jueves, 30 de junio de 2016

FRANZ KAFKA... A LAS PUERTAS DEL CASTILLO DIVINO





 DE LAS PUERTAS DE UNA MÍSTICA QUE PERDIÓ LAS LLAVES


Manuel Fernández Espinosa


Dice Eliade, con la perspicacia que le caracteriza, que: "...tenemos que "desmitificar" los mundos y lenguajes de la literatura, las artes plásticas y el cine aparentemente profanos, para sacar a luz sus elementos "sagrados", aunque este carácter "sagrado" sea por supuesto ignorado o esté camuflado o degradado". 

En el caso de la obra de Franz Kafka eso "sagrado" que se añora y siente tan inaccesible no está ignorado, pero sí camuflado. Se ha leído a Kafka en muchas claves y no seremos nosotros los primeros en haberlo leído en clave religiosa (o, por mejor decir, en clave de religiosidad frustrada); ya Gershom Scholem, la máxima autoridad en esoterismo judío, apuntaba que en los escritos de Kafka se nos presentan -"reducidos al grado cero", dice Scholem- los impulsos místicos. "La nueva revelación que le ha sido otorgada al místico se presenta como clave de la revelación. Aún más: la clave puede perderse incluso, pero siempre queda el impulso infinito que acucia a buscarla".

La hermenéutica que de las novelas de Kafka se ha hecho por lo común ha enfatizado la dimensión más superficial: Kafka quedaría reducido, en esa interpretación, a un mero denunciador de una sociedad hiperburocratizada (así en "El proceso" o en "El castillo") en la que el hombre queda alienado ("La metamorfosis"). Y sin dejar eso de ser así, nos parece que no agota toda la profundidad -inconsciente o consciente- que aflora en la literatura de Kafka a través de todos los símbolos recurrentes de su obra: su preferencia por las puertas, por los pasillos, por las escaleras... Nos hablan de una búsqueda incesante; el despertar matutino de Josef K. en "El proceso" cuando irrumpe en su alcoba uno de los vigilantes que le han puesto como detenido por algo que ignora... O el despertar de Gregorio Samsa (en "La metamorfosis") a una nueva existencia como insecto, son algo más que el absurdo a primera vista de la alienación de la existencia, más bien nos ponen ante los ojos una revelación de índole inquietante y parece decirnos: ¿en qué nos hemos convertido por no disponer de las llaves que abren las puertas de lo trascendente

No se puede leer a Kafka como si no fuese judío, un judío secularizado por una educación muy poco judía: "Pero, ¡qué clase de judaísmo me has transmitido!" -le reprocha a su progenitor en "Carta al padre". Un judaísmo formal, en la línea del fariseísmo convencional. Y a diferencia de otros judíos en su misma tesitura, Kafka tiene la grandeza de despreciar cuantas falsedades han inventado otros judíos secularizados como él mismo: el freudismo es para él: "una nueva falsificación de la Verdad humana. Conduce a una manipulación de las almas". El marxismo es otra engañifa; a Gustav Januch, su amigo poeta, le dijo Kafka, mientras contemplaban una manifestación marxista por las calles de Praga: "Son dueños de la calle y se creen dueños del mundo. Y sin embargo se engañan. Detrás de ellos avanzan ya los secretarios, los burócratas, los políticos profesionales, todos esos sultanes modernos cuya subida al poder ellos están preparando. La revolución se evapora, y sólo queda entonces el fango de una nueva burocracia."

Kafka tuvo muy claro que: "La humanidad sólo se convierte en masa gris, informe y por consiguiente anónima, cuando prescinde de la ley (de Dios) que da las formas. Entonces ya no hay ni arriba ni abajo. La vida se degrada hasta no ser más que simple existencia. Entonces ya no hay drama ni lucha, sino simple desgaste de la matera, simple decadencia".

