martes, 20 de enero de 2015

EL SIMBOLISMO DE LA CORONA IMPERIAL

 
 

SIMBOLISMO ESCATOLÓGICO DEL SACRO IMPERIO ROMANO-GERMÁNICO EN SU CORONA
 
Manuel Fernández Espinosa
 


Desde el 25 de diciembre del año 800 en que Carlomagno es coronado Emperador hasta el 6 de agosto de 1806 en que Francisco I de Austria (como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Francisco II) decretó su desaparición para burlar las pretensiones de usurpación que abrigaba Napoleón Bonaparte, el Sacro Imperio Romano Germánico fue una realidad en Europa, fue -podemos decir- la auténtica Europa. No es aquí la cuestión abordar las vicisitudes por las que pasó el Imperio, pero sí pretendo ofrecer una interpretación del poderoso símbolo de la Corona Imperial: la Reichskrone des Heiligen Römischen Reiches.
 
Entre las insignias imperiales (mencionemos la Cruz Imperial, la Espada Imperial y la Lanza Sagrada), la Corona es la más importante. Estas insignias imperiales se encuentran a día de hoy en el Palacio Imperial de Hofburg hasta que se designe un nuevo emperador.
 
La Corona Imperial está formada por ocho placas de oro: cuatro con imágenes esmaltadas entre las que se intercalan otras cuatro placas en las que se engastan piedras preciosas. El número de piedras preciosas es de 144 (número, como veremos, de profundo simbolismo apocalíptico). La corona se cierra con un arco que va de la nuca a la frente y sobre la frente se yergue una cruz frontal a cuyo reverso va un Cristo Crucificado. El hecho de que la corona tenga por cimera un arco era para que los picos de la tiara que se ponía debajo de la corona sobresalieran. Se recordaban así las sagradas vestiduras con las que fue revestido Aarón, Gran Sacerdote del Antiguo Testamento: "Le puso una corona de oro sobre la tiara, y una diadema" (Eccl. 45-12).
 
Las tres filas de cuatro piedras cada una en la placa frontral y en la de la nuca recuerdan la placa pectoral que portaba el Gran Sacerdote con el nombre de las doce tribus de Israel. Las doce tribus, a su vez, eran prefiguras de los Doce Apóstoles de Nuestro Señor Jesucristo: las placas anterior y posterior de la Corona Imperial simbolizan el Antiguo y el Nuevo Testamento.
 
12 tribus x 12 Apóstoles = 114: las 114 piedras preciosas que lleva la Corona Imperial. A la vez este número nos remite a la visión de la Jerusalén Celestial que nos fue revelada por San Juan en el "Apocalipsis"; en este libro supremo podemos leer: "Tenía un muro grande y alto y doce puertas, y sobre las doce puertas, doce ángeles y nombres escritos, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel [...] El muro de la ciudad tenía doce hiladas, y sobre ellas los nombres de los doce apóstoles del Cordero [...] Midió su muro, que tenía ciento cuarenta y cuatro codos, medida humana, que era la del ángel" (Apoc. 21).
 
En las cuatro placas de menor tamaño (llamadas "Placas Figurativas") hallamos cuatro representaciones en esmalte tabicado: (tres presentan a relevantes personajes del Antiguo Testamento: 1. el Rey David, 2: el rey Salomón; 3, el profeta Isaías y el rey Ezequías) y una placa lleva a Cristo flanqueado por dos ángeles.
 
David (cuyo nombre significa "el elegido de Dios") es sobradamente conocido, por lo que no vamos a relatar aquí más de él que la formidable figura monárquica que supone para la Historia de Israel y, para los cristianos, es el emblema mesiánico y cristológico que prefigura a Jesucristo en el Antiguo Testamento. Cuando David expresa a Dios su deseo de levantar un templo en la ciudad santa de Jerusalén, Dios (que es un bromista) le replica que se hará presente en la dinastía de David más que en el templo; para ello emplea la palabra hebrea "bajit" que significa "casa" (habitáculo, templo), pero también estirpe. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad (Jesucristo Señor Nuestro) en efecto, se encarnará en los descendientes de David.
 
Salomón (cuyo nombre deriva de "Paz"), hijo de David, fue el encargado de edificar el Templo que llevó su nombre, el templo de la antigua alianza. En el Templo (espacio y cosmos) habitará la presencia de Dios, pero -como hemos advertido en el caso de David, se encarnará en la dinastía davídica (tiempo e historia) en Jesucristo.
 
Ezequías ("Yahveh ha fortalecido") fue el décimotercer rey de Judá, protagonista de la resistencia frente a la invasión del rey asirio Senaquerib, que asedió sin éxito Jerusalén. Que Ezequías aparezca con Isaías es normal, pues Isaías ("Yahveh es salvación") fue el profeta que asistió a Ezequías.
 
La placa correspondiente al Nuevo Testamento, la que representa a Jesucristo entre dos ángeles, no necesita mucha interpretación: Cristo, Alfa y Omega, es la realización plena de todas las promesas de Dios contenidas en el Antiguo Testamento, superación de la ley antigua y del templo antiguo.
 
Podríamos detenernos más, interpretando al detalle otros elementos presentes en la corona, pero hemos preferido ofrecer una síntesis que dé ocasión para meditar sobre la profunda lección que ofrece este símbolo del Sacro Imperio Romano Germánico que condensa la Historia de la Salvación y que a modo de corona llevaba el Emperador sobre su cabeza. La corona nos remite a la Jerusalén Celestial por su simbolismo numerológico que trata de plasmar analógicamente las trazas de la Jerusalén Celestial que fue dada en visión al Águila de Patmos. Así, el Emperador era  la Espada que guardaba la sociedad terrenal de las asechanzas de todos sus enemigos infernales, el protector del orden y la paz de Cristo en la tierra, garante de la concordia de la Etnarquía cristiana, vigilante contra toda revolución que arraiga en los profundos desajustes del alma de los hombres entregados al Maligno, custodio de todo lo que merece ser llamado Civilización Europea (ni mucho menos lo que hoy es Europa) y así, el Emperador permanecerá con su corona sobre sus sienes, recordándonos a todos que, hasta que se produzca la Segunda Venida en gloria de Jesucristo, sobre la tierra habrá quien defienda a los oprimidos y quien haga justicia a todos los que la aguardan.
 
El Emperador era, a su manera, un Vicario de la Realeza de Cristo.
 
Mientras que Cristo llega, impere el Emperador cristiano del Sacro Imperio Romano Germánico. Restáurese el Orden abolido por el avance de la satánica revolución. 

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