miércoles, 11 de febrero de 2015

DOS ÓRDENES RELIGIOSAS GENUINAMENTE HISPÁNICAS

Foto de Manolo Fernández.
San Jerónimo, de El Greco

Manuel Fernández Espinosa


LOS ERMITAÑOS DE SAN JERÓNIMO


En el año del Señor de 1373 el Papa Gregorio XI aprobaba en su bula "Salvatoris humani generis" a la orden de los Ermitaños de San Jerónimo, la que se había fundado allá por 1360 en España de la mano de Pedro Fernández Pecha (de noble alcurnia) y Fernando Yáñez de Figueroa (canónigo toledano), a ambos se vino a sumar el hermano de Pedro, que a la sazón era Obispo de Jaén y que, para sujetarse a la vida eremítica, pidió licencia para abandonar su sede episcopal: Alfonso Fernández Pecha. La orden agregó a ella varios grupos eremíticos que se hallaban diseminados por Castilla, Portugal, Aragón y Valencia, bajo la Regla de San Agustín, pero con las constituciones inspiradas en el monasterio del Santo Sepulcro de Florencia. El primero de los monasterios femeninos fue el de Santa María de Sisla (próximo a Toledo), fundado por Pedro Fernández Pecha.

Los Pecha eran de linaje italiano, como así nos dice el armorial "Nobleza de Andalucía" de Argote de Molina, que refiere que el padre de los Fernández Pecha, Fernán Rodríguez Pecha, había nacido en Siena, del linaje Pechi y, sigue apuntando Argote, la "significación del apellido en nuestro castellano es lo mismo que Abeja", de ahí que el blasón familiar fuese "...una abeja. La cual trae azul en campo de oro por alusión del mismo nombre".

Pedro Fernández Pecha había ocupado en el siglo el cargo de oficial de la escudilla de Pedro el Cruel, oficio cortesano que desempeñaba la alta nobleza consistente en ponerle el plato al monarca. Dice también Argote que éste Pedro Fernández Pecha, "con acuerdo de algunos italianos (que á Castilla vinieron de su patria) dejando el hábito seglar, se metió en religión, y fué instituidor en España de la órden de San Hierónimo". La venida de estos italianos estaba relacionada con la profecía del maestro de estos, Tommasuccio de Siena, que a su vez era discípulo de Joaquín de Fiore. Tommasuccio de Siena fue el inspirador de estas agrupaciones eremíticas alrededor del carisma y la figura de San Jerónimo de Estridón (aprox. 340-420), padre de la éxegesis bíblica y que, cuando vivió (en los primeros siglos cristianos) se había ido a establecer en Tierra Santa, en el mismo Belén, atrayendo con su ejemplo a muchos otros cenobitas. El cenobistimo de San Jerónimo parecía haberse desvanecido, pero -como tantas cosas en nuestra Iglesia- resurgió precisamente en España, con el impulso de profetas italianos como Tommasuccio que indicaba a sus seguidores que el referente de los eremitas tenía que ser San Jerónimo. El de Siena también había vaticinado que en aquellos días: "el Espíritu Santo venía sobre España". Pero las profecías no solo quedan en Tommasuccio de Siena. Uno de los primeros jerónimos, el antiguo Obispo de Jaén convertido en ermitaño, estuvo en Aviñón, tuvo tratos con Santa Catalina de Siena y fue confesor de Santa Brígida de Suecia y a él tocó la tarea de transcribir el "Libro de las Revelaciones" de la mística sueca y eximia profetisa, la cual también profetizó que la orden de los jerónimos estaba llamada a desempeñar grandes servicios para la reforma y propagación de la Iglesia.

Aunque no era una orden militar (ni siquiera lo consintieron cuando se les presionó para serlo), la orden jerónima tenía un espíritu guerrero: "Se trata de conquistar la Tierra prometida. Prometida no a los pacatos y remolones, sino a los fuertes, a los que están dispuestos a luchar con todas sus fuerzas"; para ellos, Cristo "tiene una espada y siempre avanza delante de nosotros, lucha con nosotros y vence a los adversarios": el diablo, el mundo y la carne. Practicaban rigurosamente la oración, incluso pudiéramos decir que el hesicasmo: la oración incesante. "Oh, Jesús, Jesús" -rezaban noche y día; por esa razón los parientes espirituales italianos de los jerónimos peninsulares, congregados en torno a Giovanni Colombini (muerto en 1367), eran llamados "gesuati".

"El Espíritu Santo venía sobre España", en efecto, y llama poderosamente la atención los enclaves reservados por la Divina Providencia para esta orden que vino a formar a los custodios del destino providencial de las Españas. En el año 1389, los jerónimos toman posesión del Monasterio de Santa María de Guadalupe (Cáceres) que, como no puede escapársele a nadie, se trata de una devoción mariana tan señera y tan íntimamente vinculada al porvenir de la Cristiandad en América. Los jerónimos fueron en la península muy favorecidos por la monarquía portuguesa y española: a principios del siglo XVI, el rey Manuel I de Portugal erigió el Monasterio de los Jerónimos de Santa María de Belem en Lisboa y en este monasterio majestuoso reposan los restos de Vasco da Gama y Luis Vaz de Camoens: los designios imperiales de Portugal hacia Asia y la lengua que cantó el heroísmo de los nuevos nautas de Cristo quedaron bajo la custodia de los jerónimos. Carlos I de España y V de Alemania, al abdicar, se retiró al Monasterio de Yuste, para morir en otro enclave jerónimo y, cuando Felipe II el Grande decide levantar el Monasterio de San Lorenzo del Escorial dispone que sean los jerónimos los que custodien aquella magnífica fortaleza-monasterio y eso a pesar de que otras órdenes como dominicos y franciscanos y, hasta los jesuitas, pretendieron que el rey les permitiera ser los exclusivos custodios de El Escorial.