Las novelas de Kafka son complejas parábolas que, no pocas veces, incluyen a su vez otras parábolas. La conversación del protagonista de "El proceso" en la Catedral con un sacerdote (en el cap. IX de "El proceso") es un magnífico ejemplo. En la parábola que le cuenta el abate a Josef K. los grises burócratas que impiden el avance en el proceso -de índole espiritual- se convierte en uno, en un guardián místico que impide el paso, similar al "guardián del umbral", del que nos habla Rudolf Steiner: centinelas de una puerta exclusivamente franqueable a quien tenía que abrirla y que no pudo abrirse, por no disponer de la llave adecuada que era la resolución de entrar por ella (tal vez la actitud hubiera tenido que ser la del "salto" kierkegaardiano): "Nadie más que tú tenía el derecho de entrar aquí, pues ésta entrada sólo está hecha para ti: ahora me marcho y cierro" -le dice el vigilante de la puerta al moribundo que le pregunta en la agonía: "Si todo el mundo procura conocer la Ley, ¿cómo es que desde hace tanto tiempo nadie más que yo te he rogado que le dejes entrar?".

Las novelas de Kafka se inician siempre con frases poderosas:

"Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto". (La metamorfosis)

"Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido." (El proceso)

La mañana, después de la noche, trae el despertar: a una existencia gris e inconsciente se revela una "buena" mañana todo el sinsentido de su situación, toda la horrible monstruosidad a la que la pérdida de su ligazón "religiosa" con lo divino la ha precipitado. Todo lo demás será tratar de salir de esa situación, razonando y actuando.

La meta de todos los esfuerzos terrenos permanece inexpugnable, incluso envuelta en una tiniebla mística: "Ya era de noche cuando K. llegó. La aldea yacía hundida en la nieve. Nada se veía en la colina; bruma y tinieblas la rodeaban; ni el más débil resplandor revelaba el gran castillo. Largo tiempo K. se detuvo sobre el puente de madera que del camino real conducía a la aldea, con los ojos alzados al aparente vacío" ("El castillo".)

Se barrunta el misterio, pero éste permanece inaccesible a los ojos humanos, como el trono de Dios celado por la tiniebla de este mundo. Cuando se sabe que allí, encaramado en la colina, hay "castillo", miles de impedimentos terrenales y humanos -inexplicables, enigmáticos- impiden el acceso a él. Todas las vías de acceso se niegan. Es el hombre ante el misterio de Dios, el hombre que ha perdido (o no encuentra) las llaves de su casa como el borracho.

Kafka representa, como pocos escritores en el siglo XX, ese insaciable afán místico que se ve una y otra vez frustrado (véase "Un mensaje imperial")

A diferencia de otros judíos (como no pocos de la escuela de Husserl, el mismo Husserl o Henri Bergson) no parece que Kafka sintiera nunca la inquietud de convertirse al cristianismo, pero Vintila Horia va muy bien orientado cuando apunta que toda la angustia kafkiana puede explicarse por la falta de la clave de Jesucristo, pues desde el Nuevo Testamento: "Dios no infunde miedo, sino amor, el enemigo no es algo que hay que destruir sino que amar, el amor mismo es la ley de la vida y, a través de la figura de Jesucristo y de la Virgen, o tal vez de los santos, Dios es algo accesible. No está en ningún castillo, sino muy cerca, es alcanzable a través del ángel del amor. No sólo el amor entre el hombre y la mujer, aunque esto es también esencial, sino el amor directo, la comunión permanente, que nos ayuda a comprender, a justificar, a perdonar y a aceptar. Aquel salto Kafka no lo pudo dar nunca".

Kafka es más que un escritor: es un místico frustrado, alguien que sintió dentro de sí el impulso de descubrir a Dios y que no pudo hacerlo por permanecer en su nativo judaísmo secularizado. 

Sintió que había una puerta que, como la de "The Door in the Wall" de Herbert George Wells, no se franqueaba. Y vivió hasta el fin de sus días pensando que sería tarde para atraversarla. No podemos hacer más que tomar lección de su obra y rogar para que Dios se la abriera a la postre.

BIBLIOGRAFÍA

Obra completa de Franz Kafka.

Eliade, Mircea, "La iniciación y el mundo moderno", en "La búsqueda. Historia y sentido de las religiones".

Scholem, Gershom, "La cábala y su simbolismo". 

Steiner, Rudolf, "Cómo se adquiere el conocimiento de los mundos superiores".

Horia, Vintila, "Introducción a la literatura del siglo XX". 

Januch, Gustav, "Kafka me ha dicho".


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