísmo tenemos a Shiva, al que se le llama "Nataraja" (el rey de la danza); no olvidemos tampoco la popularmente conocida "danza de los siete velos", cuyos orígenes parecen remontarse a la más remota antigüedad y que tiene un sentido religioso (y no es un vulgar destape como malentiende el occidental, irredento en su ignorancia) o a los derviches giróvagos.
 
En cambio, en el marco del cristianismo la danza siempre ha suscitado la suspicacia del clero más puritano que la condenaba sin ambages como invención del mismísimo diablo. La actitud de estos cristianos, contrarios a la danza, no se halla en el mismo cristianismo, sino que encontraba sus antecedentes en la gravedad romana precristiana: ya había dicho Cicerón que sólo un loco podía ponerse a bailar y, con anterioridad a Roma, en la antigua Grecia los hombres más serios consentían que mujeres y niños bailaran, pero censuraban a los bailarines varones como homosexuales pasivos y uno de los peores insultos era llamar a un hombre "cinaedus" (danzante en su origen, pero pronto sinónimo de sodomita).
 
Con esa mala fama que envolvía a la danza entre los paganos más severos no era de extrañar que el apologeta cristiano Tertuliano censurara la danza, entre otras diversiones, por entenderla como expresión de vida disipada e indecente para el cristiano; pero también merece recordar que la razón por la que Tertuliano (y, con él, otros antiguos autores cristianos) condenaban las danzas de su tiempo era en gran medida por ser estos bailes no otra cosa que "danzas sagradas" que se ejecutaban como parte del culto a dioses paganos como Astarté. Sin embargo, hay que tener presente que -como advertía el recientemente fallecido José María Blázquez- con el correr del tiempo todas las danzas -en su origen sagradas- tienden a desacralizarse, perdiendo su carácter religioso original y vienen a profanizarse, reducidas a lo que se convertirá en no otra cosa que mera expresión lúdica (José María Blázquez, "Mitos, dioses, héroes, en el Mediterráneo antiguo").
 
No obstante, pese a los dicterios pronunciados por tantos doctos varones de la Iglesia, la danza no pudo erradicarse de la vida de las comunidades y el cristianismo también tuvo, aunque menos conocidas, sus expresiones coreográficas sacras: por ejemplo, los especialistas afirman que en el "Llibre Vermell de Montserrat" (recopilación de cánticos dedicados a la Virgen) había tres danzas rituales que ejecutaban en círculo los peregrinos en el interior del templo: "Stella Spledens", "Los Sets Goigs" y "Polorum Regina" (Artemis Markessinis, "Historia de la danza desde sus orígenes"). Y no olvidemos tampoco las danzas eucarísticas que, bien en los atrios de los templos o en su interior, ejecutaban lo mismo niños que hombres recios y derechos. Sin embargo, muchas de ellas (en algún momento podríamos pensar que todas) fueron prohibidas por la susceptibilidad del clero mas reacio a las diversiones públicas en virtud de la "democratización del ascetismo".
 
Me atrevo a llamar "democratización del ascetismo" a una de las peores desviaciones de la praxis eclesiástica que, operando sociológicamente sobre el erróneo supuesto de que todos somos "iguales", extiende los rigores de la ascesis a todos los fieles (y si no la ascesis activa, consigue imponer siquiera exteriormente la adustez general). ¿Qué parte de la bienaventuranza de Jesucristo no entendieron (y no entienden algunos) cuando el Divino Maestro dice: "Estad alegres y contentos"? Por eso, a Dios gracias, siempre hubo santos que se salieron del guión de los amargados amargantes y ahí tenemos a San Pascual Baylón (franciscano tenía que ser) del que, se dice, la oración lo llevaba a lo que pudiéramos interpretar como un éxtasis danzarín; que de ahí su sobrenombre de "Bailón".
 
Como toda expresión cultural, las danzas tienen su última razón de ser en lo religioso, aunque -será conveniente recordar que, como afirmaba José María Blázquez, toda expresión religiosa tiende con el tiempo a desacralizarse y esa es la verdadera razón de su corrupción: que se hace profana y lúdica.
 
Pero el correctivo a la corruptela de cualquier tradición nunca ha sido prohibirla, sino re-crearla y re-sacralizarla: tanto a la tradición como a la danza.

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