Podríamos decir que la historia de los jerónimos en Portugal y España está estrechamente relacionada con los designios divinos para el descubrimiento y expansión del Evangelio por todo el mundo. Y de ahí que lamentemos lo poco conocida que es ésta orden tan hispánica, quiera Dios que muy pronto se vea revitalizada por muchas vocaciones.

Foto de Manolo Fernández.
Sor María de Jesús de Ágreda

LA ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


La otra gran orden hispánica será la que el Espíritu Santo encomendó a la portuguesa Santa Beatriz da Silva (1437-1492), de nobilísimo abolengo, estaba emparentada con las Casas Reales de Portugal y Castilla. Se consagró a la Santísima Virgen María como su esclava y, resuelta a consagrar su virginidad, abandonó Portugal para llegar a Toledo. Allí entabla una profunda amistad con la que sería luego Isabel la Católica, que además de amiga era pariente de ella. Sería nuestra reina la que apoyaría a Santa Beatriz da Silva para instaurar la Orden de la Inmaculada Concepción (las concepcionistas). Isabel le cedería los Palacios de Galiana en Toledo, y en ellos se establece la primera comunidad de concepcionistas formada por Santa Beatriz y doce doncellas, mayoría de ellas eran portuguesas: era a la sazón el año 1484. El año 1489 el Papa Inocencio VIII aprueba la Orden de la Inmaculada Concepción por la bula "Inter Universa" y se les da la regla cisterciense, permitiéndosele que se doten de constituciones propias mientras no contradigan la regla. Tenemos así otra orden contemplativa de estricta clausura y raigambre hispánica. Pero las concepcionistas no se reservan a la península, son las primeras evangelizadoras de América pues llegaron a Veracruz en 1530. Sin embargo, los avatares harán que la Orden de la Inmaculada Concepción quede desprotegida y la Orden de Predicadores tratará por todos los medios de integrarla en su seno, aunque sin éxito. En 1494, la bula "Ex supernae providentia" del Papa Alejandro VI impuso a las concepcionistas adoptar la regla de las clarisas y ponerse bajo la dirección de los Frailes Menores Observantes, desatendiendo la expresa voluntad de su santa fundadora portuguesa que no quiso en vida que su orden se supeditara a ninguna otra, para conservar a perpetuidad su carisma propio. La denodada defensa de la Inmaculada Concepción que hicieron los franciscanos explicaría que, en la crisis, el Pontífice pusiera a las concepcionistas bajo la autoridad de los hijos del "Poverello" de Asís.

Los monasterios concepcionistas fueron centros de espiritualidad muy ligados también a los destinos imperiales de España. Destacan grandes místicas en la historia de esta orden hispánica, como la Venerable María de Jesús de Tomelín y del Campo (1579-1637), llamada "El Lirio de Puebla", la poetisa guatemalteca Sor Juana de Maldonado (1598-1666) o la famosa Venerable Sor María de Jesús de Ágreda (1602-1665), mística y consejera de Felipe IV, conocida por sus bilocaciones, por su cuerpo incorrupto que todavía se venera y por ser autora de la maravillosa "Mística Ciudad de Dios". Esa dirección espiritual ejercida por las concepcionistas en las altas esferas de la política española llegó hasta el siglo XIX con Sor Patrocinio, la Monja de las Llagas, aunque su caso está puesto en tela de juicio; baste pensar que asesoraba a Isabel (alias "la II") que, bajo ningún concepto, puede considerarse reina legítima de España.

Para cerrar esta aproximación a dos de las órdenes autóctonas hispánicas podemos recapitular en tres puntos (que nos parecen claves) lo que ambas órdenes (los jerónimos y las concepcionistas) muestran tener en común:

1. Las dos órdenes son genuinamente hispánicas: una nacida al impulso de castellanos y la otra nacida por el aliento de una santa portuguesa.

2. Las dos órdenes fueron suscitadas por el Espíritu Santo para alentar la misión providencial que Portugal y España tenían: esto es, la de descubrir nuevas tierras y bautizar millones de almas, lo que -en un sentido estricto- no puede llamarse otra cosa que cooperar con Cristo a la salvación de la humanidad y del mundo. Ambas órdenes estuvieron ligadas a las elites cristianísimas de las monarquías lusitana y española, ejerciendo una labor de guardianes de los enclaves espirituales más significativos (como los jerónimos) o bien asesorando la política de los monarcas (como las concepcionistas).

3. Las dos órdenes (la fundada por la santa portuguesa y la fundada por los castellanos) eran parte de una misma corriente mística que conectaba Portugal y España pero, por encima de las fronteras peninsulares, ambas convergieron -en sus momentos fundacionales- en la ciudad hispánica mística por excelencia: la capital de la Gothia Hispánica.

Toledo: la Ciudad Santa de la Hispania Gothorum.

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